El Santo
Padre acaba de ofrecernos su nueva Exhortación Apostólica, conclusión de los
dos Sínodos convocados por él sobre la familia. Se publica en el Año Jubilar de
la Misericordia. Él es consciente de que el lenguaje de la misericordia encarna
la verdad en la vida, y la doctrina de la Iglesia debe integrarse en
relación al corazón del kerygma cristiano
(el primer anuncio de la fe) y a la luz del contexto pastoral en que vendrá
aplicada, siempre recordando que la ley suprema de la Iglesia debe ser la salus animarum, como establece el último canon
del Código de Derecho Canónico: “…teniendo en cuenta
la salvación de las almas, que debe ser siempre la ley suprema en la Iglesia”
(Can.1752). La preocupación del Pontífice es pues situar la doctrina al
servicio de la misión pastoral de la Iglesia, pero contando con que Jesús ha
vuelto a ser un desconocido en tantos países, también de occidente, y que
“conviene ser realistas y no dar por supuesto que nuestros interlocutores
conocen el trasfondo completo de lo que decimos o que puedan conectar nuestro
discurso con el núcleo esencial del Evangelio que les otorga sentido, belleza y
atractivo”, según se expresaba en su precedente Exhortación Apostólica Evangelii gaudium (EG 34). La
familia es un tesoro, pero se ha vuelto más frágil bajo el peso del consumismo,
de la cultura de la gratificación inmediata, de la falta de perspectivas de
empleo que permitan casarse, de los horarios laborales, los viajes de trabajo,
del individualismo favorecido por las nuevas tecnologías, y de muchos otros
factores. El objetivo del Papa es multiplicar los esfuerzos positivos para que
todas las familias puedan disfrutar «La alegría del amor».
El estilo del Papa Francisco tiende a una “renovación”, más aún, a una
verdadera “conversión”, también del lenguaje, para que la proclamación del
Evangelio sea significativa y llegue a todos, y lograr que el anuncio del
Evangelio no sea meramente teórico o sin vinculación con la vida real de las
personas. En sus palabras se comprende que para hablar de la familia y a las
familias, el desafío no es el de cambiar la doctrina, sino el de inculturar los
principios generales a fin de que puedan ser comprendidos y practicados.
Nuestro lenguaje debe animar y confortar cada paso de cada familia real.
Francisco, por consiguiente, se expresa en un lenguaje atento a los
interlocutores, lo cual implica discernimiento y diálogo. El discernimiento es
un constante proceso de apertura a la Palabra de Dios para iluminar la realidad
concreta de cada vida, un proceso que nos lleva a ser dóciles al Espíritu, que
nos anima a cada uno de nosotros a actuar con amor, en las situaciones
concretas y, en la medida de lo posible, nos anima a crecer de bien en mejor.
El discernimiento deriva en el diálogo que busca siempre la salvación de las
personas. Dialogo y discernimiento se entrecruzan, como dijo el Papa en su
audiencia a La Civiltà Cattolica: “El discernimiento espiritual busca reconocer la
presencia del Espíritu de Dios en la realidad humana y cultural, la semilla ya
plantada de su presencia en los acontecimientos, en la sensibilidad, en los
deseos, en las tensiones profundas de los corazones, de los contextos sociales,
culturales y espirituales” (14.6.2013). Esto se traduce en la obligación de los
pastores de discernir bien las situaciones, como ya se viene planteando desde
hace mucho tiempo (cfr. Familiaris Consortio n.
84, Sacramentum Caritatis29).
La Exhortación, por tanto, revela una preocupación pastoral que no debe ser
interpretada como una contraposición respecto al derecho. Por el contrario, el
amor por la verdad es el punto de encuentro fundamental entre el derecho y la
pastoral: la verdad no es abstracta sino que se integra en el itinerario humano
y cristiano de cada uno de los fieles. Tampoco se trata de adecuar una pastoral
a la doctrina, sino de no arrancar a la doctrina su sello pastoral original y
constitutivo. Su pensamiento implica el esfuerzo de aceptar la diversidad, de
dialogar con aquellos que piensan diversamente, de favorecer la participación
de quien tiene capacidades diversas. El Santo Padre afirma claramente la
doctrina sobre el matrimonio y la familia y la propone como un ideal
irrenunciable. El mismo ha afirmado en varias ocasiones que “el tema no es
cambiar la doctrina, sino que la pastoral tenga en cuenta las situaciones de
cada persona”. Esta Exhortación Postsinodal solo puede interpretarse, por
voluntad expresa de su autor, a la luz de la doctrina católica sobre el
matrimonio y la moral y en ningún caso contra ella. La doctrina “irrenunciable”
de la Iglesia sobre el matrimonio y la familia –dice el Papa–, debe
“expresarse con claridad” (Amoris Laetitia 79),
porque los pastores deben proponer a los fieles “el ideal pleno del Evangelio y
la doctrina de la Iglesia” (AL 308) y la
pastoral concreta debe tener en cuenta “tanto las enseñanzas de la Iglesia como
las necesidades y los desafíos locales” (AL 199).
