El 19 de marzo tiene una connotación especial no sólo
para el Papa Francisco, quien comenzó su pontificado ese día hace cinco años o
para nuestro Delegado de Medios de Comunicación de la Diócesis de
Barbastro-Monzón, Chema Ferrer, que este año celebra ese día sus bodas de oro
sacerdotales sino también para vuestro obispo, que fue ordenado sacerdote ese
día hace 38 años en Plasencia (Cáceres). A medida que pasan los años, como
humilde servidor de la viña del Señor, me identifico más con esta figura
singular: ¡Discreto, prudente, sencillo, humilde, justo, servidor fiel…!
¡Obediente a lo que Dios le pidió aunque hubiera cosas que le resultasen
incomprensibles! ¡Siempre en segundo plano! ¡Sin hacer ruido! ¡Haciendo lo que
debía hacer en cada momento y desapareciendo después!
Aprovecho esta feliz coincidencia para dar gracias a
Dios y compartir con vosotros que la vocación no es privilegio exclusivo de
unos pocos sino DON y gracia que Dios ofrece a cada uno al nacer. Va como «kit
de regalo». El juego apasionante, si te dejas conducir por Él, consiste en irlo
abriendo poco a poco, descubrirlo y hacer vida la vocación a la que Dios te
llama (laical, consagrada, ministerio ordenado).
La vocación sacerdotal, en mi caso, imagino que como
la de todos mis hermanos, ha sido un verdadero milagro de la GRACIA. ¿Quién me
mandaría levantar la mano en la escuela? ¿Por qué acogerían mis padres aquella
propuesta que les hice con apenas 9 años? ¿Por qué no me pusieron reparos ante
la minusvalía de mi hermana? ¿Por qué no me animaron a posponer mi decisión?
Todo «PROVIDENTE».
Ahora que ya han fallecido, me conmueve evocar lo
«orgullosos» que se sentían de ser los padres o la hermana de aquel sencillo y
humilde servidor cuyo único oficio sigue siendo también hoy: repartir a manos
llenas «PALABRA» y «PAN», «TERNURA» y «PERDÓN».
Junto a esta primera mediación, es justo reconocer
además la impronta que me dejaron las monjas mercedarias, los profesores de las
escuelas nacionales, mis vecinos en las sindicales, los curas, catequistas y
feligreses de la parroquia en mi pueblo; el seminario menor y mayor de
Zaragoza; el teologado «Maestro Ávila» de Salamanca; los diferentes lugares
donde he ejercido mi ministerio educativo-pastoral: en el Seminario Menor de
Plasencia (Cáceres), en el Colegio-Seminario Menor de Tarragona, en el
Aspirantado y en el Colegio «Maestro Ávila» de Salamanca, como Consejero
Coordinador de Pastoral o como Director General de la Hermandad de
Sacerdotes Operarios, como Director del Secretariado de Seminarios y
Universidades de la Conferencia Episcopal Española, o como Rector del
Pontificio Colegio Español de San José en Roma. Y ahora como vuestro «padre y
pastor» En cada lugar y circunstancia, el Señor fue poniendo en mi camino las
personas adecuadas para ir conformando mi corazón con el suyo y poder llegar a
ser el sacerdote que Él soñaba y vosotros os merecíais.
Los formadores, a los que tanto debo, dejaron en mi
vida una huella imborrable y ejercieron una gran fuerza de atracción, sobre
todo, por su estilo educativo familiar, su vida y trabajo en equipo, su
capacidad de acogida y sencillez ―sin ambición de cargos, honores o
privilegios―, su espiritualidad eucarística, su libertad apostólica ―sin
ataduras familiares ni económicas―, su obediencia cordial ―sin servilismos ni
paternalismos―, su disponibilidad universal, su celo ardiente por la promoción,
formación y sostenimiento de todas las vocaciones… Un hermoso y noble ideal que
no se puede conseguir de forma individual ni aislada. Sólo «en unión con
otros». Ahora entiendo por qué Mosén Sol puso todos sus colegios eclesiásticos
bajo el patrocinio de San José.
Tuvieron que pasar varios años hasta que acerté a
descubrir que este estilo singular de ejercer el ministerio, inspirado por Dios
a Don Manuel en 1883, que tanto me atraía, respondía a una manera nueva de
encarnar en la Iglesia la «fraternidad presbiteral» y que años más tarde
ratificaría el propio Concilio Vaticano II. En el seno de esta fraternidad
sacerdotal y desde ella he ejercido mi ministerio en la Iglesia universal
durante 38 años siendo simplemente un curilla, afortunado y feliz. Hasta que el
día 9 de diciembre de 2014 sonara el teléfono y el Señor volvió inesperadamente
a «moverme el piso» pidiéndome, a través del Papa Francisco, que «pastoreara la
grey de la Diócesis de Barbastro-Monzón». Un ministerio que nuevamente me
«desbordaba» y me «descolocaba». Ministerio que he confiado únicamente a su
GRACIA.
Con emoción contenida, transcurridos ya tres años
desde la ordenación episcopal y toma de posesión, doy gracias a Dios por el
regalo inmerecido que el Señor me hiciera al confiarme que cuidara y sirviera
con esmero y cariño a TODOS los hijos del Alto Aragón. Sois vosotros los que
ahora me estáis enseñando a ser vuestro pastor y a impulsar «la revolución de
la ternura» que el Papa Francisco está promoviendo en la Iglesia.
Me encantaría que, durante estos días de semana santa,
cuando procesionen por nuestras calles los diferentes «pasos» que cristalizan
los momentos más sublimes de nuestra redención, os hicierais un «SELFI» con el
personaje (aunque sea secundario) de la pasión-muerte-resurrección con el que
os sintáis más identificados. Dejadlo impreso en vuestra alma y sentid el «paso
de Dios» (LA PASCUA) en vuestro corazón. ¡DESPERTAD!, ¡Cristo sigue vivo…!
¡Gracias por vuestra paciencia y comprensión! ¡Gracias
también por vuestra oración para que sepa ser el fiel esposo de esta Diócesis y
buen padre con cada uno!
Con mi afecto y bendición,
Ángel Pérez Pueyo
Obispo de Barbastro-Monzón
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