Me causó
una muy agradable sorpresa, al leer la bula de convocación del Año Santo
comprobar que el papa Francisco citaba a San Juan de la Cruz, una cumbre de la
mística y de la poesía religiosa. La cita era la siguiente: “En el atardecer de
nuestras vidas seremos juzgados sobre el amor”.
En este
tiempo de Pascua la Iglesia vive el gozo de la presencia en ella de Cristo
resucitado gracias a la fe y los sacramentos. Pero este gozo va acompañado
también de lo que se ha llamado “una mística de los ojos abiertos”. Ojos
abiertos a las necesidades de nuestro prójimo. La Cuaresma, que ya hemos dejado
atrás, ha sido un tiempo para vivir con mayor intensidad el Año Jubilar. Pero
también lo es –lo ha de ser- el tiempo de Pascua. El Papa ha impregnado de
sensibilidad social el Jubileo de la Misericordia y nos pide “realizar la
experiencia de abrir el corazón a cuantos viven en las más contradictorias
periferias existenciales que con frecuencia el mundo moderno crea” (MV 15). Es
bien conocido el deseo del Santo Padre de llevar a la Iglesia a las periferias
tanto geográficas como existenciales.
Os invito
a preguntaros: ¿qué lugar deben ocupar los pobres y las periferias en nuestra
acción pastoral? El Santo Padre les adjudica un lugar privilegiado en el Pueblo
de Dios. La opción por los pobres es una categoría teológica antes que
cultural, sociológica, política o filosófica. Los pobres son los preferidos de
Dios, aquellos a los que otorga «su primera misericordia», y esa preferencia ha
de tener consecuencias en la vida de fe de todos los cristianos. Inspirada en
esa preferencia de Dios, la Iglesia hizo desde el principio una opción decidida
por los pobres. Como señaló el papa Benedicto XVI, esta opción «está implícita
en la fe cristológica en aquel Dios que se ha hecho pobre por nosotros, para
enriquecernos con su pobreza».
El Papa
insiste en que seremos juzgados sobre si hemos sido misericordiosos con los
hermanos y hermanas a los que pudimos ayudar. Y pone unos ejemplos que son de
mucha actualidad referidos a nuestra acogida para con los extranjeros o al
tiempo que dedicamos a acompañar al que estaba enfermo o al que estaba privado
de libertad. También se refiere a las obras de misericordia espirituales: “Si
ayudamos a superar la duda; si fuimos capaces de vencer la ignorancia en la que
viven millones de personas, sobre todo los niños, privados de la ayuda
necesaria para ser rescatados de la pobreza; si tuvimos paciencia siguiendo el
ejemplo de Dios que es tan paciente con nosotros; finalmente, si encomendamos
al Señor en la oración a nuestros hermanos y hermanas. En cada uno de
estos ‘más pequeños’ está presente Cristo mismo” (MV 15).
La Visita
Pastoral a las parroquias es para mí un momento privilegiado para constatar que
un gran número de personas ponen en práctica las obras de misericordia.
Catequistas, voluntarios de Cáritas, colaboradores de diferentes
instituciones de acción social y caritativa, monitores que acompañan a niños y
adolescentes en su formación, personas mayores o enfermas que rezan y se
sacrifican por los demás, y un largo etc. Una multitud de personas buenas,
generosas, entregadas, que con un trabajo discreto y socialmente poco conocido
ayudan a los demás en su formación, en su crecimiento en la fe y también curan
las heridas de los más golpeados por nuestra sociedad. Que Cristo resucitado
sea su sostén y su esperanza.
+ Josep
Àngel Saiz Meneses
Obispo de
Terrassa
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