sábado, 20 de enero de 2018

Domingo, III del Tiempo Ordinario




Jesús, heraldo del evangelio del reino.

La liturgia presenta dos pregones. La primera lectura recuerda el pregón de Jonás a los ninivitas invitándolos a la conversión; el Evangelio recuerda el pregón del comienzo del Reino que hace Jesús y la primera acción que realiza en función de este pregón, el comienzo del discipulado (cf. comentario del domingo pasado sobre el discipulado).

Siempre que celebramos la Eucaristía, Jesús actualiza su alegre pregón anunciando que el Reino está en marcha e invitándonos a incorporarnos cada vez estrechamente a él.

La primera parte del Evangelio, Mc 1,14-15, es un sumario denso que resume lo que fue el ministerio de Jesús. Lo hace para invitarnos a conocer mejor quién es Jesús, cuáles fueron sus pretensiones y cuál fue su ministerio. Jesús aparece como el Mesías, el último enviado por Dios para comenzar su reinado sobre la humanidad, un reinado indisolublemente unido a su persona y ministerio. Todo ello es una alegre noticia

Cuando arrestaron a Juan Bautista a causa de su predicación del Reino de Dios –presagio de lo que también sucederá a Jesús- éste se presenta en Galilea que va a ser el lugar privilegiado de su actuación. Galilea es tierra de gente sencilla, sociológicamente pobres y religiosamente poco estrictos. Fue además la región de la infancia y vida oculta de Jesús. Para san Marcos Galilea fue y debe ser siempre la tierra del Evangelio. Jesús recorrerá los pequeños lugares, evitando los grandes poblados helenistas, como Tiberias.

Allí comienza a proclamar el Evangelio de Dios. “Proclamar” es lo propio del heraldo o pregonero y consiste en hacer público ante el hombre libre lo que ha determinado la autoridad superior que envía a proclamar, en este caso, Dios Padre. Ante un pregón, sólo cabe aceptarlo o rechazarlo libremente, no hay lugar para discutirlo con el pregonero, que se limita a hacer pública fielmente una decisión irrevocable del superior. Es la última y definitiva convocatoria que hace Dios Padre para la salvación. Hizo otras en el AT por medio de Moisés y los profetas y fracasaron.  Ahora lo hace por medio de Jesús.

El contenido de esta decisión es el “Evangelio de Dios”. La frase remite a las profecías de Deuteroisaías. Durante el destierro de Babilonia el pueblo judío estaba desanimado, pensando que estaba dejado de las manos de Dios. Un discípulo de Isaías lo anima en nombre de Dios anunciando que no tienen motivos y anunciando la buena noticia de que Dios iba a crear un reino especial, pero que no tendrá lugar de forma ostentosa y triunfalista, como esperan ellos, sino de forma aparentemente pobre, pero eficaz, Dios reinará “como Dios oculto”, sirviéndose de personas humanas.  Ahora Jesús afirma que con su presencia y actividad comienza a cumplirse esta promesa, pues ya “se ha cumplido el plazo” o tiempo de preparación, que ha llegado al final con la encarnación del Hijo de Dios que es el que hará posible, con su muerte y resurrección, la llegada del Reino de Dios, ligada a su persona. Ya estamos permanentemente en tiempos de cumplimiento y sigue vigente la invitación de Jesús en cada Eucaristía. Esto significa que ya está cerca el Reino de Dios,  que ahora comienza en la pequeñez y debilidad con Jesús, pero que culminará en su parusía. Reinar significa ejercer un gobierno a favor del pueblo con el objeto de librarlo de enemigos y ofrecerle bienestar y todo tipo de felicidad. En tiempos de  Jesús se esperaba que Dios lo hiciera desde arriba de forma político-religiosa, convirtiendo a Israel en un imperio político-religioso a la cabeza de todo el mundo. Jesús va a ofrecer otro tipo de Reino, desde abajo, consistente en cambiar el corazón de los hombres y capacitarlos para transformar ahora este mundo en una humanidad fraternal y después hacerlos a todos partícipes de la felicidad divina en el mundo futuro.

El protagonista de esta acción es Dios Padre por medio de Jesús. Por eso se emplea la fórmula “reino de Dios” que equivale a Dios reina; el sujeto es Dios; la fórmula “construir el reino” aplicada a la Iglesia o cristianos sólo puede significar colaborar con la acción de Dios, que hace posible  sus frutos.  Ahora bien, la  colaboración básica que se espera de los oyentes es “dejar a Dios que reine en nosotros” por medio de Jesús, es decir, convertíos y creed el Evangelio. “Convertirse” es volverse a los intereses de Dios y dejar de mirar a nuestros egoísmos, quitando los impedimentos que impiden que Dios ejerza su acción transformadora en nosotros, en concreto, reconocer nuestra pobreza y debilidad moral y abrirse a la misericordia de Dios. Y junto a esto, “creer el Evangelio”, es decir, aceptar y ponerse en manos de Jesús y su alegre mensaje transformador. La segunda lectura recuerda que estamos en el reino presente de cara al reino futuro;  este último es el valor absoluto que exige relativizar los valores de este mundo.

Para san Marcos, la promesa “evangelio” de Deuteroisaías se ha personificado en Jesús, en cuanto que él, Dios-hombre, es el “Dios oculto” que trae la salvación. Él ha asumido nuestra naturaleza humana, se ha hecho solidario con todos nosotros y nuestro representante, ha vivido una existencia consagrada a hacer la voluntad del Padre por amor a lo largo de un ministerio que lo llevó a la muerte y ha resucitado. En su resurrección se ha convertido, en frase de Orígenes, en autobasileia, es decir, personificación del reino de Dios. Evangelio no es una teoría sino Jesús muerto y resucitado.

Es importante conocer a Jesús y su obra como Evangelio, alegre noticia, por su vida y su enseñanza. Ser cristiano es creer o entregarse a este Viviente, el Resucitado que invita a actualizar en nuestra vida su ministerio. Jesús-Evangelio no es un simple maestro de sabiduría. Su aportación básica es ofrecernos en su persona la plena salvación. Unidos a él por el bautismo, participamos su vida nueva y así Dios reina en nosotros.

La Eucaristía debe ser celebración gozosa de la obra de Jesús-Evangelio. En ella se hace presente su obra y se nos capacita de cara al reino futuro.

Dr. Antonio Rodríguez Carmona



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