38. La grandeza
de la humanidad está determinada esencialmente por su relación con el
sufrimiento y con el que sufre. Esto es válido tanto para el individuo como
para la sociedad. Una sociedad que no logra aceptar a los que sufren y no es
capaz de contribuir mediante la compasión a que el sufrimiento sea compartido y
sobrellevado también interiormente, es una sociedad cruel e inhumana. A su vez,
la sociedad no puede aceptar a los que sufren y sostenerlos en su dolencia si los
individuos mismos no son capaces de hacerlo y, en fin, el individuo no puede
aceptar el sufrimiento del otro si no logra encontrar personalmente en el
sufrimiento un sentido, un camino de purificación y maduración, un camino de
esperanza. En efecto, aceptar al otro que sufre significa asumir de alguna
manera su sufrimiento, de modo que éste llegue a ser también mío. Pero
precisamente porque ahora se ha convertido en sufrimiento compartido, en el
cual se da la presencia de un otro, este sufrimiento queda traspasado por la
luz del amor. La palabra latina consolatio, consolación, lo expresa
de manera muy bella, sugiriendo un « ser-con » en la soledad, que entonces ya
no es soledad. Pero también la capacidad de aceptar el sufrimiento por amor del
bien, de la verdad y de la justicia, es constitutiva de la grandeza de la
humanidad porque, en definitiva, cuando mi bienestar, mi incolumidad, es más
importante que la verdad y la justicia, entonces prevalece el dominio del más
fuerte; entonces reinan la violencia y la mentira. La verdad y la justicia han
de estar por encima de mi comodidad e incolumidad física, de otro modo mi
propia vida se convierte en mentira. Y también el « sí » al amor es fuente de
sufrimiento, porque el amor exige siempre nuevas renuncias de mi yo, en las
cuales me dejo modelar y herir. En efecto, no puede existir el amor sin esta
renuncia también dolorosa para mí, de otro modo se convierte en puro egoísmo y,
con ello, se anula a sí mismo como amor.
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