Jesús resucitado está en medio de su comunidad por el
amor.
En el discurso de despedida (Jn 13-16), Jesús
anuncia a sus discípulos su ida al Padre y los consuela sobre las ventajas de
esta separación, va a prepararles un lugar junto al Padre y después volverá y
estará a su lado dinámicamente presente por
medio de su Espíritu y el amor.
En
una ciudad debidamente electrificada, el fluido eléctrico está presente en
todos los edificios, pero no es efectivo en una habitación si no se pulsa el
correspondiente interruptor. Igual sucede con Jesús resucitado que está
presente en el corazón de todas las personas por medio de su Espíritu,
suscitando buenos deseos y dando fuerzas para realizarlos. Y esto explica que
la fuerza salvadora de Jesús esté presente en toda la humanidad. Pero para que
todo sea efectivo, siempre es necesaria la libre colaboración de la persona,
aceptando su presencia con una vida consagrada al amor, porque Jesús no nos trata como máquinas sino
como personas libres. Está dentro de nuestro corazón invitándonos a establecer
una relación de amistad con él y el amor exige libertad. Y como Jesús es
inseparable del Padre y del Espíritu Santo, tener relación con Jesús es tenerla
con la Santísima Trinidad y convertirse en templos trinitarios. Puesto que Dios
es amor, vivir inmersos en Dios es vivir inmersos en el amor.
Este
tipo de amor es un don de Jesús, que nos ha amado y capacitado para amar y con
ello nos da la máxima felicidad: Como el
Padre me amó, yo también os he amado a vosotros; permaneced en mi amor. Si guardáis mis mandamientos, permaneceréis
en mi amor, como yo he guardado los mandamientos de mi Padre, y permanezco en
su amor. Os he dicho esto, para que mi gozo esté en vosotros, y vuestro gozo
sea colmado (Jn 15,9-11).
Este amor no es un
sentimentalismo: Este es mi mandamiento:
que os améis los unos a los otros como yo os he amado. Nadie tiene mayor amor que el que da su vida
por sus amigos. Vosotros sois mis
amigos, si hacéis lo que yo os mando (Jn 15,12-14).
Esto explica las
palabras de Jesús: conocerán que somos sus discípulos por el amor. Lógicamente
una vida consagrada al amor en la vida diaria implica la cruz, como lo implicó
para Jesús. Es lo que recuerda la 1ª lectura, que hay que pasar mucho para entrar
en el Reino de Dios, pero la meta, que recuerda la 2ª lectura, lo merece: « Esta
es la morada de Dios con los hombres. Pondrá su morada entre ellos y ellos
serán su pueblo y él Dios - con - ellos, será su Dios. Y enjugará toda lágrima
de sus ojos, y no habrá ya muerte ni habrá llanto, ni gritos ni fatigas, porque
el mundo viejo ha pasado. » (Ap
21,4-5).
La
celebración de la Eucaristía es celebración del amor del Padre, que nos entrega
su Hijo, y del amor del Hijo que se entrega a sí mismo como alimento de nuestro
amor: si podemos amar es porque él nos ama y alimenta nuestro amor en la
Eucaristía.
Rvdo.
Antonio Rodríguez Carmona
No hay comentarios:
Publicar un comentario