lunes, 10 de abril de 2017

La Semana Santa


La Semana Santa que vamos a empezar es una semana donde pasa de todo. Resulta curioso que en siete u ocho días sucedan tantas cosas. Y no sé si llamarla la “Semana Grande de Dios”, o la “Semana Grande de los hombres”, porque, a decir verdad, es la semana central de la vida de Jesús y también la semana central de los hombres. Dios y los hombres son los grandes personajes de esta semana. Aunque la peor parte la lleva Dios.

Y por más que los hombres quedemos mal, sin embargo, somos los más beneficiados de esta semana.
Es la peor semana de Dios entre los hombres, porque nos hemos ensañado con Él. En pocos días, lo hemos juzgado, condenado, crucificado y muerto en la Cruz. Uno se pregunta ¿cómo es que Dios se somete al capricho y a la libertad de los hombres? ¿Y cómo los hombres son capaces de tratar así a Dios?
Pero esa es la realidad de esta semana. Los hombres empeñados en eliminar a Dios y Dios empeñado en salvar a los hombres. Los hombres empeñados en juzgar y condenar a Dios y Dios empeñado en amar y salvar a los hombres.
La verdad que no resulta fácil entender el comportamiento de Dios dejándose manejar, dejándose juzgar y condenar a muerte por los hombres. Pero no resulta menos difícil comprender el atrevimiento de los hombres haciéndose jueces de Dios. Por eso, la Semana Santa revela la verdad de Dios de cara a los hombres y la verdad de los hombres de cara a Dios. Es el momento de entrar en el corazón de Dios y también de entrar en el corazón del hombre; de lo que es capaz de hacer Dios por el hombre y lo que es capaz de hacer el hombre con Dios. Claro que los hombres no hablamos de Dios, sino de un revoltoso, de un iluso que dice llamarse Hijo de Dios. Y hasta cierto punto pareciera verdad. Se puede condenar y eliminar a Dios pensando que se trata de un peligro para nosotros. Por algo dijo Jesús en la Cruz: “Padre, perdónales porque no saben lo hacen”. ¿Sabían de verdad los Sumos Sacerdotes y los escribas que estaban juzgando a Dios? ¿Sabían los hombres, como Pilato que estaban sentenciando a Dios? Es posible que no. Pero no por eso quedan justificados. Aunque no fuese Dios tampoco se puede condenar tan fácilmente a un hombre, y peor todavía cuando se lo reconoce inocente. Además, ¿no había demasiados intereses humanos y religiosos de por medio? No entenderemos el comportamiento de Dios si no conocemos el corazón de Dios, pero tampoco conoceremos al hombre sin conocer la verdad de su corazón.
Por eso, queridos amigos, durante esta semana todos estamos llamados a situarnos dentro del conjunto de personajes que aquí aparecen.
Es posible que el nombre de Pilato hoy pueda llevar tu nombre y mi nombre.
Es posible que el nombre de Herodes hoy pueda llevar tu nombre y también el mío.
Es posible que el nombre de Pedro hoy pueda llevar tu nombre y mi nombre.
Es posible que el nombre de Cireneo hoy pudiera ser mi nombre y el tuyo.
Porque en realidad, los autores de la Pasión de Jesús somos todos. Unos de una manera y otros de otra.
¿Y cuál creen ustedes que debiera ser nuestra experiencia sobre Jesús en estos días de Semana Santa?
En primer lugar, yo les invitaría a todos a olvidarse de todas esas películas que lo único que hacen es destacar los sufrimientos, la sangre, lo terrible de la Pasión. No negamos que la Pasión fue algo de verdad serio y tremendo, sobre todo la crucifixión y muerte.
Pero si nos quedamos sólo con los sufrimientos no habremos descubierto la verdad de la Pasión. Es posible que también aquí el árbol nos impida ver el bosque. El sufrimiento es importante. Pero tenemos que mirar más allá de los sufrimientos.
Porque la verdad de esta semana es la revelación del amor de Dios.
Los sufrimientos pudieran crearnos la conciencia de que el cristianismo es un dolorismo. Y los dolores de la Pasión no son sino la revelación de cuánto nos ama Dios. Si no descubrimos el amor que Dios nos tiene no hemos entendido nada de cuanto celebramos esta semana.
Juan lo dice bien claro: “Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único para que el mundo se salve”. Más que Semana Santa, a mí me encantaría pudiéramos llamarla “La Semana del Amor”.
La historia de la Pasión es una historia de amor. Un amor que se expresa en el dolor y el sufrimiento. Pero ni el dolor ni el sufrimiento pueden ser el fin. El fin es que nosotros nos sintamos amados por Dios. Al fin y al cabo, los únicos pedazos de alma y de vida que valen la pena en nosotros son aquellos que hemos entregado por amor a nuestros hermanos. Más que exclamar ¡cuánto sufrió! Sería mejor que todos pudiésemos gritar: ¡Cuánto nos amó y nos ama! Más que lamentarnos de cuánto sufrimos, mejor nos preguntamos ¿cuánto amamos?
Pero, amigos, la Semana Santa no termina en la Cruz. Si terminase en la Cruz, todo terminaría en muerte. Y esto no es verdad. La Semana Santa termina en la Pascua. Y esto nos tendría que llevar a revalorizar las celebraciones litúrgicas de la Vigilia Pascual. Porque es en la Vigilia Pascual donde: Las tinieblas se hacen luz. La muerte comienza a tener sabor de vida.
Es semana de muerte, pero también semana de vida. Es semana que nos habla de muerte y de sepultura, pero también nos habla de un amanecer pascual con un sepulcro vacío y un Cristo nuevo resucitado y con nosotros, hombres y mujeres nuevos resucitados con Él. Que todos podamos amanecer el domingo con un corazón nuevo, transformado por el misterio de su Muerte y Resurrección y que juntos, podamos entonar gozosos el ALELUYA, ALELUYA, ALELUYA, EL SEÑOR RESUCITO.
J. Jáuregui


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