A
la habitación le faltaba un corazón, estaba vacía de cariño humano, lo mismo
que cuando no tienes fe y miras lo que te rodea y lo que eres: Un montón de
huesos, con pelo, extremidades y cara.
Me
dormí…
Al
abrir los ojos me sentí “desamparada”… ¿Tal vez en estos débiles momentos, el
diablo ataca? ¡Dios mío! Qué fácil es caer en la soledad de espíritu; qué fácil
creer cuando todo marcha y que difícil cuando nada a tu lado cambia.
Te
olvidas de lecturas, palabras, Muerte… Entiendo que no somos Santos, sino del montón de
los tropecientos mil y ¡claro! lo tenemos fatal, pero me dije, ellos son la
prueba palpable de la compañía de Dios.
¡Agárrate
a los milagros! Me dije y, recordé las enormes Gracias que Dios me había dado y
aunque no se nos aparezca nadie celestial (a ellos sí, qué suertaza), no
importa, es lo mejor qué Dios ha decidido para nosotros, pero…
¡Caray
con el caminito!, o te caes en un socavón que no ves ni torta o te topas con
una roca qué ya ya… Me hace gracia cuando dicen: “Dios quiere que seamos felices”, ¡Genial frase!, pero Jesús no lo
fue y yo tampoco. A mí que me dé una cuerda para salir de los boquetes y una
escalera para pasar al otro lado de la roca… Es lo que quiero.
-“Y
te los doy, espero aprendas a usar “la cuerda y la escalera”; cuando superes
obstáculo tras obstáculo, sabrás que estoy contigo.
¡Vale!
Es el duro combate de la fe, de la tristeza y de las sempiternas pruebas de
Dios.
Emma Díez Lobo
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