Lo que fue «tabú» en mi juventud era hablar de sexo.
Hoy, en cambio, lo que está realmente prohibido es hablar del dolor, de la
enfermedad o de la muerte. Tratan de ocultar, ignorar o suplantar este misterio
-tan humano como natural- con la supuesta «sociedad del bienestar». Muchos se
autoengañan. Se creen más modernos, libres y felices. El paso de la vida nos
ayuda a relativizar y confesar que aquellas promesas no lograron realmente
saciar el anhelo de eternidad y trascendencia que todo ser humano lleva impreso
en su corazón. Tratan de engañarnos, ocultándonos nuestro verdadero origen y
destino: «Llamados a vivir eternamente, en la LUZ del amor de Aquel que un día
me creó».
Permitidme que, con todo respeto y humildad, pero con
toda claridad, os comparta mi pobre verdad que traté de evocar en el entierro
de mi padre:
−¿A dónde van -preguntó Martina a su abuelo- los que
se mueren?
−Al cielo
−Y ¿dónde está el cielo?
−El cielo es un «lugar» (ámbito) lejano y a la vez muy
cercano. Bellísimo, de grandes y hermosas praderas, donde viven las personas
transparentes.
−«¡TRANSPARENTES!»
−Sí, «transparentes»
−Mira, Martina, todo lo que existe, en un cierto
momento, cambia de estado… pasa por una «puerta» a otro mundo, el mundo de la
LUZ y allí vive para siempre. Allí todo vive en la LUZ del amor de AQUEL que
las ha creado.
−¡Entonces…!
−Nada se pierde para siempre.
El abuelo de Martina, según refiere Susana Tamaro en
su bellísimo libro: «Tobías y el ángel», tiene razón. En la vida no sólo existe
lo que se ve… Hay unas «puertas» que cuando las abres, te trasladan a un mundo
real aunque invisible. Te ofrecen una mirada nueva, un lenguaje nuevo, una
sensibilidad nueva… Con frecuencia, las personas no las abren porque no logran
verlas. Si acertaran a descubrirlas y traspasar su dintel, percibirían la vida
desde abajo y desde adentro, en toda su profundidad y trascendencia. Y se
sorprenderían cómo la propia vida pende de una mirada divina que todo lo
ilumina.
¿Será por ello, como acabamos de proclamar en la
Palabra de Dios, que los hombres y mujeres de nuestro pueblo (tantos lázaros,
martas y marías), desde su humildad y sencillez, son muy sensibles para
adentrarse en el MISTERIO y desentrañar los secretos de Dios y descubrir, a
través de la resurrección de Lázaro, que hemos sido creados con un corazón
inmortal que sólo puede ser llenado y satisfecho por Aquel que lo ha creado?
A medida que voy teniendo más años descubro y
agradezco no sólo el don de la vida que Dios me regalara por mediación de mis
padres sino, sobre todo, el don de la FE desde la que supieron construir su
vida. A través de su humilde testimonio he podido aprender que cuando nadie te
entiende o algunos te «ningunean», cuando todo se tuerce o fracasa… sólo la
fidelidad al Padre, el abandono de fe, la entrega en obediencia que vivió
Jesús, te ayudan a descubrir paradójicamente cómo también se puede «perder» y,
sin embargo, «ganar».
Esta ha sido, sin duda, la gran lección de la que Dios
se ha valido, por mediación de mi padre Rodrigo, para ayudarme a crecer por
dentro, sustentando mi vida desde Dios. Estoy seguro que cualquiera de
vosotros, cambiando las circunstancias concretas de vuestros seres queridos que
ya están en el cielo, os sentiréis igualmente identificados y agradecidos por
tan privilegiada mediación de la que Dios se vale en cada caso:
Hombre recio: huérfano
de padre en su infancia (criado en casa de sus tíos), se abre camino (sale de
su pueblo, Santa Eulalia de Gállego, en busca de trabajo, Ayerbe y Ejea, donde
conoció a mi madre y constituyó una familia), la enfermedad de su hija Conchita
a los catorce meses de nacer (poliomielitis), las cuarenta operaciones y su
muerte a los 42 años, la operación de su hijo, la muerte de su esposa…
Esposo fiel: «Me
volvería a casar con tu madre -me confesaba pocos meses antes de morir- aunque
tuviera que pasar por las mismas tribulaciones…» Era muy frecuente, durante su
convalecencia, llamarla en sueños y preguntar a unos y a otros por ella…
Padre solícito: con su
hija a la que cuidó y protegió hasta su muerte. Respetuoso con la vocación
sacerdotal de su hijo y su posterior vinculación a la Hermandad de Sacerdotes
Operarios (la cruz en la solapa del traje cuando entré en el Seminario)…
Creyente auténtico: consciente
de que la fe no le libraría de ninguna contrariedad pero sí le permitiría mirar
las cosas y afrontarlas desde otras coordenadas invisibles…
Desde que Rodrigo se marchara el 29 de febrero de 2012
a la «ciudad de la luz», a las vastas y hermosas praderas donde viven
eternamente los hombres y mujeres «transparentes», donde se reencontraría con
su chica y su esposa del alma, me ha permitido abrir los ojos con los que
mirar la vida desde adentro y desde arriba, en toda su profundidad y anchura.
Me ha enseñado que nada se pierde para siempre… Que me espera en el cielo
cuando, el día menos pensado, cambie también yo de estado para vivir
eternamente en la LUZ del amor de Aquel que un día me creó.
Con mi afecto y bendición.
Ángel Pérez Pueyo
Obispo de Barbastro-Monzón
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