El día 14 de febrero comenzábamos en la Iglesia
Católica, con la imposición de la ceniza sobre nuestras cabezas, el
tiempo de Cuaresma. Cuarenta días que tienen su culminación en la fiesta
de la Pascua de resurrección de Cristo.
La Cuaresma rememora los cuarenta años que pueblo de Israel paso
en el desierto, camino de la tierra prometida y de la liberación tan
esperada. Este tiempo de peregrinaje hacia la tierra prometida fue
un tiempo cargado de trabajos, luchas, fatigas, hambre, sed y cansancio;
pero pudo el pueblo elegido disfrutar de la entrada en la tierra que manaba
leche y miel (Cfr. Ex 16).
La Cuaresma
es un tiempo litúrgico que nos prepara para la Pascua, para la resurrección
del Señor y su victoria definitiva sobre el pecado y la muerte; la
fiesta de la alegría porque en la resurrección de Cristo todos hemos
pasado, por la acción de Dios, de las tinieblas a la luz, del ayuno a la
comida, de la tristeza al gozo y de la muerte a la vida.
La Cuaresma
es ese tiempo propicio de prepararnos para esa gran alegría de la Pascua,
un tiempo especialmente propicio para convertir nuestras vidas plenamente
al Señor y a lo que el Señor pide de nosotros:
Para unos puede
ser tiempo de vuelta al camino de Dios, a la casa paterna, porque reconocen
que se habían separado de Él como el hijo menor de la parábola del Padre
bueno y el Hijo prodigo (Cfr. Lc 15, 11-31).
Para otros, la
Cuaresma es conversión, es purificación de todo aquello que no se ajusta
a lo que Dios quiere de nosotros, aunque no se haya marchado del todo de
la casa paterna.
Para todos,
tanto los que reconocen que han equivocado el camino, como para los que
han permanecido en él pero a medias; el medio auténtico de volver es
acercarse al trono del perdón que es el sacramento de la penitencia.
Hacer una buena confesión de los pecados y comenzar de nuevo a caminar
por el camino de Dios, manteniéndose en él por medio de la oración y el
ayuno y preparar así la fiesta de la alegría de la Resurrección del Señor
y de su propio resucitar a la vida de Dios.
Para quienes
no se han marchado de la casa paterna, pero descubren en sus vidas determinadas
actitudes poco conformes con la voluntad del Señor, la confesión sacramental,
junto con la oración y el sacrificio, les ayudarán a responder plenamente
a lo que Dios espera de ellos.
Otro medio importante
que pone a nuestro alcance la Cuaresma para todos es el ayuno. Él, nos
ayudara a alejar de nuestra vida de todo aquello que nos queda vacíos,
para llenarlo de algo mucho más valioso, el mensaje del Señor que nos
aleja de los criterios del mundo y nos ayuda a llenarnos de Dios.
El ayuno hemos
de entenderlo como la privación de algo para entregarlo a los demás
que lo están necesitando en el caso de ayuno de comida. Pero hay otros tipos
de ayuno que nos pueden llevar al verdadero encuentro con Jesucristo,
porque se trata de ayunar de aquellas actitudes que son incompatibles
con los valores del evangelio y con el estilo de vida que Jesús nos propone.
Se trata de
ayunar de determinadas actitudes pecaminosas que se pueden estar
dando en nosotros: de juzgar a los demás para descubrir a Cristo que
vive en ellos y amarlos como hermanos; del pesimismo para llenarnos de
esperanza; de las preocupaciones terrenas para llenarnos de la confianza
en Dios; de pensar solo en nosotros para ayudar y a amar a los demás; del
desaliento para llenarnos del entusiasmo de la fe; de los pensamientos
mundanos para llenarnos de los planes de Dios; de todo cuanto nos separa
de Jesús, para vivir desde lo que nos acerca a Él.
+ Gerardo Melgar
Obispo de Ciudad Real
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