Nos situamos en “la hora de Jesús”. Muchas veces
hemos oído al Señor hablar de “esa hora”.
“…Aún no ha llegado mi hora…”, repite
incesantemente. Ahora ya ha llegado. Y está dando a sus discípulos las últimas
advertencias y consejos para lo que ha de llegar de forma inminente: su
prendimiento, su sacrificio…su muerte, y su Resurrección.
El Maestro les está hablando del lugar que les prepara, y del camino a
seguir para llegar a él. Les anuncia su vuelta para llevarlos consigo…y no le
entienden. Tomás le dice: “...Señor, no
sabemos a dónde vas, ¿cómo vamos a saber el camino?...” Le dice Jesús: “Yo soy
el Camino, la Verdad y la Vida, nadie va al Padre sino por mí; si me conocéis a
mí, conoceréis también a mi Padre…”.
De modo que llevan tres años con Él, han sido
testigos de multitud de milagros, han visto resucitar a Lázaro y a muchos
muertos, y no le conocen… Será Tomás el que después de la muerte de Jesús, no
crea en su Resurrección. Ahora desconoce el lugar a donde va su Maestro, luego
le faltará fe. También nos dejara una bellísima oración: “Señor mío y Dios mío”, reconociéndole como Dios. Es, en cierto
modo, el apóstol de la lógica real del hombre que pisa la tierra, pero su
cabeza todavía no se eleva al cielo.
Él piensa: si no conozco el camino, no puedo volver
a encontrarlo para ir con Él. Piensa: dicen que ha resucitado, pero yo necesito
ver y tocar. Es el paradigma del hombre actual.
Felipe no se queda atrás: “…Señor, muéstranos al Padre y nos basta…”. Jesús le dice: “Tanto
tiempo hace que estoy con vosotros, Felipe, y ¿no me conoces? ¿No crees que
esté en el Padre, y el Padre en mí?
Y a esta pregunta no le sigue ninguna contestación.
Hay las dudas lógicas de unos discípulos atemorizados que aún no han recibido
el Espíritu Santo. Por eso Jesús les anuncia que es buena para ellos su
partida; así el Padre les enviará el Espíritu. Y es más: les indica, nos
anuncia también a nosotros, en qué consiste el amor que hemos de dar a Dios: “…si alguno me ama guardará mis Palabras; y
mi Padre le amará, y vendremos a Él y haremos morada en él…”
Tremendas
palabras de Jesucristo: “si alguno me ama…”. Él mismo duda si habrá alguien en
la tierra que sea capaz de amarle…Después del sacrificio cruento terrible y
gratuito, inmerecido por nosotros, para nuestra salvación, ¿habrá alguien que
no sea capaz de amarle? En nuestra vida, ¿alguien nos amó así?
Y la forma de amarle es clara: guardar su Palabra,
guardar su Evangelio; guardarlo como María de Nazaret guardaba “esas cosas” en
su corazón, haciéndolas suyas, incorporándolas a su ser.
Alguna vez pienso en cómo he de amar a Dios: Él
mismo dice cómo: GUARDANDO SU EVANGELIO.
De ahí emana toda la Revelación, toda la Ley entregada por Dios-Yahveh a
Moisés; toda la Ley y los Profetas, como nos dice la Escritura.
Lo que los profetas anunciaron y no vieron, el Rostro
de Dios que pedía Moisés, a nosotros nos ha sido revelado en el Rostro de
Jesucristo. Ya le podemos ver y no morir. Jesucristo está vivo en el Evangelio
cada vez que abrimos su letra impresa. Jesucristo está vivo cada vez que
comemos su carne en la Eucaristía; Jesucristo está vivo en el sagrario cuando
vamos a rezarle.
En lo más escondido de nuestro ser, ahí está Dios.
San Agustín decía que Dios es “interior
íntimo meo”, está en lo más íntimo de nuestro yo. Ahora podemos”conocer a
Dios en Jesucristo” y esperar ese lugar que nos tiene prometido junto a Él.
Alabado sea Jesucristo
Tomas Cremades Moreno
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