La Semana
Santa que vamos a empezar es una semana donde pasa de todo. Resulta curioso que
en siete u ocho días sucedan tantas cosas. Y no sé si llamarla la “Semana
Grande de Dios”, o la “Semana Grande de los hombres”, porque, a decir verdad,
es la semana central de la vida de Jesús y también la semana central de los
hombres. Dios y los hombres son los grandes personajes de esta semana. Aunque
la peor parte la lleva Dios.
Y por más que los hombres
quedemos mal, sin embargo, somos los más beneficiados de esta semana.
Es la peor semana de Dios
entre los hombres, porque nos hemos ensañado con Él. En pocos días, lo hemos
juzgado, condenado, crucificado y muerto en la Cruz. Uno se pregunta ¿cómo es
que Dios se somete al capricho y a la libertad de los hombres? ¿Y cómo los
hombres son capaces de tratar así a Dios?
Pero esa es la realidad de
esta semana. Los hombres empeñados en eliminar a Dios y Dios empeñado en salvar
a los hombres. Los hombres empeñados en juzgar y condenar a Dios y Dios empeñado
en amar y salvar a los hombres.
La verdad que no resulta
fácil entender el comportamiento de Dios dejándose manejar, dejándose juzgar y
condenar a muerte por los hombres. Pero no resulta menos difícil comprender el
atrevimiento de los hombres haciéndose jueces de Dios. Por eso, la Semana Santa
revela la verdad de Dios de cara a los hombres y la verdad de los hombres de
cara a Dios. Es el momento de entrar en el corazón de Dios y también de entrar
en el corazón del hombre; de lo que es capaz de hacer Dios por el hombre y lo
que es capaz de hacer el hombre con Dios. Claro que los hombres no hablamos de
Dios, sino de un revoltoso, de un iluso que dice llamarse Hijo de Dios. Y hasta
cierto punto pareciera verdad. Se puede condenar y eliminar a Dios pensando que
se trata de un peligro para nosotros. Por algo dijo Jesús en la Cruz: “Padre,
perdónales porque no saben lo hacen”. ¿Sabían de verdad los Sumos Sacerdotes y
los escribas que estaban juzgando a Dios? ¿Sabían los hombres, como Pilato que
estaban sentenciando a Dios? Es posible que no. Pero no por eso quedan
justificados. Aunque no fuese Dios tampoco se puede condenar tan fácilmente a
un hombre, y peor todavía cuando se lo reconoce inocente. Además, ¿no había
demasiados intereses humanos y religiosos de por medio? No entenderemos el
comportamiento de Dios si no conocemos el corazón de Dios, pero tampoco
conoceremos al hombre sin conocer la verdad de su corazón.
Por eso, queridos amigos,
durante esta semana todos estamos llamados a situarnos dentro del conjunto de
personajes que aquí aparecen.
Es posible que el nombre de
Pilato hoy pueda llevar tu nombre y mi nombre.
Es posible que el nombre de Herodes hoy pueda llevar tu nombre y también el mío.
Es posible que el nombre de Herodes hoy pueda llevar tu nombre y también el mío.
Es posible que el nombre de
Pedro hoy pueda llevar tu nombre y mi nombre.
Es posible que el nombre de Cireneo hoy pudiera ser mi nombre y el tuyo.
Porque en realidad, los autores de la Pasión de Jesús somos todos. Unos de una manera y otros de otra.
Es posible que el nombre de Cireneo hoy pudiera ser mi nombre y el tuyo.
Porque en realidad, los autores de la Pasión de Jesús somos todos. Unos de una manera y otros de otra.
¿Y cuál creen ustedes que
debiera ser nuestra experiencia sobre Jesús en estos días de Semana Santa?
En primer lugar, yo les
invitaría a todos a olvidarse de todas esas películas que lo único que hacen es
destacar los sufrimientos, la sangre, lo terrible de la Pasión. No negamos que
la Pasión fue algo de verdad serio y tremendo, sobre todo la crucifixión y
muerte.
Pero si nos quedamos sólo con los sufrimientos no habremos descubierto la verdad de la Pasión. Es posible que también aquí el árbol nos impida ver el bosque. El sufrimiento es importante. Pero tenemos que mirar más allá de los sufrimientos.
Porque la verdad de esta semana es la revelación del amor de Dios.
Los sufrimientos pudieran crearnos la conciencia de que el cristianismo es un dolorismo. Y los dolores de la Pasión no son sino la revelación de cuánto nos ama Dios. Si no descubrimos el amor que Dios nos tiene no hemos entendido nada de cuanto celebramos esta semana.
Juan lo dice bien claro: “Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único para que el mundo se salve”. Más que Semana Santa, a mí me encantaría pudiéramos llamarla “La Semana del Amor”.
Pero si nos quedamos sólo con los sufrimientos no habremos descubierto la verdad de la Pasión. Es posible que también aquí el árbol nos impida ver el bosque. El sufrimiento es importante. Pero tenemos que mirar más allá de los sufrimientos.
Porque la verdad de esta semana es la revelación del amor de Dios.
Los sufrimientos pudieran crearnos la conciencia de que el cristianismo es un dolorismo. Y los dolores de la Pasión no son sino la revelación de cuánto nos ama Dios. Si no descubrimos el amor que Dios nos tiene no hemos entendido nada de cuanto celebramos esta semana.
Juan lo dice bien claro: “Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único para que el mundo se salve”. Más que Semana Santa, a mí me encantaría pudiéramos llamarla “La Semana del Amor”.
La historia de la Pasión es
una historia de amor. Un amor que se expresa en el dolor y el sufrimiento. Pero
ni el dolor ni el sufrimiento pueden ser el fin. El fin es que nosotros nos
sintamos amados por Dios. Al fin y al cabo, los únicos pedazos de alma y de
vida que valen la pena en nosotros son aquellos que hemos entregado por amor a
nuestros hermanos. Más que exclamar ¡cuánto sufrió! Sería mejor que todos
pudiésemos gritar: ¡Cuánto nos amó y nos ama! Más que lamentarnos de cuánto
sufrimos, mejor nos preguntamos ¿cuánto amamos?
Pero, amigos, la Semana
Santa no termina en la Cruz. Si terminase en la Cruz, todo terminaría en
muerte. Y esto no es verdad. La Semana Santa termina en la Pascua. Y esto nos
tendría que llevar a revalorizar las celebraciones litúrgicas de la Vigilia
Pascual. Porque es en la Vigilia Pascual donde: Las tinieblas se hacen luz. La
muerte comienza a tener sabor de vida.
Es semana de muerte, pero
también semana de vida. Es semana que nos habla de muerte y de sepultura, pero
también nos habla de un amanecer pascual con un sepulcro vacío y un Cristo
nuevo resucitado y con nosotros, hombres y mujeres nuevos resucitados con Él.
Que todos podamos amanecer el domingo con un corazón nuevo, transformado por el
misterio de su Muerte y Resurrección y que juntos, podamos entonar gozosos el
ALELUYA, ALELUYA, ALELUYA, EL SEÑOR RESUCITO.
J. Jáuregui
No hay comentarios:
Publicar un comentario