39. Sufrir con el otro, por los otros; sufrir por amor
de la verdad y de la justicia; sufrir a causa del amor y con el fin de
convertirse en una persona que ama realmente, son elementos fundamentales de
humanidad, cuya pérdida destruiría al hombre mismo. Pero una vez más surge la
pregunta: ¿somos capaces de ello? ¿El otro es tan importante como para que, por
él, yo me convierta en una persona que sufre? ¿Es tan importante para mí la
verdad como para compensar el sufrimiento? ¿Es tan grande la promesa del amor
que justifique el don de mí mismo? En la historia de la humanidad, la fe
cristiana tiene precisamente el mérito de haber suscitado en el hombre, de
manera nueva y más profunda, la capacidad de estos modos de sufrir que son
decisivos para su humanidad. La fe cristiana nos ha enseñado que verdad,
justicia y amor no son simplemente ideales, sino realidades de enorme densidad.
En efecto, nos ha enseñado que Dios –la Verdad y el Amor en persona– ha querido
sufrir por nosotros y con nosotros. Bernardo de Claraval acuñó la maravillosa
expresión: Impassibilis est Deus, sed non incompassibilis[29], Dios no puede padecer, pero puede compadecer. El
hombre tiene un valor tan grande para Dios que se hizo hombre para poder
com-padecer Él mismo con el hombre, de modo muy real, en carne y sangre, como
nos manifiesta el relato de la Pasión de Jesús. Por eso, en cada pena humana ha
entrado uno que comparte el sufrir y el padecer; de ahí se difunde en cada
sufrimiento la con-solatio, el consuelo del amor participado de
Dios y así aparece la estrella de la esperanza. Ciertamente, en nuestras penas
y pruebas menores siempre necesitamos también nuestras grandes o pequeñas
esperanzas: una visita afable, la cura de las heridas internas y externas, la
solución positiva de una crisis, etc. También estos tipos de esperanza pueden
ser suficientes en las pruebas más o menos pequeñas. Pero en las pruebas
verdaderamente graves, en las cuales tengo que tomar mi decisión definitiva de
anteponer la verdad al bienestar, a la carrera, a la posesión, es necesaria la
verdadera certeza, la gran esperanza de la que hemos hablado. Por eso
necesitamos también testigos, mártires, que se han entregado totalmente, para
que nos lo demuestren día tras día. Los necesitamos en las pequeñas
alternativas de la vida cotidiana, para preferir el bien a la comodidad,
sabiendo que precisamente así vivimos realmente la vida. Digámoslo una vez más:
la capacidad de sufrir por amor de la verdad es un criterio de humanidad. No
obstante, esta capacidad de sufrir depende del tipo y de la grandeza de la
esperanza que llevamos dentro y sobre la que nos basamos. Los santos pudieron
recorrer el gran camino del ser hombre del mismo modo en que Cristo lo recorrió
antes de nosotros, porque estaban repletos de la gran esperanza.
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