Cristo nos
resucitará por medio de su Espíritu.
La preparación cuaresmal termina con una invitación a
admirar el futuro que nos ha conseguido Jesús con su muerte y resurrección:
compartiremos plenamente su resurrección y con ello su felicidad.
Si el pecado introdujo la muerte en el mundo, el Dios
de la misericordia y la redención copiosa (Salmo responsorial), promete su
Espíritu para que tengamos de nuevo la vida, y además vida en plenitud (primera
lectura); más adelante lo cumple con la muerte de Jesús, que va a dar vida a
Lázaro consciente de que este acto le costará su vida (Evangelio), y
finalmente nos ayuda a hacerlo realidad
con una vida bautismal en el Espíritu (segunda lectura).
Marta, como creyente judía, esperaba la resurrección de
los muertos al final de la historia, pero Jesús proclama que con él, con su
resurrección, ya ha llegado la resurrección. Yo soy la resurrección (que es la plenitud de) la vida, no un simple
revivir volviendo a la misma existencia terrena. Jesús resucitado personifica
la resurrección, que por ello no es
simple transformación positiva del ser, que lo es, sino unión plena de amor con
él, compartiendo su plenitud, en unión con todos los que también la comparten,
la Iglesia celestial. Y todo ello porque previamente se encarnó, se hizo
solidario con la humanidad y su representante natural ante Dios, de tal manera
que su muerte es muerte de todos y su resurrección es resurrección de todos.
Nuestra resurrección será actualización
de este derecho que nos ha conquistado. Así se hace realidad lo anunciado por
Caifás de que conviene que muera uno por
todo el pueblo.
Jesús nos dice también cómo y cuándo actualizamos este derecho: el que cree en mí, aunque muera (físicamente), vivirá (plenamente en la resurrección,
pues la muerte física sólo será un episodio transitorio), y todo el que vive y cree en mí, no morirá para siempre. La respuesta básica es la fe en sentido
volitivo de entrega existencial a Jesús, entrega que se celebra
sacramentalmente en el bautismo. En él el Espíritu nos une a Cristo para
compartir su vida, ahora su muerte y después su resurrección. Si vivimos de
acuerdo con el Espíritu en esta nueva situación, él nos resucitará, lo mismo
que resucitó a Jesús (segunda lectura).
Este mensaje es una invitación apremiante al final de
la cuaresma a valorar y agradecer nuestra situación, y a corresponder a ella.
Nuestra resurrección no es un simple episodio del final, sino la consumación de
una vida unida a Jesús. Realmente, según la opción que tomemos, ahora nos
juzgamos y salvamos o nos condenamos. El final será ratificación de nuestra
libre opción: si elegimos una vida de amor y amistad con Jesús, el final será
la consumación de esta amistad, compartiendo su resurrección.
La Eucaristía es celebración sacramental de esta
realidad. En ella el Espíritu nos capacita para agradecer al Padre por Jesús el
don de la vida que nos ofrece y pedimos la fuerza del mismo Espíritu para
hacerlo realidad en cada momento, creciendo constantemente en la amistad con Jesús hasta llegar a la resurrección con él.
D. Antonio
Rodríguez Carmona
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