Hemos anticipado un texto poético de Romano el Melode,
el gran himnógrafo bizantino, especialista en dar movimiento y vida, expresión
lírica y hasta dramatismo a las escenas evangélicas.
A este famoso himnógrafo debemos de los textos que la
Iglesia canta en la liturgia bizantina pascual. Sobre todo a él hemos de
referimos para recoger algunos acentos bellos y poéticos dedicados a las
mujeres miroforas en uno de sus poemas que es casi como un auto sacramental o una
dramatización poética en la que las mujeres evangelistas tienen un hermoso
protagonismo. Esta pieza poética firmada por el "pequeño Romano"
tiene un encanto singular y completa cuanto hemos podido escuchar en los textos
litúrgicos.
Es suficiente una selección de los versos más
significativos. Empezando por esta especie de invitatorio que abre el poema:
"Puestas en camino desde la
aurora, hacia el Sol que es anterior al sol que se había ocultado en la tumba,
las jóvenes miroforas se daban prisa como quien siente el deseo ardiente de la
luz del día y se decían unas a otras: Adelante, amigas, vamos a ungir con aromas el cuerpo vivificante y
sepultado, la carne que yace en el sepulcro pero que resucita a Adán el caído.
De prisa, vamos y como ya lo hicieran los magos adorémoslo, a El que ahora está
envuelto no en pañales sino en la sábana, llevemos como dones los perfumes. Y
llorando digamos: Resucita, Señor, tú que a los caídos concedes la
resurrección."
Estas mujeres, dice Romano, son sabias y valientes, son
"theoforas," portadoras de Dios, tienen la memoria abierta al
recuerdo de los episodios evangélicos que podían ser preludios de la
Resurrección de Cristo. Recuerdan que Jesús resucitó el hijo de la viuda de
Naim, la hija de Jairo. Por eso no puede quedar en el sepulcro.
Romano, poeta y teólogo, pone en labios de Jesús esta
apología de la mujer, una de las más bellas expresiones de su poema:
"Que tu lengua, mujer, proclame
públicamente estas cosas y las haga conocer a los hijos del reino que están
esperando que me levante yo que soy el viviente. He encontrado en ti la
trompeta con un sonido poderoso. Haz escuchar a los oídos de los discípulos
miedosos y escondidos un canto de paz. Despiértalos como de un sueño para que
puedan salir a mi encuentro con las antorchas encendidas. Diles: El Esposo se
ha despertado y ha salido del sepulcro sin dejar nada allí dentro. Despejad,
apóstoles, vuestra tristeza mortal, porque se ha despertado el que a los caídos
da la resurrección."
La lengua de la mujer es trompeta que anuncia el
"kerigma" y lo hace resonar en los oídos y en el corazón de los
discípulos. Pero es también pico de la paloma mensajera que tras el diluvio
anuncia la paz:
"Date prisa María — le dice el Señor. — Tómame en tu lengua como un
ramo de olivo para anunciar la buena noticia a los descendientes de Noé y
hazles saber que ha sido destruida la muerte y que ha resucitado el
Señor."
Y las mujeres se hacen solidarias del mensaje de
María. Creen a sus palabras y forman un grupo compacto de testigos de Cristo
que exclaman:
"Ojalá podamos ser muchas las bocas que ratifiquen tu testimonio.
Vamos todas al sepulcro para confirmar la aparición que ha acaecido. Sea común
a todas, compañera nuestra, la gloria que te ha reservado el Señor."
Juntas cantan la gloria del sepulcro vacío con un
himno sencillo y sugestivo a la vez:
"Sepulcro santo, pequeño e
inmenso a la vez, pobre y rico. Tesoro de la vida, lugar de la paz, estandarte
de la alegría, sepulcro de Cristo. Monumento de uno solo y gloria del
universo."
A los Apóstoles dan la buena noticia con un anuncio
cuajado de ternura, de comprensión, de entusiasmo que contagia: "Con una
mezcla de temor y de gozo, como enseña el Evangelio, regresaron del sepulcro
adonde estaban los Apóstoles y les dijeron: ¿Por qué tanta tristeza? ¿Por qué
os cubrís el rostro? Levantad vuestros corazones: ¡Cristo ha resucitado!
Formemos coros para danzar y decid con nosotras: El Señor ha vuelto a la vida.
“He
aquí la luz que brilla antes de la aurora. No os entristezcáis. Reverdeced!
Ha aparecido la primavera. Cubríos de flores, oh
ramos. Tenéis que ser portadores de frutos, no de penas. Aplaudamos todos con
nuestras manos cantando:
"Ha vuelto a la vida el que a los caídos da la resurrección."
Hasta aquí la poesía y el canto de Romano el
himnógrafo en honor de las mujeres evangelistas y miroforas. Valga la pena
evocar esta poesía eclesial y estos textos litúrgicos para recuperar un filón
de la tradición cristiana que tan distante nos parece de ciertas
interpretaciones antifeministas del misterio y de la misión de la mujer en la
Iglesia.
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