LA
REVOLUCIÓN DE LA TERNURA, SE LLAMA MISERICORDIA
LA
SEGUNDA OBRA ESPIRITUAL DE MISERICORDIA
«Nadie
es padre de sí mismo». Aunque a primera vista pueda parecer una perogrullada,
ha sido el mejor consejo que me dieron los educadores en el Seminario. En
efecto, todos somos «criaturas», amadas y sostenidas por Aquel que nos creó
para gozar eternamente de su misma plenitud. Criaturas que se saben frágiles,
vulnerables, perfectibles, humildes, necesitadas de los demás. Criaturas que
cuando son capaces de deponer su orgullo personal, experimentan paradójicamente
una confianza inusitada. Tienen la conciencia de haber sido creadas con un
corazón que sólo puede ser satisfecho por Aquel que las creó. Se saben
sostenidas por un AMOR que les precede y les envuelve. Santa Catalina de Siena
dejó escrito en el «Diálogo de la Divina Providencia» que Dios «hubiera podido
hacer a los seres humanos de tal manera que todos lo tuvieran todo, pero
prefirió dar a cada uno dones diferentes para que necesitasen de todos». Sin
embargo, este consejo que tanto me ha ayudado en mi maduración personal y
ministerial, no resulta ni tan fácil ni tan obvio para muchos.
Permitidme que
comparta con vosotros una historia que refleja lo que nos está tocando vivir
social y eclesialmente. «Cuentan que un grupo de espeleólogos quedaron
sepultados por un alud en el interior de una cueva. El equipo de rescate no
podría llegar hasta el amanecer. Mientras, fueron recogiendo algo de leña y
encendieron una fogata para calentarse. Sabían que si el fuego se apagaba,
morirían irremisiblemente. Cuando se extinguió la llama y las brasas se
cubrieron de ceniza, ninguno echó al fuego el puñado de leña que se habían
guardado: .- .- Jamás daría yo mi leña, pensó el primero, para calentar a un
negro. .- ¡Lo tienen claro, pensó el segundo, si piensan que voy a regalar mi
leña a estos holgazanes. Es mía, me ha costado muchísimo esfuerzo conseguirla.
.- Es muy probable, pensó el negro, que tenga que utilizarla para defenderme.
Además, jamás compartiría mi leña con quienes me oprimen o se niegan a
reconocer mi propia dignidad. .- Este temporal puede durar varios días, pensó
el que era oriundo del lugar, voy a guardar mi leña por si acaso. .-El quinto
hombre parecía ajeno a todo. Era un soñador. Mirando fijamente las brasas,
jamás le pasó por la cabeza ofrecer la leña que tenía. Cuando llegó el equipo
de socorro se encontró con cinco cadáveres congelados. El responsable comentó
consternado: «lo que realmente les ha matado ha sido el frío interior».
Las
imprevisibles inclemencias «climatológicas» que nos está tocando vivir social y
eclesialmente han dejado, una vez más, al descubierto nuestra frágil condición,
lo fácil que se desbaratan nuestros cálculos, nuestros proyectos personales… Y
nos han revelado, además, la verdad de todo ser humano: que ante determinadas
cosas nos podemos sentir fuertes, poderosos, autónomos… pero ante lo esencial,
no podemos nada, nos sentimos desvalidos y experimentamos nuestra dependencia
más absoluta. El rescate (la salvación) no está a nuestro alcance, no depende
de nosotros mismos. Viene siempre de fuera. Mantener encendida la «hoguera» se
convierte también para cada un@ de nosotr@s, para cada comunidad cristiana o
grupo eclesial, para toda la Diócesis, para la misma Iglesia universal, en el
proyecto evangelizador más urgente e importante. Compartir nuestra «leña», toda
la «leña», será la única garantía de supervivencia, para poder tener luz y
calor mientras esperamos el «amanecer». Las consultas de los psicólogos y
psiquiatras están llenas. Proliferan los Centros de Orientación Familiar (COF),
Vocacional (COV), profesional (COP), etc. Cada vez están más de moda los libros
o talleres de autoayuda, de relajación, de espiritualidad, etc. Aumentan las
terapias grupales de desintoxicación (droga, sexo, alcohol, juego, redes
sociales, etc.). Sin embargo, mientras no depongamos nuestro orgullo, nuestro
individualismo, hedonismo, consumismo, relativismo, subjetivismo, secularismo…
y no nos abandonemos en las manos de Aquel que nos ama gratuitamente, estaremos
expuestos a «morir congelados».
Con mi afecto y bendición.
Ángel
Pérez Pueyo
Obispo de Barbastro-Monzón
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