sábado, 10 de marzo de 2018

IV Domingo de Cuaresma




  


     el don del bautismo

   Uno de los objetivos de la Cuaresma es prepararse para renovar con conocimiento de causa las promesas bautismales. Esto implica apreciar el don del bautismo y ver sus implicaciones en la vida cristiana. Las lecturas de este domingo ofrecen diversas perspectivas de la vida bautismal.

El texto de Efesios (segunda lectura) es una descripción de todo lo que sucede en el bautismo: estando muertos, Dios nos vivifica y ya nos hace participar la resurrección de Jesús e incluso ya nos sienta en el cielo con él. Esta afirmación supone un paso adelante sobre lo que afirmaba el mismo Pablo en la carta a los Romanos 6, donde decía que con el bautismo quedamos injertados en Cristo y que ahora participamos su muerte, vivimos una vida nueva y en el futuro resucitaremos. En Efesios ya se da por hecho este final y entronización con Jesús resucitado, con lo que se afirma que la gracia recibida, cuando se colabora con ella, es eficaz y capacita para llegar al final.  Todo esto es gracia. Más aún, no sólo se nos da una vida nueva sino que, junto con ella, se nos da la capacidad –y con ella la obligación- de hacer buenas obras que hagan posible crecer y llegar a la meta.

El Evangelio subraya el tema de la gracia. Todo se debe al amor de Dios que ha enviado a su Hijo para que tengamos vida. Ahora bien, esta gracia bautismal tiene carácter de juicio, en cuanto que somos nosotros los que ahora nos juzgamos y pronunciamos una sentencia sobre nuestra vida, según acojamos  o no a Cristo y la vida nueva. Al final de nuestra vida Dios Padre ratificará la sentencia que nos hayamos dado. Si hemos aceptado la gracia de configurarnos con Cristo y el Padre nos ve como Cristos, nos acepta, porque junto a él solo caben su Hijo y sus hermanos; si, por el contrario, hemos rechazado la configuración de Cristo, respetará nuestra opción y no nos recibirá.

La primera lectura finalmente pertenece al final de la Historia de las Crónicas, según la cual la vida del pueblo de Dios depende del trato que éste le dé al santuario con su vida de fe o con sus pecados. De hecho con sus pecados ha profanado el templo y por eso Dios ha permitido su destrucción y el destierro a Babilonia. Pero Dios misericordioso de nuevo envía al pueblo a su tierra para que reconstruya un templo nuevo. Históricamente esto tuvo lugar en tiempos del persa Ciro, pero realmente el mandato se cumple con la muerte y resurrección de Jesús que crea un templo y culto nuevo, existencial, al que nos unimos con el bautismo, que convierte a los bautizados en templo santo y pueblo sacerdotal. El trato que demos a este nuevo templo determinará nuestro futuro. «¿No sabéis que sois templo de Dios y que el Espíritu de Dios habita en vosotros? Si alguno destruye el templo de Dios, Dios lo destruirá a él, porque el templo de Dios es santo: y ese templo sois vosotros» (1 Cor 3,16-17).

La palabra de Dios invita a tomar conciencia del don recibido y de la gravedad de nuestra colaboración. Esta se resume en la fe en Dios Padre, en Jesucristo, en el Espíritu Santo y en la Iglesia, que renovaremos en la Vigilia Pascual, renovación que conviene ir preparando en este tiempo de Cuaresma. Creer en el Padre es aceptarlo como creador y padre cuyo amor nos desborda y pide en correspondencia un amor total en nuestra vida de cada día. Creer en Jesucristo es aceptarlo, ponernos en sus manos y fiarnos del amor crucificado del que se entrega para salvarnos e invita a actualizar su camino en nuestra vida. Creer en el Espíritu es creer en la fuerza del amor que él nos infunde, habitando en nosotros. Creer en la Iglesia es aceptar la acción de Dios en nuestra comunidad peregrina, a pesar de sus limitaciones y pecados.

La Eucaristía supone y potencia la vida bautismal. En ella el Espíritu nos une a Jesús y por él entregamos nuestra vida al Padre. Así actuamos como pueblo sacerdotal y potenciamos nuestro carácter de templos vivos; esto será garantía para hacer realidad la audaz afirmación de Efesios: hemos resucitado con Cristo y ya compartimos su gloria.

Dr. Antonio Rodríguez Carmona


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