Decimos de
quienes se contrarían, que están malhumorados. Sí, que se les ha colado un mal
humo en los adentros y les deja contrariados. Pero las cosas no tienen esas
penurias ahumadas malamente, aunque la vida nos complique la andadura y nos
haga fatigar y hasta afogarnos en las cuestas arriba, o nos
precipite desbocados en las cuestas abajo. Hay un modo distinto de ver las
cosas, que aunque éstas no cambien, son otras si las miramos asomados desde
otros ojos.
A
veces la vida huele a azahar y sabe como a tomillo, y la tierra te llena de
frescor mañanero, tanto que parece recién bañada con matutino remojo. Y además,
si se la sabe mirar, más aún, si se sabe amarla, ¡entonces qué fácil es
descubrir su íntimo secreto que te llena de paz y alegría el alma!
La Pascua
florida nos trae esa canción. No se trata de una poesía enajenante que nos saca
del quicio y del huerto, que nos emboba distraídos para no afrontar las cosas
como la vida requiere. Pero la Pascua florida tiene esa belleza siempre nueva,
que se estrena en esperanza y que se brinda con sonrisas, no como si nada
hubiese pasado o como si nada estuviese pasando, sino precisamente en medio de
todo esto.
Hemos
vuelto a guardar nuestros capisayos semanasanteros, y hemos regresado a
nuestros habituales asuntos tras la tregua piadosa de los días más cristianos
del año. Y no se trata de volver cansinos a la carga, al hoyo o al bollo de lo
cotidiano con una mueca de derrota como quien debe reemprender lo propio con
enfado.
La
Pascua florida nos dice que hay algo que realmente vuelve a comenzar rompiendo
el maleficio que nos hace rehenes tristes de una inercia difícil de cambiar.
Los inviernos y sus inclemencias, esos fríos que congelan toda posible calidez,
dejan paso inevitablemente a una primavera que de modo imparable nos explota
fecunda la vida. Es lo que significa la palabra hebrea “pascua”, el paso, lo
que acontece sin que nada ni nadie lo pueda detener. Dios pasa y pasea su vida
habiendo vencido de mil modos la parada acorralante de la muerte. Esta es la
Pascua que en este día vemos florecer, como se abre la flor en lo que fuera
semilla, como se abre la flor en lo que luego será fruto también.
Nos
llena de santa alegría esta esperanza cierta, una esperanza cumplida que una y
otra vez se hace hueco en medio de nuestras cuitas, de nuestros desconciertos,
de nuestros cansancios y nuestros miedos. Hay algo que se hace rebelde en
nosotros por dentro, cuando una extraña y dulce fortaleza se resiste a que la
vida se haga lenta, pesada, cansina y sin derrotero. Y esto es la exigencia de
nuestro corazón que se hace demanda, se hace plegaria, se hace gracia en el
encuentro. Sí, un encuentro entre mis preguntas más mías, y las respuestas del
Señor que me las revela.
Pascua
florida, regreso estrenador de la vida, donde nuestros sepulcros quedan vacíos
y la muerte vencida. La luz se demostró más grande infinitamente que todas
nuestras oscuridades juntas. La bondad se hizo hueco en medio de nuestras
maldades. La gracia del Resucitado ha logrado hacer caducas a nuestras
desgracias mortales. Y la vida misma, nos narra de tantos modos el regalo que
Dios nos hace al abrazar nuestra realidad espesa y nuestra humanidad herida.
Cristo ha vencido. Albricias es el canto. Nosotros los testigos y una alegría
pascual nuestra seña y nuestro santo. Nos inunda a raudales la Santa Pascua
florida. Felicidades.
Recibid mi
afecto y mi bendición,
+ Fr. Jesús Sanz Montes, ofm
Arzobispo de Oviedo,
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