¡Ha resucitado!
En la Semana Santa, el cristiano puede caer en lo que
Martín Descalzo llamó «la tentación del Viernes Santo», quedarse en la muerte
de Jesús sin dar el paso al domingo de Pascua. La espiritualidad cristiana se
ha teñido con frecuencia de luto, «como los hombres sin esperanza» (1 Tes
4,13). El Cristo de nuestra fe es Cristo resucitado, «y si Cristo no ha
resucitado, vuestra fe no tiene sentido, seguís en vuestros pecados» (1 Cor
15,17).
El teólogo Karl Rahner lo expresó así: Para algunos,
«el obrar salvífico de Dios sólo se encuentra en la cruz, el único
acontecimiento decisivo es el Viernes Santo como tal. La verdadera fiesta
cristiana es el Viernes Santo y el objeto de la piedad del amor y de la
meditación es el Crucificado y el Varón de dolores. La Pascua es interesante
sólo para el destino privado de Jesús». Y prosigue así: «Pero cuando, movidos
por el último anhelo de lo más íntimo de nuestro ser humano, lanzamos una
mirada con un corazón puro, hacia Cristo, hacía su muerte y hacia la
experiencia pascual de sus discípulos, entonces nos sentimos capaces y animados
a decir: “Ha resucitado”. Y, al mirar hacia Él, creemos que al morir una vida
no cae en el abismo del absurdo, sino en el abismo de Dios. Si recogemos todo
esto en nuestro corazón con fe, la frase “ha resucitado” se transforma en el
concepto central de nuestra fe y de nuestra esperanza. Ya no se interpone
abismo alguno entre Dios y el mundo».
La resurrección es una realidad cargada de esperanza,
dinamizadora de la vida creyente aquí y ahora, y no una adormidera de
resignación pasiva. Cristo está vivo en la historia de la tierra, en todos sus
triunfos y fracasos. Está en todas las lágrimas y en toda muerte como alegría
escondida y como vida, que triunfa aunque parece morir. Como el grano de trigo,
está en las tristes derrotas de sus siervos, que Él hace fecundas. Está incluso
en medio del pecado, como misericordia del amor eterno, dispuesta a esperar con
paciencia el retorno del hijo. Está en nosotros como luz del día y tan cierto
como el aire que respiro. Quien cree en Él, dice en su corazón, lleno de
esperanza: «¡Ha resucitado!».
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