DOMINGO
DE LA DIVINA MISERICORDIA
Los grandes dones de la resurrección: espíritu santo,
fe, paz, alegría, misión.
Este domingo pone
fin a la gran octava pascual, en la que en los primeros siglos de la Iglesia
los recién bautizados terminaban su semana de fiesta, quitándose la túnica
blanca que habían vestido, y comenzaban
la vida ordinaria en la oscuridad de la fe. Esta circunstancia explica la
elección del evangelio, que recuerda dos apariciones de Jesús, una el día de la
resurrección y otra a los ocho días. En su evangelio Juan presenta en torno a
la muerte y resurrección todos los grandes dones que Jesús muerto y resucitado
ha dado a la Iglesia. En el relato de la muerte ha presentado la maternidad de
María y los sacramentos del bautismo y de la eucaristía simbolizados en el agua
y sangre del costado de Jesús; en el primer relato de aparición la paz, la
alegría, el Espíritu, la misión, en el segundo la fe. Se nos invita a profundizar en estos dones
como medio de aproximarnos al misterio de la resurrección. Ayudará hacerlo con
cierto orden lógico: Espíritu, fe, paz, alegría, misión.
San
Juan Pablo II invitó a celebrar estos dones desde el prisma de la misericordia. Si misericordia es
sintonizar con el necesitado y hacer todo lo posible para sacarlo de su
situación, realmente Cristo resucitado es la personificación de la
misericordia, pues sintonizó con la condición humana, haciéndose uno en todo
igual a nosotros menos en el pecado, e hizo todo lo que pudo, entregó su vida,
con la que nos ha puesto en camino de salvación con los dones que nos ha
conseguido.
El Espíritu Santo es el gran don de la
resurrección. Es el mismo Espíritu por el que Jesús se ofreció a sí mismo,
haciendo de su existencia una ofrenda viviente (Hebr 9,14), y el que lo
resucitó, divinizando su humanidad (Rom 8,11). Ahora Jesús nos lo entrega,
porque quiere que repita este mismo proceso en sus hermanos, con los que ha
compartido la humanidad; quiere que todos compartamos su camino y su meta
gloriosa. A partir de ahora el nombre del Espíritu será “Espíritu de Jesús”; él
es el gran protagonista de la obra de la salvación: por la fe y el bautismo nos
une a Cristo resucitado (segunda lectura), nos hace miembros de su cuerpo, nos
fortalece y guía para vivir compartiendo la muerte de Jesús, y al final nos
hará compartir su resurrección (Rom 8,11).
Es
importante el don de la fe. En su
evangelio Juan pone de relieve la importancia de las apariciones con las que
Jesús constituyó a un grupo testigos
cualificados de su resurrección con la misión de dar testimonio a toda la
humanidad. Es la fe apostólica que está en el origen de nuestra fe y estos días
se nos recuerda de nuevo en la liturgia (primera lectura) y que, según 1 Jn
1,1-4, nos iguala a los que “han oído,
visto y tocado” al Señor resucitado.
En la segunda aparición del evangelio de hoy Jesús declara a Tomás que es bienaventurado el que ha creído sin haber
visto. Esta es nuestra situación, porque es realmente el Espíritu el que,
ante la proclamación de los apóstoles, crea
en nosotros sin haber visto una convicción firme. Al igual que Jesús en su
ministerio público ha renunciado a grandes pruebas de su misión, ahora también
ha querido usar de medios pobres, el sepulcro vacío y el testimonio apostólico,
para proclamar su resurrección. Son medios humanamente pobres, pero poderosos por medio del Espíritu.
La paz no es sólo un saludo, en este
caso tiene valor constituyente, Jesús ofrece la paz que ha creado con su
resurrección. Paz, chalon, en hebreo
significa armonía. Con su
resurrección Jesús es nuestra paz... pues por
él tenemos acceso al Padre en un mismo Espíritu (Ef 2,14.18). En Cristo somos hijos del Padre
y hermanos entre nosotros, recibiendo así la debida armonía como miembros de su cuerpo.
La alegría es un don inseparable del
Espíritu y de la paz. Se trata de compartir la alegría auténtica, cuyo
principio y fuente es Dios Padre; es la alegría
que comparte Jesús y quiere que sus discípulos también compartan (Jn 17,13).
Lo que prometió, ahora se ha hecho realidad: Vosotros ahora estáis tristes, pero de nuevo os veré, y se alegrará
vuestro corazón y nadie será capaz de quitaros vuestra alegría (Jn 16,22). Se alegraron los discípulos al ver al Señor
(Evangelio). Es la alegría, inseparable del amor, que da sentido a la vida, al saberse el
discípulo amado por Dios y con una vida nueva, segura y con sentido.
Finalmente
el don de la misión. Los dones de
Dios son dinámicos.
Dios es la fuente de la vida, la felicidad,
la alegría, la perfección y nos las da para que las compartamos con los demás.
El don de la fe en la resurrección de Jesús que hemos recibido, es para
compartirlo, prolongando así el testimonio apostólico. Por eso Jesús subraya de
un modo especial que el don de la fe y vida nueva exige ser transmitido, como
el agua, que corre y da vida, pero que cuando se estanca, se puede echar a
perder. La misión forma parte de la vida cristiana.
En
cada Eucaristía Jesús actúa como pontífice misericordioso, que nos comprende y
ayuda, ofreciéndonos sus dones, y nos envía en misión para que los trasmitamos
a los demás.
Rvdo. don Antonio Rodríguez Carmona
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