martes, 16 de enero de 2018

El perdón


 
“Señor, si mi hermano me ofende, ¿cuántas veces tengo que perdonarlo? ¿hasta setenta veces? […] hasta setenta veces siete” (Mt 18, 21-22) que es tanto como decir siempre.

En todas los aspectos de la vida, en el decir y hacer, en las relaciones con los demás, las formas de actuar de los hombres son muy distintas y distantes a las de Dios. Nosotros ponemos límites, mas Dios es infinito. Nosotros cuantificamos, pero Él no echa cuentas. Nosotros somos cicateros y egoístas, Él, en cambio, infinitamente generoso. En el tema del perdón no iba a ser una excepción, sino todo lo contrario, para Él es el culmen. El hombre, ¿cuántas veces tengo que perdonarlo?; Dios, “siempre”.

Creo que es, el perdón, piedra de toque de los hombres, incluidos los cristianos porque lógicamente pertenecemos a la humanidad y no somos seres angelicales e inmateriales. ¡Cuánto nos cuesta perdonar y no digamos olvidar! Eso, que tanto se escucha, yo perdono, pero no olvido parece que no casa con la doctrina divina. Me da a mí que aplicar  este dicho es una especie de querer jugar al despiste, es pretender que la conciencia no te remuerda; porque en el fondo, si digo que no olvido, es tanto como decir que cada vez que te vea o me acuerde de ti te echaré en cara, eso sí, solo en mi pensamiento, que me hiciste tal cosa, y esto ¿no es una forma subliminal o sibilina de ausencia de perdón o no es acaso un cierto tipo de rencor además de hipocresía?

Estamos dispuestos a que nos perdonen todas nuestras maldades por muchas, en cantidad y calidad, que sean, pero cuando llega lo contrario, que los que tenemos que perdonar somos nosotros, es otra cosa. El pasaje evangélico es muy real, el que debía diez mil talentos (cuantía impagable por desorbitada), para no perder a su mujer y su hijo, se arroja a los pies del acreedor gesto muy loable, suplica y alcanza el perdón, pero en cuanto consigue lo que quería, la condonación, se da media vuelta y hace lo contrario con su deudor, aunque solo fueran cien denarios (cuantía insignificante); de él se compadecieron, pero él ni sabe el significado de esta palabra. Estas dos deudas parabólicas son símbolo, la primera de nuestra deuda con Dios: nuestro pecado es infinito (cuantía impagable por desorbitada) porque es contra Dios, Ser Supremo; la segunda representa nuestra deuda con el prójimo: (cuantía insignificante) porque el ofensor y el ofendido están al mismo nivel. El primer acreedor perdona, Dios siempre perdona, y el segundo, el hombre, condena. Así que cuando perdonamos estamos elevando y acercando nuestra exigua dignidad humana a la infinita dignidad divina.

Por otra parte, el pedir perdón no es humillante, sino solo capacidad de reconocimiento de nuestros errores, es recordar que somos humanos y que nos podemos equivocar. El perdonar conlleva descarga de mala conciencia y nos proporciona, por ende, felicidad. Pero el que no perdona es soberbio ya que se siente por encima del otro, se considera juez del asunto, dueño de sus sentimientos, actúa por tanto con prepotencia y ello le acarrea, en el fondo, insatisfacción. Además, si no somos capaces de perdonar las pequeñas deudas de nuestros semejantes, porque son de nuestros iguales, ¿cómo vamos a pedir a Dios que nos perdone nuestra infinita deuda contraída con Él? Incluso con nuestra falta de perdón nos inculpamos a nosotros mismos al rezar el Padrenuestro: …perdona nuestras deudas, como nosotros perdonamos a nuestros deudores (versión anterior).


Pedro José Martínez Caparrós

No hay comentarios:

Publicar un comentario