Yo soy la
resurrección y la vida (Jn 12, 1-45)
Una de las ideas más
insidiosas que se han en la sociedad moderna en torno a la religión es la
sospecha de que hay que eliminar a Dios para poder salvar la dignidad y
felicidad de los hombres. -------
De hecho, son
bastantes los que poco a poco van abandonando su “mundo de creencias y
prácticas” porque piensan que es un estorbo que les impide vivir. No entienden
que Cristo pueda decir que ha venido, no para que los hombres “perezcan”, sino
para que “tengan vida definitiva”.
La religión que ellos
conocen no les ayuda a vivir. Hace tiempo que no pueden experimentar a Cristo
como fuente de vida, y se sorprenden al saber que hay hombres y mujeres que
creen en Él precisamente porque desean vivir de manera más plena.
Y, sin embargo, es
así.
El verdadero creyente
es una persona que no se contenta con vivir de cualquier manera. Desea dar un
sentido acertado a su vida. Responder a esas preguntas que nacen dentro de
nosotros: ¿De dónde le puede llegar a mi vida un sentido más pleno? ¿Cómo puedo
ser yo más humano? ¿En qué dirección he de buscar?
Si hay tantas
personas que hoy, no sólo no abandonan la fe, sino que se preocupan más que
nunca de cuidarla y purificarla, es porque sienten que Cristo les ayuda a
enfrentarse a la vida de un modo más sano y positivo.
No quieren vivir
a medias. Tampoco les satisface “ser un vividor”. Lo que buscan desde Cristo es
estar en la vida de una manera más convincente, humana y gratificante.
Lo lamentable no es
que algunas personas se desprendan de una “religión muerta” que no les ayuda en
modo alguno a vivir. Eso es bueno y purificador. Lo triste es que no lleguen a
descubrir una “manera nueva de creer” que daría un contenido totalmente
diferente a su fe.
Para esto, lo
primero es entender la fe de otra manera. Intuir que ser cristiano es, antes
que nada, buscar con Cristo y desde Cristo cuál es la manera más acertada de
vivir. Como ha dicho Jean Cardonnel, “ser cristiano es tener la audacia de ser
hombre hasta el final”.
Alentado por el mismo
Espíritu de Cristo, el cristiano va descubriendo nuevas posibilidades a su vida
y va aprendiendo maneras nuevas y más humanas de amar, de disfrutar, de
trabajar, de sufrir, de confiar en Dios.
Entonces la religión
va apareciendo a sus ojos como algo que antes no sospechaba: la fuerza más
estimulante y poderosa para vivir de manera plena. Ahora se da cuenta de que
abandonar la fe en Cristo no sería sólo “perder algo”, sino “verse perdido” en
medio de un mundo que no tendría ya un futuro y una esperanza definitivos.
Poco a poco, el
creyente va descubriendo que esas palabras de Jesús “Yo soy la resurrección y
la vida” no son sólo una promesa que abre nuestra existencia a una esperanza de
vida eterna; al mismo tiempo va comprobando que, ya desde ahora, Jesucristo es
alguien que resucita lo que en nosotros estaba muerto, y nos despierta a una
vida nueva,
(Ed.. Buenas Noticias)
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