miércoles, 17 de enero de 2018

¡Sé quién eres y dón­de vi­ves!


¡Me he que­da­do con tu cara! ¡Sé quién eres! ¡Sé dón­de vi­ves! Son ex­pre­sio­nes que los jó­ve­nes de hoy uti­li­zan fre­cuen­te­men­te para ex­pre­sar, de for­ma desa­fian­te: ¡cui­da­di­to, que te co­noz­co! ¡No te pa­ses!
Per­do­nad mi osa­día si hoy, cam­bian­do las tor­nas, pon­go en boca de Je­sús es­tas mis­mas ex­pre­sio­nes para que al­gu­nos ado­les­cen­tes y jó­ve­nes de nues­tra Dió­ce­sis se sien­tan in­ter­pe­la­dos. En la épo­ca de Je­sús fue­ron dos dis­cí­pu­los de Juan el Bau­tis­ta quie­nes, con­mo­vi­dos por su per­so­na­li­dad, re­co­no­cie­ron en Je­sús al Me­sías, vie­ron cómo vi­vía y le si­guie­ron. Eran como las cua­tro de la tar­de. Cuan­do uno tie­ne un en­cuen­tro fas­ci­nan­te con al­guien, re­cuer­da el lu­gar y has­ta la hora.
Hoy es el pro­pio Je­sús quien se hace el en­con­tra­di­zo con tan­tos ado­les­cen­tes y jó­ve­nes para pre­gun­tar­les a bo­ca­ja­rro: ¿qué bus­cáis? (¿de qué vais?) y ofre­cer­les una for­ma nue­va, al­ter­na­ti­va, de ser y de vi­vir. Les ayu­da a des­cu­brir que si Dios los ha ador­na­do con tan­tas gra­cias no es para que sean sim­ple­men­te «flo­re­ros» que ador­nan o de­co­ran es­pa­cios de la vida sino para que sean cons­truc­to­res de una hu­ma­ni­dad nue­va y se sien­tan ple­na­men­te rea­li­za­dos. La cla­ve está en ser­vir a los de­más, co­la­bo­ran­do con Él en la trans­for­ma­ción de mun­do. Y una de las for­mas más su­bli­mes que les ofre­ce es se­guir­le, sien­do sa­cer­do­tes.
El día 27 de di­ciem­bre se cum­plie­ron tres años des­de que el Papa Fran­cis­co me con­fia­ra el pas­to­reo de esta Dió­ce­sis en­tra­ña­ble de Bar­bas­tro-Mon­zón. El re­cien­te día 4 de enero en­te­rra­ba a Mn. José San­tis­te­ve y unas se­ma­nas an­tes a Mn. Isi­dro Be­ren­guer. Son ya 13 los sa­cer­do­tes, be­ne­mé­ri­tos to­dos, a los que me ha to­ca­do ce­rrar los ojos. Y, el 19 de mayo, si Dios quie­re, or­de­na­ré al pri­mer sa­cer­do­te para nues­tra Dió­ce­sis. Aun­que las ma­te­má­ti­cas no sean mi fuer­te… la di­fe­ren­cia se me an­to­ja des­pro­por­cio­na­da.
Los sa­cer­do­tes, como muy bien sa­béis, no caen del cie­lo con los bol­si­llos re­ple­tos de es­tre­llas. Na­cen en el seno de una fa­mi­lia, en un pue­blo, en el caso de Mn. Isi­dro y Mn. José, en Ta­ma­ri­te y Ca­gi­gar. La Dió­ce­sis de Bar­bas­tro-Mon­zón siem­pre ha sido una tie­rra muy «cas­ti­ga­da» pero muy fér­til. Ha dado mu­chos fun­da­do­res, san­tos, már­ti­res, sa­cer­do­tes ejem­pla­res, con­sa­gra­dos ab­ne­ga­dos y lai­cos com­pro­me­ti­dos.
Me con­mue­ve cons­ta­tar, en cada caso, cómo llo­ra el pue­blo de Dios a los sa­cer­do­tes bue­nos que fa­lle­cen. Y a los que se des­pi­den al re­gre­sar a sus ho­ga­res, allen­de los ma­res, des­pués de ha­ber pres­ta­do du­ran­te unos años un efi­cien­te ser­vi­cio pas­to­ral en nues­tra Dió­ce­sis. Nues­tro pue­blo tie­ne muy buen ol­fa­to para dis­tin­guir al pas­tor bueno del asa­la­ria­do o fun­cio­na­rio. Te­ner sa­cer­do­tes san­tos es una ben­di­ción para nues­tros pue­blos y para nues­tras fa­mi­lias. Tam­bién para aque­llos que ne­ce­si­tan ex­pe­ri­men­tar en car­ne pro­pia la ter­nu­ra y mi­se­ri­cor­dia de Dios. Es una «es­pe­cie» a pro­te­ger y a acre­cen­tar.
