“…Y oí el número de los marcados con el sello: ciento
cuarenta y cuatro mil, de todas las tribus de los hijos de Israel…” (Ap 7,4)
Hemos
de tener en cuenta que la Escritura no se puede interpretar al pie de la letra.
El hacerlo así, ha contribuido a que nacieran muchas sectas. Este número,
ciento cuarenta y cuatro mil, es un número simbólico. Representa el producto de
doce por doce, aplicado a mil. Y es que, en la Escritura, el número doce tiene
significado de totalidad, de plenitud. No en vano fueron doce las tribus de
Israel como doce fueron los Apóstoles, en representación de cada una de las
doce tribus. Quiere decir este número de ciento cuarenta y cuatro mil, el
número de los salvados: TODOS. Todos los que quieren, o queremos, seguir a
Jesucristo.
“…No hagáis daño a la tierra, ni al mar ni a los
árboles, hasta que marquemos con el sello la frente de los siervos de nuestra
Dios…” (Ap 7,3)
Hay
que pensar que esta visión de Juan, preso en la isla de Patmos por causa de su
evangelización, es en un lenguaje que se conoce como apocalíptico, propio de aquellos tiempos. Pero que nos recuerda
otro episodio parecido cuando el ángel de Yahvé marca las jambas de las puertas
de los israelitas en la noche de la Pascua, el paso del Señor. Dice así “…Esa noche Yo pasaré por el país de Egipto
y mataré a todos los primogénitos del país de Egipto…la sangre servirá de señal
en las casas donde estéis. Cuando yo vea la sangre pasaré de largo, y no os
afectará la plaga exterminadora…” (Ex 12,7)
También
los israelitas fueron “marcados” con la sangre del cordero al paso de Yahvé, la
Pascua, el paso del Señor. Y en el capítulo 22 de este libro del Apocalipsis,
se nos dice: “…Llevarán su Nombre en la
frente; ya no habrá más noche, no necesitarán luz de lámpara o del sol, porque
el Señor Dios irradiará Luz sobre ellos y reinarán por los siglos de los
siglos…”
Y uno de los ancianos, dijo: ¡…¿Quiénes son y de
dónde han venido? Yo le respondí: “Señor mío, tu lo sabrás Me respondió: esos
son los que viene de la gran tribulación. Han lavado sus vestiduras y las han
blanqueado con la sangre del Cordero, por eso están delante del trono de Dios,
dándole culto día y noche en el Santuario…” (Ap 7, 13-16)
En
la profecía de Juan, los que vienen de la gran tribulación somos todos
nosotros; venimos de la gran tribulación del mundo, donde hay mucho ruido,
donde hay muchas voces, donde sólo hemos escuchado una sola Voz, la de Nuestro
Señor.
Y
hemos lavado nuestras vestiduras, que representan nuestra propia personalidad,
nuestro manto, tal y como se relata en el episodio del “carro de fuego de
Elías”, dejando el manto, “la personalidad”, al profeta Eliseo. Y las hemos
blanqueado con la sangre del Cordero sin mancha, Jesucristo. Y se han
blanqueado con el color de la resurrección, el blanco, como el blanco ejército
de los mártires.
Y
llevan palmas en las manos, como símbolo del martirio, que puede ser cruento,
como la de los mártires, o incruento, con el sudor y trabajo de cada día.
Bendito
sea Dios, Padre de Nuestro Señor Jesucristo, que suscita este Libro en el
espíritu de Juan, para que “parta” este pan, - el pan de la Palabra -, con
todos los que queremos llegar a ser sus discípulos.
Alabado
sea Jesucristo
Tomas
Cremades Moreno
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