miércoles, 21 de marzo de 2018

¡Feliz coincidencia!



 A las puertas de la «semana santa», que nos servirá de pórtico para adentrarnos en el MISTERIO de la salvación, este año se ha colado como de rondón, si me permitís una burda analogía cinematográfica, el mejor «actor secundario» de la historia: san José.
El 19 de marzo tiene una connotación especial no sólo para el Papa Francisco, quien comenzó su pontificado ese día hace cinco años o para nuestro Delegado de Medios de Comunicación de la Diócesis de Barbastro-Monzón, Chema Ferrer, que este año celebra ese día sus bodas de oro sacerdotales sino también para vuestro obispo, que fue ordenado sacerdote ese día hace 38 años en Plasencia (Cáceres). A medida que pasan los años, como humilde servidor de la viña del Señor, me identifico más con esta figura singular: ¡Discreto, prudente, sencillo, humilde, justo, servidor fiel…! ¡Obediente a lo que Dios le pidió aunque hubiera cosas que le resultasen incomprensibles! ¡Siempre en segundo plano! ¡Sin hacer ruido! ¡Haciendo lo que debía hacer en cada momento y desapareciendo después!
Aprovecho esta feliz coincidencia para dar gracias a Dios y compartir con vosotros que la vocación no es privilegio exclusivo de unos pocos sino DON y gracia que Dios ofrece a cada uno al nacer. Va como «kit de regalo». El juego apasionante, si te dejas conducir por Él, consiste en irlo abriendo poco a poco, descubrirlo y hacer vida la vocación a la que Dios te llama (laical, consagrada, ministerio ordenado).
La vocación sacerdotal, en mi caso, imagino que como la de todos mis hermanos, ha sido un verdadero milagro de la GRACIA. ¿Quién me mandaría levantar la mano en la escuela? ¿Por qué acogerían mis padres aquella propuesta que les hice con apenas 9 años? ¿Por qué no me pusieron reparos ante la minusvalía de mi hermana? ¿Por qué no me animaron a posponer mi decisión? Todo «PROVIDENTE».
Ahora que ya han fallecido, me conmueve evocar lo «orgullosos» que se sentían de ser los padres o la hermana de aquel sencillo y humilde servidor cuyo único oficio sigue siendo también hoy: repartir a manos llenas «PALABRA» y «PAN», «TERNURA» y «PERDÓN».
Junto a esta primera mediación, es justo reconocer además la impronta que me dejaron las monjas mercedarias, los profesores de las escuelas nacionales, mis vecinos en las sindicales, los curas, catequistas y feligreses de la parroquia en mi pueblo; el seminario menor y mayor de Zaragoza; el teologado «Maestro Ávila» de Salamanca; los diferentes lugares donde he ejercido mi ministerio educativo-pastoral: en el Seminario Menor de Plasencia (Cáceres), en el Colegio-Seminario Menor de Tarragona, en el Aspirantado y en el Colegio «Maestro Ávila» de Salamanca, como Consejero Coordinador de Pastoral  o como Director General de la Hermandad de Sacerdotes Operarios, como Director del Secretariado de Seminarios y Universidades de la Conferencia Episcopal Española, o como Rector del Pontificio Colegio Español de San José en Roma. Y ahora como vuestro «padre y pastor» En cada lugar y circunstancia, el Señor fue poniendo en mi camino las personas adecuadas para ir conformando mi corazón con el suyo y poder llegar a ser el sacerdote que Él soñaba y vosotros os merecíais.
Los formadores, a los que tanto debo, dejaron en mi vida una huella imborrable y ejercieron una gran fuerza de atracción, sobre todo, por su estilo educativo familiar, su vida y trabajo en equipo, su capacidad de acogida y sencillez ―sin ambición de cargos, honores o privilegios―, su espiritualidad eucarística, su libertad apostólica ―sin ataduras familiares ni económicas―, su obediencia cordial ―sin servilismos ni paternalismos―, su disponibilidad universal, su celo ardiente por la promoción, formación y sostenimiento de todas las vocaciones… Un hermoso y noble ideal que no se puede conseguir de forma individual ni aislada. Sólo «en unión con otros». Ahora entiendo por qué Mosén Sol puso todos sus colegios eclesiásticos bajo el patrocinio de San José.
Tuvieron que pasar varios años hasta que acerté a descubrir que este estilo singular de ejercer el ministerio, inspirado por Dios a Don Manuel en 1883, que tanto me atraía, respondía a una manera nueva de encarnar en la Iglesia la «fraternidad presbiteral» y que años más tarde ratificaría el propio Concilio Vaticano II. En el seno de esta fraternidad sacerdotal y desde ella he ejercido mi ministerio en la Iglesia universal durante 38 años siendo simplemente un curilla, afortunado y feliz. Hasta que el día 9 de diciembre de 2014 sonara el teléfono y el Señor volvió inesperadamente a «moverme el piso» pidiéndome, a través del Papa Francisco, que «pastoreara la grey de la Diócesis de Barbastro-Monzón». Un ministerio que nuevamente me «desbordaba» y me «descolocaba». Ministerio que he confiado únicamente a su GRACIA.
Con emoción contenida, transcurridos ya tres años desde la ordenación episcopal y toma de posesión, doy gracias a Dios por el regalo inmerecido que el Señor me hiciera al confiarme que cuidara y sirviera con esmero y cariño a TODOS los hijos del Alto Aragón. Sois vosotros los que ahora me estáis enseñando a ser vuestro pastor y a impulsar «la revolución de la ternura» que el Papa Francisco está promoviendo en la Iglesia.
Me encantaría que, durante estos días de semana santa, cuando procesionen por nuestras calles los diferentes «pasos» que cristalizan los momentos más sublimes de nuestra redención, os hicierais un «SELFI» con el personaje (aunque sea secundario) de la pasión-muerte-resurrección con el que os sintáis más identificados. Dejadlo impreso en vuestra alma y sentid el «paso de Dios» (LA PASCUA) en vuestro corazón. ¡DESPERTAD!, ¡Cristo sigue vivo…!
¡Gracias por vuestra paciencia y comprensión! ¡Gracias también por vuestra oración para que sepa ser el fiel esposo de esta Diócesis y buen padre con cada uno!
Con mi afecto y bendición,
Ángel Pérez Pueyo
Obispo de Barbastro-Monzón

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