Todos los años en torno a la fiesta de San José (19 de marzo), el esposo
fiel de la Virgen María y custodio del Redentor, celebramos el
Día del Seminario.
El lema del Día del Seminario de este año es: Apóstoles para los jóvenes,
en sintonía con la preparación del Sínodo de los Obispos del próximo
mes de octubre, convocado por el Papa Francisco, sobre Los jóvenes,
la fe y el discernimiento vocacional.
Necesidad.
Las vocaciones sacerdotales son necesarias en la Iglesia, porque
“sin sacerdotes la Iglesia no podría vivir aquella obediencia fundamental
que se sitúa en el centro mismo de su existencia y de su misión en la historia,
esto es, la obediencia al mandato de Jesús: “Id, pues, y haced discípulos
a todos los pueblos” (Mt 28, 19) y “Haced esto en conmemoración mía” (Lc
22, 19; cff. 1 Cor 11, 24), o sea, el mandato de anunciar el Evangelio y
de renovar cada día el sacrificio de su cuerpo entregado y de su sangre
derramada por la vida del mundo” (PDV 1).
El problema
del número suficiente de sacerdotes afecta de cerca a todos los fieles,
no sólo porque de él depende el futuro religioso de la Iglesia y de la
sociedad cristiana, sino también, porque este problema es el índice
justo e inexorable de la vitalidad de la fe y amor de cada comunidad
parroquial y diocesana, y es testimonio de la salud moral de las familias
cristianas. Donde son numerosas las vocaciones al estado sacerdotal
y religioso, se vive generosamente de acuerdo con el Evangelio.
Urgencia. El
tema reviste, además, una urgencia especial, porque estamos atravesando,
en general, una crisis persistente de vocaciones al sacerdocio en
los Seminarios de España, una especie de travesía del desierto, que
constituye una verdadera prueba en la fe tanto de los pastores como
de los fieles. Hemos de ser realistas y tener el valor de reconocer
que la sequía vocacional, además de ser fruto de múltiples causas
reales de tipo demográfico, económico, social, cultural, religioso,
institucional, etc., responde también a deficiencias de nuestra vida
personal, a la debilidad en la fe de nuestras comunidades parroquiales
y religiosas, a omisiones y falta de interés en nuestra acción pastoral.
Ante esta situación
que nos preocupa, aunque no nos angustia, porque la falta de vocaciones
es ciertamente la tristeza de cada Iglesia, la pastoral vocacional
exige ser acogida, sobre todo hoy, con nuevo vigor y decidido empeño
por todos, especialmente por los sacerdotes.
Cultura vocacional.
Para hacer frente al problema de las vocaciones hace falta acrecentar
nuestra esperanza en la fidelidad de Dios, que nos dará pastores según
su corazón (cfr. Jer 3, 15) y confiar en la gracia Dios, suplicando al
dueño de la mies que envíe obreros a su mies (cfr. Lc 10, 2). Pero, por nuestra
parte se requiere crear una cultura vocacional, es decir, cultivar
el campo favorable para que la semilla de la vocación arraigue, crezca
y florezca. Este campo viene caracterizado por la gratitud, la apertura
a lo trascendente, la disponibilidad para el servicio, el afecto, la
comprensión, el perdón, la responsabilidad, la capacidad de tener
ideales, el asombro y la generosidad en la entrega. La cultura vocacional
nos urge a todos, arzobispo, sacerdotes, religiosos y fieles laicos
a un compromiso coral. Nadie puede inhibirse.
Compromiso
alegre y generoso de los sacerdotes. La cultura vocacional requiere
el ejemplo y el testimonio alegre de los sacerdotes, que sepan y quieran
guiar a los niños, adolescentes y jóvenes como compañeros de viaje.
Sacerdotes que propongan a los futuros pastores con alegría y valentía
la belleza de la vocación sacerdotal. Sacerdotes que muestren la fecundidad
de una vida entusiasmarte, que da plenitud a la propia existencia, por
estar fundada en Dios que nos amó primero (Cf. 1 Jn 4, 19). San Juan de
Ávila, patrono del clero secular español y doctor de la Iglesia universal,
escribía a los sacerdotes: “Lo que se os puede decir, hermanos, es que
si sois clérigos, habéis de vivir, hablar y tratar y conversar, de tal
manera que provoquéis a otros a servir a Dios”. Así el testimonio alegre
será fuente de nuevas vocaciones al sacerdocio y la pastoral vocacional
se convertirá en preocupación por dejar sucesores.
El Seminario
Menor. Desde este curso 2017-2018 está funcionando el Seminario Menor
“San Valero y San Braulio” en nuestra Diócesis de Zaragoza. El Seminario
Menor es una institución que ha dado frutos positivos en la Iglesia a
lo largo de su historia. Creemos que hoy y en el futuro puede seguir
cumpliendo su función. Los documentos de la Iglesia recomiendan la
existencia del Seminario Menor (cfr. Vaticano II, OT 3; PDV 63). El último
documento de la Congregación para el Clero, El don de la vocación presbiteral,
trata de los Seminarios Menores, “para ayudar a la maduración humana
y cristiana de los adolescentes que muestran algunos signos de vocación
al sacerdocio ministerial, con el fin de desarrollar, conforme a su
edad, la libertad interior que les haga capaces de corresponder al designio
de Dios sobre su vida” (RFIS 18).
En este primer
curso, después de erigirlo canónicamente, tenemos seis seminaristas
en el Seminario Menor, una realidad pequeña, que reclama crecimiento
como el grano de mostaza del Evangelio. El Seminario Menor será posible
con la gracia de Dios y la colaboración de todos, especialmente de
los sacerdotes. Apelo también a la generosidad de los padres y madres
de familia, que deben considerar como una gracia que Dios se fije en alguno
de sus hijos para ser sacerdote. Mi llamada se dirige también a los catequistas,
profesores de Religión y educadores de la juventud, religiosos y
religiosas, que pueden hacer una propuesta directa sobre la vocación
sacerdotal a adolescentes y jóvenes. Merece la pena ser sacerdote.
Es un gran don de Dios y un camino de felicidad.
Encomiendo
el cuidado de nuestros seminaristas y la obra de las vocaciones al Patriarca
San José, que cuidó en Nazaret de Jesús, que “iba creciendo en sabiduría,
en estatura y en gracia ante Dios y ante los hombres”
(Lc 2, 52).
Con mi afecto y bendición,
+ Vicente Jiménez Zamora
Arzobispo de Zaragoza
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