Podemos comunicarnos con nuestros muertos, ellos nos
conocen y,
aunque estén ahora en el cielo junto a Dios, conocen el mundo que dejaron,
conocen ante todo su relación con Dios y con sus planes eternos que ahora
pueden contemplar. A partir de Dios,
por tanto, conocen nuestras cosas, nuestros problemas y hablan de ellos entre
sí y con Dios.
Ellos no sólo nos conocen, sino que están cerca. Es cierto que han dejado el mundo para vivir en
donde están los cuerpos gloriosos de Jesús y de María, es decir, fuera y más
allá de todo el universo y de su espacio. Pero
todavía intervienen en el mundo y están presentes en él con su oración, con la
fuerza de su amor, con las inspiraciones que nos ofrecen, con los ejemplos que
nos recuerdan, con los efectos de su intercesión.
El amor que tuvieron con las personas queridas, con nosotros,
conmigo, con ustedes, no lo han perdido. Lo conservan en el cielo,
transfigurado y no abolido por la gloria. La expresión de santa Teresa de Lisieux: “Quiero pasar mi cielo haciendo el bien sobre la tierra”,
no vale sólo para la Santa carmelita. Vale para todos aquellos que piadosamente
creemos acogidos por la misericordia de Dios.
Padres, familiares y amigos queridos, hablan a Dios de
nosotros y le presentan nuestras intenciones y nuestras dificultades. Ellos conservan, ciertamente, en el cielo, las
intenciones, los afectos, los intereses por los grandes valores de esta vida,
esos intereses que son también nuestros, que ellos nos dejaron en herencia en
los cuales nos educaron. Oran en favor nuestro para que estos intereses,
intenciones y valores, crezcan en nosotros y sean llevados a esa perfección que
nos permitirá gozar, un día, el rostro de Dios con ellos y como ellos.
Quiero
subrayar un modo de presencia de nuestros muertos. Ellos
están presentes en todo tabernáculo y en todo altar en donde se celebra la
Eucaristía (La Santa Misa). En la Eucaristía está Jesús Resucitado, está
la fuerza de su Resurrección y, con
Jesús Resucitado, están presentes todos los Santos, todos los que murieron en
el Señor. Están presentes con su adoración y con su amor por Jesús, que
es también amor por nosotros que estamos alrededor de la Eucaristía. Y están presentes, en particular, los
que nos aman más, que nos son queridos y que con nosotros adoran a Jesús.
Claro que permanece un terrible velo entre el mundo
visible y el invisible. Sin embargo, también es cierto que el amor es más
fuerte que la muerte, y el
amor de Cristo Resucitado llena el corazón y la vida de nuestros queridos
difuntos. El mismo amor de caridad que está en nosotros, en ellos está en
plenitud.
Y precisamente
partiendo de esta plenitud de ellos, nos alcanzan y nosotros también nos unimos
a ellos con nuestro amor y con nuestra oración. Por
el contrario, no lo podremos alcanzar y correríamos el riesgo de abrazar un
vano fantasma, fruto de excitación y de falsa credulidad, si pretendiéramos
comunicarnos con ellos a través de medios extraordinarios que nada tienen que
ver con la fe y que no se basan en la oración.
Ciertamente
se puede comprender que, a veces, personas probadas ante el dolor por la pérdida
repentina de una persona queridísima, traten de ponerse en contacto con ella.
Pero para esto no sirven los medios supersticiosos. Tenemos
en la fe, en la oración y en la Eucaristía, el medio, el lugar y el ambiente
para una comunicación real de amor con los difuntos.
Cardenal Carlos María Martini,
Arzobispo de Milán, Italia
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