El Señor resucitado presente en
nuestra vida y en la Eucaristía
El relato de la
aparición de Jesús a los discípulos de Emaús nos muestra uno de los modos que
emplea Jesús para revelarse a unos discípulos que habían vivido su muerte como
un fracaso. Parte Jesús del hecho de que
su muerte y resurrección son dos caras de
un mismo misterio: cuando llegó al final
del proceso de muerte real, comenzó su resurrección, es decir, cuando entregó
totalmente su vida por amor - nos amó hasta el extremo – es acogido por
el amor trasformador del Padre. No sabemos cómo ni cuándo tuvo lugar esta
trasformación de su humanidad, pues sólo se nos ha dado a conocer el momento en
que Dios nos lo ha revelado, lo que conocemos como domingo de resurrección. El tercer día¸ fórmula que en la literatura judía significa la hora
de la verdad en que Dios libera al justo afligido, se refiere en nuestro caso al momento de la proclamación de la
resurrección.
Dos discípulos han
contemplado el misterio pascual desde la faceta externa e histórica, la
crucifixión, y la han vivido como un
fracaso: esperaban que él sería quién
rescataría a Israel política y militarmente. La realidad es que ha muerto crucificado. Ya han pasado tres
días de esto. Se han enterado de que
unas mujeres han visto el sepulcro vacío y han asegurado que unos ángeles
afirman que vive, pero están desconcertados y van de vuelta de todo esto, tristes.
La psicología
propia de un fracasado. Jesús se les une y comienza el proceso. Lo primero que
les pide es que reordenen los hechos vividos. Después les invita a iluminarlos
con la palabra de Dios. No se nos dice qué textos concretos citó Jesús, sólo
que adujo los que mostraban que el Mesías tenía que padecer para entrar así en
su gloria. Realmente en el AT son abundantes los textos del justo perseguido y
siempre vindicado por Dios o en esta vida o después de morir, resucitándolo.
Ningún justo ha conseguido la meta final sin pasar por la persecución. Aquí
radica el problema de los dos discípulos, en juzgar el final de Jesús con
criterios humanos y no con la luz de Dios, y esto a pesar de que el mismo Jesús
ya había anunciado su muerte y resurrección. Pero los criterios humanos
ahogaron estas luces y entonces no entendieron nada. Ahora ardían sus corazones mientras les declaraba las Escrituras. ¡Con
cuánta convicción les inculcaría Jesús esta idea! La mente ya está lista.
Pero no basta tener
ideas claras, es necesario tener una voluntad fuerte para decidirse y dar el
paso. Por eso ahora le toca su turno al corazón. Jesús hace ademán de seguir
adelante para suscitar en ellos un gesto de amor, en concreto, un acto de
hospitalidad: Quédate con nosotros. Ya
está todo listo para que, al partir Jesús
el pan, se les abrieran los ojos y
lo reconocieran. Bastó un gesto. Aquello ciertamente no fue una Eucaristía, pero Lucas piensa en ella y
nos ofrece un camino para descubrir al Señor resucitado en cada celebración.
Siempre que llevamos con amor a la celebración nuestra vida con sus
sufrimientos y el dolor del mundo y los iluminamos con la palabra de Dios,
experimentaremos la presencia del Señor resucitado.
Al resucitar, la
humanidad de Jesús ha trascendido la condición humana y participa de la
condición divina. Ahora puede estar presente en todos los tiempos y lugares.
Por eso está presente no sólo en toda celebración de la Eucaristía, sino en todas partes, especialmente en el corazón
de todos los hombres. Como nuevo Adán
está en el fondo de toda existencia humana inspirando con su Espíritu buenos
pensamientos y deseos y ofreciendo su gracia para llevarlos a cabo.
En este contexto la
misión cristiana tiene un sentido especial: no se trata de “llevar a Jesús”, a
una persona, pues ya está en ella, sino
de ayudarla a descubrir esa presencia y a aceptarla explícitamente en su vida
mediante la fe y el bautismo. Los caminos para ello son variados, y uno
importante es el proceso de Emaús. Punto de partida son las experiencias
negativas que se presentan en la vida: fracasos, desilusiones, el dolor y la
muerte... Son experiencias de muerte en cuyo fondo está la experiencia de la
resurrección. Analizadas a la luz de la palabra de Dios ayudan a descubrir la
presencia de Cristo, pero es necesario que vayan acompañadas de una actitud de
amor por la humanidad. En estas condiciones
el que busca está en disposición
de que “se le abran los ojos” y
reconozca a Jesús.
D.
Antonio Rodríguez Carmona
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