Me
encontraba sentada tomando un café cuando alguien me preguntó si podía sentarse
en mi mesa, la conocía de vista y no me importó, al contrario.
No
sé cómo sucedió que a los 10 minutos le estaba hablando de Jesús. ¡Pobre hija!
No sabía ni los nombres de los apóstoles (española bautizada). Le conté pasajes
cruciales del Evangelio haciendo hincapié (con ímpetu) en que yo no hablaba sobre
una religión, sino sobre un Hombre que había muerto de amor por ella.
De
vez en cuando me sacaba el tema de los budistas etc. Le dije: Sí, son maneras
de vivir con dioses de “madera”… Pero escucha, esto es “otra historia”. En este
momento Dios está aquí, entre nosotras, porque estamos hablando de Él (“Dónde
haya 2 o más personas hablando de Mí, ahí estaré Yo”). Le sorprendió...
-
¿A qué lado de mi hombro está? Me preguntó. No sé ¡qué graciosa, si no Le puedo
ver!, le contesté; pero te rodea su “presencia”.
La
mujer ni siquiera sabía donde acababa el Antiguo Testamento ni dónde empezaba
el Nuevo… Y le hable de la Puerta Santa y de las Indulgencias plenarias (como
si le hablara en chino). Pero después de explicarle, se apuntó para ir conmigo
el Domingo.
-
No sé confesar, nunca lo he hecho, me dijo… No importa le aclaré, el
representante de Cristo te ayudará. Desde el Apóstol Pedro, es el único que
puede hacerlo al estar Consagrado por el Espíritu Santo, ¿te acuerdas de las
lenguas de fuego sobre sus cabezas?: “A quien perdonéis los pecados, les serán
perdonados en el cielo, a los que se los retengáis, les serán retenidos…”).
-
Has hecho feliz a Dios ¿sabes? Y no por Él, sino por lo mucho que sufriría por
ti si no consigues salvarte y, eso depende sólo de ti. No Le des la espalda. ¡Nos
vemos!
Emma Díez Lobo
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