viernes, 9 de marzo de 2018

El ver­da­de­ro sig­ni­fi­ca­do de la Cua­res­ma





El día 14 de fe­bre­ro co­men­zá­ba­mos en la Igle­sia Ca­tó­li­ca, con la im­po­si­ción de la ce­ni­za so­bre nues­tras ca­be­zas, el tiem­po de Cua­res­ma. Cua­ren­ta días que tie­nen su cul­mi­na­ción en la fies­ta de la Pas­cua de re­su­rrec­ción de Cris­to.

La Cua­res­ma re­me­mo­ra los cua­ren­ta años que pue­blo de Is­rael paso en el de­sier­to, ca­mino de la tie­rra pro­me­ti­da y de la li­be­ra­ción tan es­pe­ra­da. Este tiem­po de pe­re­gri­na­je ha­cia la tie­rra pro­me­ti­da fue un tiem­po car­ga­do de tra­ba­jos, lu­chas, fa­ti­gas, ham­bre, sed y can­san­cio; pero pudo el pue­blo ele­gi­do dis­fru­tar de la en­tra­da en la tie­rra que ma­na­ba le­che y miel (Cfr. Ex 16).
La Cua­res­ma es un tiem­po li­túr­gico que nos pre­pa­ra para la Pas­cua, para la re­su­rrec­ción del Se­ñor y su vic­to­ria de­fi­ni­ti­va so­bre el pe­ca­do y la muer­te; la fies­ta de la ale­gría por­que en la re­su­rrec­ción de Cris­to to­dos he­mos pa­sa­do, por la ac­ción de Dios, de las ti­nie­blas a la luz, del ayu­no a la co­mi­da, de la tris­te­za al gozo y de la muer­te a la vida.
La Cua­res­ma es ese tiem­po pro­pi­cio de pre­pa­rar­nos para esa gran ale­gría de la Pas­cua, un tiem­po es­pe­cial­men­te pro­pi­cio para con­ver­tir nues­tras vi­das ple­na­men­te al Se­ñor y a lo que el Se­ñor pide de no­so­tros:
Para unos pue­de ser tiem­po de vuel­ta al ca­mino de Dios, a la casa pa­ter­na, por­que re­co­no­cen que se ha­bían se­pa­ra­do de Él como el hijo me­nor de la pa­rá­bo­la del Pa­dre bueno y el Hijo pro­di­go (Cfr. Lc 15, 11-31).
Para otros, la Cua­res­ma es con­ver­sión, es pu­ri­fi­ca­ción de todo aque­llo que no se ajus­ta a lo que Dios quie­re de no­so­tros, aun­que no se haya mar­cha­do del todo de la casa pa­ter­na.
Para to­dos, tan­to los que re­cono­cen que han equi­vo­ca­do el ca­mino, como para los que han per­ma­ne­ci­do en él pero a me­dias; el me­dio au­tén­ti­co de vol­ver es acer­car­se al trono del per­dón que es el sa­cra­men­to de la pe­ni­ten­cia. Ha­cer una bue­na con­fe­sión de los pe­ca­dos y co­men­zar de nue­vo a ca­mi­nar por el ca­mino de Dios, man­te­nién­do­se en él por me­dio de la ora­ción y el ayuno y pre­pa­rar así la fies­ta de la ale­gría de la Re­su­rrec­ción del Se­ñor y de su pro­pio re­su­ci­tar a la vida de Dios.
Para quie­nes no se han mar­cha­do de la casa pa­ter­na, pero des­cu­bren en sus vi­das de­ter­mi­na­das ac­ti­tu­des poco con­for­mes con la vo­lun­tad del Se­ñor, la con­fe­sión sa­cra­men­tal, jun­to con la ora­ción y el sa­cri­fi­cio, les ayu­da­rán a res­pon­der ple­na­men­te a lo que Dios es­pe­ra de ellos.
Otro me­dio im­por­tan­te que pone a nues­tro al­can­ce la Cua­res­ma para to­dos es el ayuno. Él, nos ayu­da­ra a ale­jar de nues­tra vida de todo aque­llo que nos que­da va­cíos, para lle­nar­lo de algo mu­cho más va­lio­so, el men­saje del Se­ñor que nos ale­ja de los cri­te­rios del mun­do y nos ayu­da a lle­nar­nos de Dios.
El ayuno he­mos de en­ten­der­lo como la pri­va­ción de algo para en­tre­gar­lo a los de­más que lo es­tán ne­ce­si­tan­do en el caso de ayuno de co­mida. Pero hay otros ti­pos de ayuno que nos pue­den lle­var al ver­da­de­ro en­cuen­tro con Je­su­cris­to, por­que se tra­ta de ayu­nar de aque­llas ac­ti­tu­des que son in­com­pa­ti­bles con los valo­res del evan­ge­lio y con el es­ti­lo de vida que Je­sús nos pro­po­ne.
Se tra­ta de ayu­nar de de­ter­mi­na­das ac­ti­tu­des pe­ca­mi­no­sas que se pue­den es­tar dan­do en no­so­tros: de juz­gar a los de­más para des­cu­brir a Cris­to que vive en ellos y amar­los como her­ma­nos; del pe­si­mis­mo para lle­nar­nos de es­pe­ran­za; de las preo­cu­pa­cio­nes te­rre­nas para lle­nar­nos de la con­fian­za en Dios; de pen­sar solo en no­so­tros para ayu­dar y a amar a los de­más; del des­alien­to para lle­nar­nos del en­tu­sias­mo de la fe; de los pen­sa­mien­tos mun­da­nos para lle­nar­nos de los pla­nes de Dios; de todo cuan­to nos se­pa­ra de Je­sús, para vi­vir des­de lo que nos acer­ca a Él.
 + Ge­rar­do Mel­gar
Obis­po de Ciu­dad Real


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