«LA REVOLUCIÓN DE LA TERNURA, SE LLAMA MISERICORDIA»
LA CUARTA OBRA ESPIRITUAL DE MISERICORDIA (4)
Con lo fácil que resulta
«reiniciar» o «formatear» un ordenador para dejarlo operativo, organizado y
limpio… y, sin embargo, lo que me cuesta personalmente «vaciar mi corazón» de
posibles resentimientos, suspicacias, recelos, dimes y diretes. Perdonar las
injurias y, sobre todo, dejarme perdonar (abrazar) por el Padre cuando fallo.
«Formatear nuestro disco duro», esto es, celebrar este tiempo jubilar de
gracia, en sentido bíblico, significaría también hoy «vaciar», «limpiar»,
«perdonar las deudas» para iniciar una etapa nueva en mi vida.
El sonido de las cornetas, los bombos y los
tambores de nuestra Semana Santa nos invitan a restablecer relaciones
verdaderas, nuevas, con la tierra, con la propiedad, con los propios hermanos.
El mensaje del jubileo, que tenían los judíos en el Antiguo Testamento, es
simple en sí mismo. Nos evoca la vuelta a la creación cuando salió de las manos
de Dios. Es vivir en justicia y en fraternidad en la tierra que Dios le ha
dado. La tierra es de todos porque la tierra es de Dios y Él la ha dado para
todos sus hijos. Cada hombre, rico o pobre, inocente o culpable, tiene derecho
a vivir y por tanto a recuperar su propia tierra, su propia casa si por
desgracia tuvo que enajenarla. La institución del año sabático y sobre todo del
jubileo al final de siete semanas de años es como un gesto de recreación, de
creatividad.
Con Jesús llega definitivamente
este tiempo nuevo. Esta es la utopía de Dios: suprimir el infierno en que se
convierte la tierra cuando la voluntad de poder prevalece. Convertir la
humanidad en un ámbito de vida plena para todo hombre. Celebrar el jubileo
desde esta perspectiva bíblica no es nada fácil. ¿Estamos dispuestos a conjugar
el respeto a la naturaleza con el final de la explotación sistemática del
hombre por el hombre que denuncia el Papa, o vamos a edulcorarlo reduciéndolo a
simples peregrinaciones turísticas o signos de culto vacíos de contenido?
Una trompeta (jubal) rasgaba el
silencio. Anunciaba el jubileo. Apagado su eco se entraba en la gran
pacificación. El jubileo indicaba la dimensión sabática constitutiva del
hombre, hecho a imagen de Dios. El séptimo día era el reposo de Dios. Siempre
despiertos para la paz se esperaba el séptimo año. Cada siete años «perdonarás
las deudas (injurias)». La «sabaticidad» se hacía acontecimiento social,
comunitario. La paz interior debía hacerse don, gesto concreto de
reconciliación (cfr. Dt. 15,7-8). La «sabaticidad» comporta “corazón y mano”,
“interioridad y justicia”. En efecto, la pobreza que hay en el mundo es reflejo
de la injusticia de los corazones, que se hacen duros. En la Biblia existía
además el «siete por siete»: declarar santo el año quincuagésimo y proclamar la
liberación para todos los habitantes de nuestra tierra. Este año lleva el
nombre de jubileo (cfr. Lev 25.8-11) donde emergen estos elementos:
descanso-reposo, cambio de dones para suprimir necesidades, liberación para
todos.
En Jesús se inaugura el jubileo
definitivo. Lo que nos enriquece es la bendición de Dios. Es ponernos en camino
hacia el corazón del otro. Es sentirnos perdonados por Dios. Aceptar el jubileo
es convertirse. Fuera de esto el jubileo sería puro «desfile». El jubileo es
una propuesta para todos y una reconciliación de todos y entre todos.
El gozo de un jubileo es siempre de un modo
particular el gozo por la remisión de las culpas, la alegría de la conversión.
Reconocer los errores, infidelidades, incoherencias, lentitudes… «purificar la
memoria», reconocer los fracasos de ayer es un acto de lealtad y valentía que
nos ayuda a reforzar nuestra fe. Este año jubilar debiera ser como una
invitación a una fiesta nupcial.
El sacramento de la penitencia ofrece al pecador
una nueva oportunidad de convertirse y reencontrar la GRACIA, inserirse en la
VIDA DE DIOS y con plena participación en la vida de la IGLESIA. El perdón
concedido gratuitamente por Dios implica como consecuencia un verdadero cambio
de vida. Ojalá que la alegría del perdón en este año jubilar sea más fuerte que
cualquier resentimiento y ninguno quede excluido del abrazo del Padre.
Con mi afecto y bendición,
Ángel Pérez
Pueyo
Obispo de Barbastro-Monzón
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