el don del bautismo
Uno de los
objetivos de la Cuaresma es prepararse para renovar con conocimiento de causa
las promesas bautismales. Esto implica apreciar el don del bautismo y ver sus
implicaciones en la vida cristiana. Las lecturas de este domingo ofrecen
diversas perspectivas de la vida bautismal.
El texto de Efesios (segunda lectura) es una
descripción de todo lo que sucede en el bautismo: estando muertos, Dios nos
vivifica y ya nos hace participar la resurrección de Jesús e incluso ya nos
sienta en el cielo con él. Esta afirmación supone un paso adelante sobre lo que
afirmaba el mismo Pablo en la carta a los Romanos 6, donde decía que con el
bautismo quedamos injertados en Cristo y que ahora participamos su muerte,
vivimos una vida nueva y en el futuro resucitaremos. En Efesios ya se da por
hecho este final y entronización con Jesús resucitado, con lo que se afirma que
la gracia recibida, cuando se colabora con ella, es eficaz y capacita para
llegar al final. Todo esto es gracia.
Más aún, no sólo se nos da una vida nueva sino que, junto con ella, se nos da
la capacidad –y con ella la obligación- de hacer buenas obras que hagan posible
crecer y llegar a la meta.
El Evangelio subraya el tema de la gracia. Todo se
debe al amor de Dios que ha enviado a su Hijo para que tengamos vida. Ahora
bien, esta gracia bautismal tiene carácter de juicio, en cuanto que somos
nosotros los que ahora nos juzgamos y pronunciamos una sentencia sobre nuestra
vida, según acojamos o no a Cristo y la
vida nueva. Al final de nuestra vida Dios Padre ratificará la sentencia que nos
hayamos dado. Si hemos aceptado la gracia de configurarnos con Cristo y el
Padre nos ve como Cristos, nos acepta, porque junto a él solo caben su Hijo y
sus hermanos; si, por el contrario, hemos rechazado la configuración de Cristo,
respetará nuestra opción y no nos recibirá.
La primera lectura finalmente pertenece al final de
la Historia de las Crónicas, según la cual la vida del pueblo de Dios depende
del trato que éste le dé al santuario con su vida de fe o con sus pecados. De
hecho con sus pecados ha profanado el templo y por eso Dios ha permitido su
destrucción y el destierro a Babilonia. Pero Dios misericordioso de nuevo envía
al pueblo a su tierra para que reconstruya un templo nuevo. Históricamente esto
tuvo lugar en tiempos del persa Ciro, pero realmente el mandato se cumple con
la muerte y resurrección de Jesús que crea un templo y culto nuevo,
existencial, al que nos unimos con el bautismo, que convierte a los bautizados
en templo santo y pueblo sacerdotal. El trato que demos a este nuevo templo
determinará nuestro futuro. «¿No sabéis que sois templo de Dios y que el
Espíritu de Dios habita en vosotros? Si alguno destruye el templo de Dios, Dios
lo destruirá a él, porque el templo de Dios es santo: y ese templo sois
vosotros» (1 Cor 3,16-17).
La palabra de Dios invita a tomar conciencia del don
recibido y de la gravedad de nuestra colaboración. Esta se resume en la fe en
Dios Padre, en Jesucristo, en el Espíritu Santo y en la Iglesia, que
renovaremos en la Vigilia Pascual, renovación que conviene ir preparando en
este tiempo de Cuaresma. Creer en el Padre es aceptarlo como creador y padre
cuyo amor nos desborda y pide en correspondencia un amor total en nuestra vida
de cada día. Creer en Jesucristo es aceptarlo, ponernos en sus manos y fiarnos
del amor crucificado del que se entrega para salvarnos e invita a actualizar su
camino en nuestra vida. Creer en el Espíritu es creer en la fuerza del amor que
él nos infunde, habitando en nosotros. Creer en la Iglesia es aceptar la acción
de Dios en nuestra comunidad peregrina, a pesar de sus limitaciones y pecados.
La Eucaristía supone y potencia la vida bautismal.
En ella el Espíritu nos une a Jesús y por él entregamos nuestra vida al Padre.
Así actuamos como pueblo sacerdotal y potenciamos nuestro carácter de templos
vivos; esto será garantía para hacer realidad la audaz afirmación de Efesios:
hemos resucitado con Cristo y ya compartimos su gloria.
Dr.
Antonio Rodríguez Carmona
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