¿Cuáles son, pues, las novedades de la exhortación Amoris laetitia? La novedad, por encima de todo, es una
renovada actitud de acompañamiento. El Papa Francisco, como hicieron sus
predecesores, reconoce la complejidad de la vida familiar moderna. Pero acentúa
mucho más la necesidad de que la Iglesia y sus ministros estén cerca de las
personas sin importar la situación en que se encuentren o lo alejados que se
puedan sentir de la Iglesia.
Debemos comprender, acompañar, integrar y
tener los brazos abiertos especialmente para los que sufren (AL 312), sin desconectarse de los problemas reales
de la gente. La larga historia de enseñanza de la Iglesia y la
experiencia muy intensa del Sínodo proporciona a la Exhortación la difícil
fusión entre lo antiguo y lo nuevo. Pero no se puede olvidar que el título
mismo, “La alegría del amor”, sugiere la actitud del documento, que recuerda
constantemente la belleza de la vida familiar, a pesar de todas las
dificultades que conlleva. Francisco escribe elocuentemente sobre cómo formar
una familia, lo que significa ser parte del sueño de Dios, uniéndose a El en la
construcción de un mundo “donde nadie se sienta solo.” (AL 321).
Francisco nos invita a leer con calma y por partes, sin atropellarse, este
largo documento que recoge la variedad de aportaciones realizadas en dos
intensas asambleas sinodales, materiales con los que el Sucesor de Pedro ha
forjado su propia síntesis, llamada a marcar el camino de la Iglesia. Nadie
debería precipitarse en la lectura de esta carta. Los lectores podrán
sorprenderse gratamente de lo concreta que es. El Papa Francisco, con un
corazón de pastor, entra simple pero profundamente en las realidades cotidianas
de la vida familia. Hay, por ejemplo, muchos católicos divorciados que se han
vuelto a casar civilmente y que se esfuerzan por hacer las cosas bien y educar
a sus hijos en la Iglesia. El Santo Padre les da la garantía de que la Iglesia
y sus ministros se preocupan por ellos y por su situación concreta. Quiere que
sepan y que sientan que son parte de la Iglesia. Que no están excomulgados (AL 243), y, aunque todavía no puedan participar
plenamente en la vida sacramental de la Iglesia, les anima a tomar parte activa
en la vida de la comunidad.
Un concepto clave del documento es la integración. Los
pastores tienen que hacer todo lo posible para ayudar a las personas en estas
situaciones a involucrarse en la vida de la
comunidad. Cualquier persona en una llamada situación “irregular” debería
recibir una atención especial. “Ayudar a sanar las heridas de los padres y
ayudarlos espiritualmente es un bien también para los hijos, quienes necesitan
el rostro familiar de la Iglesia que los apoye en esta experiencia traumática”
(AL 246). El Papa Francisco quiere que nos
acerquemos a los frágiles con compasión, y no con juicios, para que “entren en
contacto con la existencia concreta de los otros y conozcan la fuerza de la
ternura (cf. AL 308).
La exhortación del Papa rebosa esperanza. No encontraremos en ella una
lista de reglas o de condenas, sino un llamamiento a la aceptación y al
acompañamiento, a la participación y a la integración. Incluso cuando las
personas –por muchas razones diferentes– no han sido capaces de cumplir con las
exigencias de la enseñanza de Cristo, la Iglesia y sus ministros quieren estar
a su lado para ayudarles en su camino. No es este un documento canónico, como
sí lo fue la reciente simplificación de los procesos que estudian la nulidad
matrimonial, ni tampoco un documento doctrinal, sino un documento pastoral,
destinado a ayudar a los esposos, a los novios, a los catequistas, a los
sacerdotes y obispos. El epígrafe final contempla a la familia que engendra y cuida,
que transmite la vida, la sostiene y la educa. Es el hospital más cercano.
Formar una familia es “ser parte del sueño de Dios”, dice Francisco, pues cada
miembro de la familia es compañero de camino de los otros, para que alcancen su
plenitud, aquí y en la vida eterna. Pero, además, la verdadera familia nunca se
encierra en sí misma. Tiene la misión ante el mundo de ser presencia viva de la
maternidad de la Iglesia. A pesar de todas las dificultades y situaciones
excepcionales, cada discípulo del Señor encontrará la via caritatis que no
elude las exigencias de la verdad ni hace rebajas, pero que, ciertamente, toma
en cuenta la fragilidad de cada hombre y mujer para levantarla. El reflejo del
misterio divino que se presenta en el camino del matrimonio, a pesar de tantas
fatigas y obstáculos, la belleza de la familia cristiana como la mejor
respuesta a los males de nuestro tiempo, nos devuelve a la vocación de plenitud
y de alegría que contiene nuestra vocación al amor, al gozo del amor: Amoris Letitia.
+ Rafael Zornoza
Obispo de Cádiz y Ceuta
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