LA COMUNIÓN DE LA SANTOS
¡ALELUYA! Gritamos
y cantamos todos los cristianos y judíos de todas las tendencias, de todas las
Iglesias, y en todas las liturgias. Quizás sea la palabra más identificativa de
los que creemos en la Palabra de Dios.
Es la mejor
expresión del estado de conciencia comunitario. ¡Allelouya! grito o canto de
alabanza, que aunque se pronuncie o se cante en soledad se está en comunión con
Dios y su Iglesia. En todos los que creemos en Cristo, católicos o no, es el
término que, como el AMOR, da sentido a todo y a todos, nos hace reconocibles
unos con otros y para otros. Es grito, canto y profunda teología, comprimidos
en un solo fonema ¡ALLELUYA! Pero
¿sabemos realmente lo que significa?
El libro de los
Salmos Hebreos se llama “Hallal”. Y en la traducción al griego los setenta sabios lo más parecido que
encontraron para el grito de alabanza
fue “Hallelou-Ya”, alabemos a Yahvé.
En el Nuevo
Testamento puede también tener otros sentidos y expongo uno de los que más me
ha impresionado.
Cantar el amor, y
sentirlo en alabanza, es una consecuencia del regalo, (mandato, envío o
donación, entolé), que nos hizo Jesús:
«para que os améis unos a otros —allelous dice el griego—, como yo os he amado». (Jn 13) El latín lo tradujo por “invicen”, pero no quedó como grito de
amor y reconocimiento entre los cristianos
La plenitud
cristiana es la comunión en la gracia de Jesús. En esa comunión se produce el
conocimiento de la Verdad que permite vivir su mandamiento del amor, y la unión
de Jesús con su esposa la Iglesia, y con cada una de las células vivas de su
cuerpo, se puede gritar en una sola palabra ¡Aleluya!
Dice S. Juan que
Jesús no se entregaba a todos al principio, porque «El conocía lo que hay en cada hombre». Y por eso se entregó en
cuerpo y alma a María y José. Con ellos tenía la comunión perfecta. No solo Él
sabía lo que eran, lo que sentían ellos, sino que ellos estaban empapados de
conocimiento de lo que era y sentía Él. Es el principio de la eterna Comunión
de los Santos, de los que se aman unos a otros y a Dios en ellos.
La cumbre
espiritual en el Nuevo Testamento, no cabe duda, es ese regalo del amor de unos
a otros. Y ese amor no es un sentimiento solitario, es una corriente de vida
que circula “de unos a los otros y de los
otros a los unos”, porque circula y triangula del Uno a todos, y de todos
al Uno y Trino. Es Dios mismo entre nosotros, en la relación de unos con otros,
como él lo ha querido para manifestarse.
En griego, que evolucionó y se sintetizó su lengua para dar
nombre a las cosas y relaciones entre hombres, existe un pronombre que no
tenemos en castellano, es el pronombre recíproco ALLELOUS, declinable con todos los casos y preposiciones de un
pronombre, por eso “Allelous” hay que
traducirlo con varios vocablos en español: “unos a otros”, “de unos para
otros”, “unos hacia otros” etc. Cuando cantamos o gritamos de corazón ¡Aleluya!, lo que en realidad subyace es
que en la relación de unos con otros (Allelou)
está Dios,- Yavhé-, (Ya), salvándonos
en su nombre y relación definitiva, YESUHA, Jesús, Yavhé salva, es el
ALLELOU-YA perfecto.
No es retorcer la
realidad que contiene la Palabra, sino saborear su contenido como vehículo en
el que Dios se nos entrega, su Verbo, su Verdad que fue consagrada por Jesús para
darnos vida eterna, (Jn 17) y con ella se consagra, el pan, el vino, el agua,
el aceite, los cuerpos de hombres y mujeres, los utensilios para el culto… sin
Palabra, esas mismas cosas son profanas, como nos pasa a nosotros.
Para Juan, Jesús no
es solo el Verbo de Dios, es también el Verbo de hombre que se dirige, y lo
dirige todo hacia Dios. (Jn 1). En esa trayectoria (pros ton Zeón) es como nos cuenta, nos explica, nos hace la
exégesis de Dios, porque de nosotros nadie ha visto jamás a Dios, sino que lo
conocemos por la Palabra. (Jn 1,18) Él lo ha interpretado entre nosotros.
Por eso José es el
mejor cantor del alleluya cristiano de todos los tiempos. Él sabía lo que decía
cuando aquel coro suyo -con las voces blancas de María, y el Niño en cuanto
supo balbucear—, entonaban ¡¡Alleluoya!!, su Hallal hebreo, sus salmos de
siempre, pero con el sentido pleno de que ¡Por fin entre nosotros está Dios!
Sus sentimientos y pensamientos y movimientos espirituales, y fuerzas
corporales en cada tarea y detalle de la vida diaria, se centraban y hacían una
sola cosa divina en aquel Niño Jesús. El mandamiento nuevo era su vida: “os doy un regalo para que os améis los
unos a los otros como yo os amo» (Jn 13)
Cuando cantamos o
gritamos ¡¡Aleluya!!, expresamos el río de vida que circula de unos a otros,
que es Dios en nosotros, el que fue hombre mortal entre nosotros, muerto,
resucitado y eterno, haciéndonos como Él es ahora, de luz y palabra.
Cantar ¡ALELUYA! Es
como decir, de ti para mí, y de mi para ti, Dios circula (Yavhé-Jeshoua-Jesús),
o mejor triangula. Yo te amo y tú me amas, porque Dios nos ama y crea amor en
nuestra relación. ¡¡ALLELUO-YA!!
Manuel Requena
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