Os in­vi­to a po­ner a toda la Dió­ce­sis en ac­ti­tud de ora­ción fer­vien­te, cada pri­mer jue­ves de mes, para que el Se­ñor sus­ci­te de en­tre nues­tros hi­jos los pas­to­res que nos sir­van para que na­die se pier­da.
Ter­mino evo­can­do la anéc­do­ta que con­té en el en­tie­rro de Mn. San­tis­te­ve como ex­pre­sión feha­cien­te de la ben­di­ción que su­po­ne para una fa­mi­lia que Dios se fije en al­guno de sus hi­jos. ¡Qué pa­dre no desea­ría es­cu­char de su pro­pio hijo este pi­ro­po!
«Al con­cluir la cena de un cer­ta­men li­te­ra­rio, un fa­mo­so ac­tor de tea­tro en­tre­te­nía a los co­men­sa­les de­cla­man­do tex­tos de Sha­kes­pea­re. Al fi­nal se ofre­ció a que le pi­die­ran al­gún bis. Un tí­mi­do sa­cer­do­te alzó la mano y le pre­gun­tó si co­no­cía el sal­mo 22. Lo co­noz­co, le res­pon­dió, pero es­toy dis­pues­to a re­ci­tar­lo sólo con la con­di­ción de que des­pués tam­bién lo re­ci­te us­ted». El sa­cer­do­te en­ro­je­ció, ante tan ines­pe­ra­da res­pues­ta, pero ac­ce­dió. El ac­tor hizo una be­llí­si­ma in­ter­pre­ta­ción con una dic­ción per­fec­ta. Los co­men­sa­les, al fi­na­li­zar, aplau­die­ron vi­va­men­te. Lle­gó el turno al sa­cer­do­te, que se le­van­tó y re­ci­tó las mis­mas pa­la­bras del sal­mo: El Se­ñor es mi pas­tor, nada me fal­ta: / en ver­des pra­de­ras me hace re­cos­tar; / me con­du­ce ha­cia fuen­tes tran­qui­las/ y re­pa­ra mis fuer­zas; / me guía por el sen­de­ro jus­to, / por el ho­nor de su nom­bre. / Aun­que ca­mi­ne por ca­ña­das os­cu­ras, / nada temo, por­que tú vas con­mi­go: / tu vara y tu ca­ya­do me so­sie­gan. / Pre­pa­ras una mesa ante mí / en­fren­te de mis enemi­gos; / me un­ges la ca­be­za con per­fu­me, / y mi copa re­bo­sa. / Tu bon­dad y tu mi­se­ri­cor­dia me acom­pa­ñan / to­dos los días de mi vida, / y ha­bi­ta­ré en la casa del Se­ñor / por años sin tér­mino. En esta oca­sión, al ter­mi­nar, se pro­du­jo un pro­fun­do si­len­cio. El ac­tor, con­mo­vi­do, se le­van­tó y dijo: «se­ño­ras y se­ño­res, ima­gino que se han dado cuen­ta de lo que ha su­ce­di­do esta no­che». Yo co­no­cía el sal­mo, pero este hom­bre co­no­ce al Pas­tor».
Ser sa­cer­do­te si­gue sien­do hoy una de las for­mas más su­bli­mes de ha­cer vi­si­ble y sen­si­ble el Reino de Dios en­tre los hom­bres. Una de las for­mas más her­mo­sas de en­car­nar los idea­les de cual­quier jo­ven. Una de las múl­ti­ples for­mas de rea­li­za­ción per­so­nal. Una de las for­mas reales de ser fe­liz. Una de las for­mas más au­tén­ti­cas para ser ver­da­de­ra­men­te fe­cun­do en la vida, fe­liz, útil, li­bre, au­tén­ti­co… y, al mis­mo tiem­po, te hace ex­pe­ri­men­tar que Dios te ha lla­ma­do a co­la­bo­rar con Él en la cons­truc­ción de la nue­va ci­vi­li­za­ción del amor.
¡Que no fal­ten en nues­tros pue­blos del Alto Ara­gón los pas­to­res ne­ce­sa­rios que nos co­nec­ten con Dios y des­pier­ten en cada uno de no­so­tros los ca­ris­mas (gra­cias) con que Dios nos ha ador­na­do para cons­truir to­dos jun­tos el mun­do que Dios sue­ña!
Con mi afec­to y ben­di­ción,
+ Ángel Pé­rez Pue­yo
Obis­po de Bar­bas­tro-Mon­zón



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