El Espíritu nos acompaña y enseña.
El
domingo pasado Jesús resucitado nos dijo que no nos ha abandonado, sino que
está en medio de nosotros por medio del amor. Hoy nos lo vuelve a decir y añade que esta presencia implica también la
presencia dinámica del Padre y del Espíritu.
Una de las facetas de la acción del Espíritu en
nosotros es que nos ayuda a comprender y actualizar la palabra de Dios en las
circunstancias concretas. Jesús habló anunciando la salvación en un contexto
cultural concreto y con problemas concretos. Cuando cambian la cultura y los
problemas, ¿hay que repetir siempre
literalmente sus enseñanzas y el resto de la palabra de Dios? ¿Es legítimo
profundizar en ellas para poder iluminar los nuevos problemas y la nueva situación cultural? ¿Es legítima
la evolución doctrinal y organizativa en la Iglesia? No todos lo aceptan, como
se ve después de los concilios, especialmente después del Vaticano II, en que
han surgido grupos disidentes. Por otra parte surgen herejías, ¿cómo discernir
la evolución correcta de la incorrecta? Jesús
anunció que es correcta y necesaria la evolución y que el Espíritu Santo ayudará
a su Iglesia, especialmente a los apóstoles, sus testigos cualificados, a
realizar esta profundización correctamente. El Espíritu Santo y la tradición
apostólica es la respuesta correcta.
La primera lectura ofrece
un ejemplo de esta acción. Recuerda el conflicto que se dio en la Iglesia
primitiva a propósito de la aceptación de los no judíos en la comunidad cristiana.
Todos estaban de acuerdo en que la obra salvífica de Jesús estaba destinada al
pueblo judío y a toda la humanidad, pero disentían en el modo. La razón era que
en los oráculos de los profetas se anuncia la venida de los gentiles a
Jerusalén para participar de la salvación mesiánica, por ejemplo Is 60. Unos
interpretaban estas palabras en el sentido de que los gentiles tenían que
hacerse previamente judíos circuncidándose y, como tales, recibir el bautismo,
pero otros, con más razón, decían que los oráculos solo anunciaban el hecho de
la llegada del Mesías salvador al pueblo judío y que esta salvación también se
ofrecía a los no judíos, sin necesidad de que se circuncidaran. Se reúnen
delegados de las comunidades con los apóstoles y dialogan sobre el problema,
incluso discuten fuertemente. Y llegan a una conclusión: no se tienen que
circuncidar los gentiles, pero en las comunidades en que haya judío y gentiles,
éstos deben evitar acciones repugnantes para los judíos. Para esta conclusión
se fundan en el hecho de que todas las verdades deben ser coherentes entre sí y
que atribuir a la circuncisión un valor salvador implicaba deformar la fe, pues
solo salva la muerte y resurrección de Jesús.
Y lo
interesante: se presenta la conclusión como obra del Espíritu Santo, con lo que
enseñan que el Espíritu interviene por medio de estos diálogos e incluso
fuertes discusiones, que son necesarias para llegar a la verdad. Lo importante
es hacerlo con recta intención.
La
palabra de Dios tiene que iluminar la vida de la Iglesia y de sus fieles y en
aplicación concreta hay que contar con la ayuda del Espíritu Santo en los
diversos niveles (toda la Iglesia, diócesis, parroquia, grupo eclesial), que
actuará en la medida en que se proceda con recta intención, con la debida
preparación (el Espíritu no suple el esfuerzo humano) y a la luz de toda la
palabra de Dios, pues el Espíritu no se puede contradecir.
En
la celebración de la Eucaristía el Espíritu nos ayuda a comprender la palabra
de Jesús y llevarla a la vida.
Rvdo. D. Antonio Rodríguez Carmona
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