miércoles, 24 de enero de 2018

A la luz del Salmo 91



“…Proclamar por la mañana tu Misericordia y de noche tu fidelidad…”

Todos los Salmos, la oración de Jesucristo, se refieren y cumplen en Él, y en cuantos queremos ser sus discípulos. Muchos son, en la Escritura, los conceptos antagónicos, tales como: estar sentado o de pie; subir o bajar…la mañana o la noche. En esta ocasión, me detengo en esta última apreciación: la mañana y la noche.

Por la mañana parece todo más hermoso, los problemas de la vida, del día a día, parecen más pequeños o incluso se difuminan…Amanece y sale el Sol, tanto para buenos como malos, para justos o pecadores (Mt 5,45).

Y el Sol refiere a Jesucristo, como nos dice el canto del Benedictus: “…Nos visitará el Sol que nace de lo alto, para iluminar a los que viven en tinieblas y sombra  de muerte…” (Lc 1, 68-79)

Me he permitido el poner en negrita la palabra “proclamar”, para que nos demos cuenta que la única Palabra que se proclama en la Escritura es el Santo Evangelio de Nuestro Señor Jesucristo. Y, en este Salmo, el Señor, con su aparición como Sol para todos, y por medio de su Palabra-Evangelio, tiene Misericordia con nosotros, acordándose que tenemos un corazón lleno de miserias. Y cuando en la noche, cuando todo nos parece peor, cuando se agrandan los problemas del día, cuando nos inundan anegando el alma, el Señor nos recuerda su Fidelidad: la garantía de que va a cumplir sus promesas.

Nos lo recuerda Pablo: “Haz memoria de Jesucristo, resucitado de entre los muertos: si morimos con Él viviremos con Él; si nos mantenemos firmes, reinaremos con Él; si le negamos, también Él nos negará; si somos infieles, Él permanece fiel, porque no puede negarse a sí mismo…” (2 Tim 11-15)

Más adelante, en el Salmo 91, nos habla Dios por boca del salmista, para decirnos: “…el ignorante no los entiende ni el necio se da cuenta…”, refiriéndose a los designios de Dios. El ignorante es el que desconoce sus Palabras; las desconoce porque prescinde de ellas; como nos recordaran los ateos y agnósticos, que tanto abundan en esta sociedad idólatra: hay tantas razones para creer, como para no creer. Craso error. Buscan la justificación falaz para no creer. Son los ignorantes culpables.

Los necios son los opuestos a la Sabiduría, que procede de Dios. ¡Qué necios para no entender las Escrituras (Lc 24,25) reprochó el Señor Jesus a los discípulos de Emaús. Tres años con Él, viviendo con ellos, viendo su vida y sus milagros, viendo cómo se cumplían en Él las Escrituras, y ¡no lo entienden!

¡Tardos y necios! Y en so Corazón Misericordioso, ha de repetirles la Escritura, comenzando por Moisés y los profetas, explicando dónde se escribía de Él.

No hemos de confundir estos ignorantes con los pequeños de Dios, que le hacen exclamar lleno de júbilo: “¡Te doy gracias, Padre, porque has ocultado estas cosas a los sabios y entendidos y se las has revelado a los pequeños…”(Lc 10,21)

Se puede ser sabio en conocimiento de las cosas del mundo, siendo pequeño a los ojos de Dios, creyendo en su Palabra, su Evangelio, estando en el mundo pero sin pertenecer a él. Esos son los llamados “Anawim”, pequeños de Dios porque creen en su Padre del Cielo, muchas veces sin preguntar, confiando en su Palabra. Cuando uno pregunta mucho, es para buscar  argumentos para “no creer”. Es mejor preguntarle a Jesús, que nos vaya revelando a su tiempo, no al nuestro, sus confidencias.

Alabado sea Jesucristo


Tomás Cremades Moreno

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