La Iglesia mira en el tiempo de Pascua a
Cristo resucitado. Lo hace siguiendo los pasos de san Pedro, que lloró por
haberle negado, y reanudó su camino confesando, comprensible temor, su amor a
Cristo: «Tú sabes que te quiero» (Jn 21, 15.17). Lo hace unida a san Pablo, que
lo encontró en el camino de Damasco y quedó cautivado por Él: «Para mí la vida
es Cristo, y la muerte una ganancia (Fil 1, 21). Lo más grande es que la
Iglesia vive estos acontecimientos, después de dos mil años, como si hubieran
sucedido hoy. «¡Dulce recuerdo de Jesús –canta la Iglesia–, fuente de verdadera
alegría del corazón!»
Pero el caso es que hoy suceden otros acontecimientos. Estamos en un Año
jubilar, en el que vivir la misericordia de Dios y mostrarla en las catorce
obras hacia los demás en las que debemos desplegar nuestro compromiso y el amor
misericordioso del Padre en Cristo. Queremos ahondar en la Doctrina Social de
la Iglesia, orientación fundamental para la vida pública de los católicos. Y
miramos con cierto estupor la situación de España, cómo actúan las fuerzas y
partidos políticos en circunstancias no fáciles. Conscientes, pues, de la
presencia del Resucitado entre nosotros también preguntarnos, como aquellos que
le decían a Pedro en Jerusalén inmediatamente después de su discurso el día de
Pentecostés: «¿Qué hemos de hacer, hermanos?» (Hch 2, 37).
Yo sé que hemos de sacar un renovado impulso en la vida cristiana, haciendo
que sea además, la fuerza inspiradora de nuestro camino. Recuerdo aquí unas
luminosas palabras de san Juan Pablo II, cuando se dirigía a toda la Iglesia en
los inicios del nuevo milenio el 6 de enero de 2001, justamente haciéndose la
misma pregunta que le hicieron a Pedro: «Nos lo preguntamos con confiado
optimismo, aunque sin minusvalorar los problemas. No nos satisface ciertamente
la ingenua convicción de que haya una fórmula mágica para los grandes desafíos
de nuestro tiempo. No, no será una fórmula lo que nos salve, pero sí una
Persona y la certeza que ella nos infunde: ¡Yo estoy con vosotros! (Carta
apostólica Al comienzo del nuevo milenio, 29).
Se trata de conocer, amar y sobre todo imitar, para transformar la
historia, la sociedad: el tiempo y la cultura por la que se mueve la gente está
cambiando; hay que tener en cuenta el verdadero diálogo, pero nuestros
objetivos pastorales no deben cambiar, sino intensificarse: centrarnos en un
salir para evangelizar, mostrar qué es ser cristiano en los sacramentos de
iniciación, enseñar a nuestros hijos y nietos lo que es la verdadera familia y
la dignidad del ser humano sean o no de los nuestros. Y ser fieles a principios
esenciales: la igualdad entre hombre y mujer, la defensa de la vida, la vida
pública como servicio a los demás y no al propio interés, grupo o partido
político y la ayuda mutua entre grupos, movimientos e instituciones católicas.
Pero hay una cosa a hacer sin demora: «¡Tenemos que dar el honor debido al
matrimonio y la familia!», son palabras del Papa Francisco del 22 de abril de
2015. Cristo promete gracia a la unión conyugal y a la familia. Es la semilla
de la igualdad radical entre cónyuges hoy, que debe dar nuevos frutos.
¿No es un listón muy alto en una sociedad tan complicada como la nuestra
actual? Sin duda. Pero sería un contrasentido contentarse con una vida
mediocre. Se pregunta al catecúmeno: «¿Quieres recibir el Bautismo?, que es
como decirle: «¿Quieres ser santo?» Es nuestra vocación. El Señor no nos
abandonará.
+ Braulio Rodríguez Plaza
Arzobispo de Toledo
Primado de España
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