Sucedió
que Moisés pastoreaba los rebaños de su suegro Jetró, sacerdote de Madián.
Estando en el desierto observó a lo lejos que una zarza ardía sin consumirse.
Seguramente habría visto en el monte Horeb esta situación muchas veces; es un
acontecimiento normal en zonas de desierto que al efecto del calor, de repente
los matorrales puedan ser víctimas del fuego.
Pero
este caso era algo distinto: la zarza no se consumía. Era un fenómeno extraño,
y Moisés quiso acercarse para verlo. Oyó una voz que le llamaba por su nombre: “Moisés,
Moisés”. Heme aquí, respondió. Le dijo: Quita las sandalias de tus pies, porque
el lugar es suelo sagrado.
Luego
continúa con la Teofanía de Dios al manifestar que es el Dios de su padre, el
Dios de Abrahán, el Dios de Isaac, el
Dios de Jacob.
Me
llama la atención la forma en que el
exégeta explica el acontecimiento: la Voz, con mayúscula, la Palabra de Dios,
le llama por su nombre. Esto ya nos recuerda al Buen Pastor-Jesucristo, que a
cada oveja-nosotros- la llama por su nombre. A Moisés también le llamó por su
nombre, para encomendarle una misión; sacar a su pueblo de la esclavitud de
Egipto.
Moisés
responde como el niño Samuel, en casa de Elí: “Habla Señor, que tu siervo escucha” (1 S 3,1-10).
Así
debe ser la actitud del discípulo: Habla Señor. No pongo en duda tu Palabra, no
pregunto o cuestiono si seré o no capaz de llevar adelante la misión que me
encomiendas. Y es que el Señor habla para encomendarte grandes o pequeñas
misiones. Es una gracia de Dios el encomendarte llevar su Palabra, a tu modo, a
tu estilo, con tus características dialécticas, con tus carismas, con tus
circunstancias, a los demás.
Sabemos
que luego se entabla un diálogo entre Dios y Moisés al encontrase éste incapaz
de la misión. Siempre igual: nos vemos sobrepasados por la petición del Señor.
Nos falta fe y confianza en Él.
Yahvé
le contesta: “¿Quién le ha dado la boca al hombre? ¿Quién hace al mudo y al
sordo, al que ve y al ciego? Vete que Yo estaré en tu boca y te enseñaré lo que
debes decir” (Ex 4, 10-13)
Por
eso, no tengamos miedo de dar nuestro testimonio ante los demás; Él hablará por
nosotros. ¡Qué gran diferencia con nuestra Madre, María de Nazaret: ella dijo
sí al anuncio del ángel (que representa la Palabra de Dios mismo, el Anunciador
de la Buena Nueva).
Por eso María es como la zarza ardiente de
Moisés, que lleva al Señor y no se consume.
Pidamos que Ella, dispensadora de las gracias,
provoque en nosotros ese amor a Dios que nunca se consume.
Alabado sea Jesucristo
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