Tiene
que ser muy triste estar solo y desvalido en la vida y más aún con el agravante
de estar rodeado de semejantes. Hemos montado una sociedad en la que pugnamos
diariamente por algún tipo de supervivencia ‒debemos indagar cuál es la nuestra‒ sin apreciar que a codazos vamos dejando al margen a muchos
enfermos, ciegos, cojos, paralíticos que por no seguir nuestro ritmo finalizan marginados cuando no
desahuciados. Seguro que ni todos ni siempre lo hacemos por maldad, pero la
realidad es que por el camino van quedando paralíticos que no tienen quien les
meta en la piscina.
También
es posible que con suma frecuencia se haga realidad que el hombre que llevaba allí treinta y ocho años enfermo no sea otro,
sino yo, que critico la situación. Porque no es menos cierto que al amparo de
esa competitividad, referida anteriormente y a la que culpamos, se encuentre el
hombre perezoso, apático, vividor y parásito social que cada uno llevamos
dentro. Creo que nuestra vida es una dualidad de actitudes contradictorias y
que en cada ocasión manifestamos y mostramos la que más nos interesa,
hipocresía pura y dura. Si no de forma habitual, pero sí en ciertos momentos
interesados preferimos mostrar la otra cara, lo que en lenguaje coloquial se
llama escurrir el bulto.
Queda
patente que todo lo anteriormente escrito parece referido a la vida material,
pero igualmente claro es que es aplicable metafóricamente a la espiritual o
viceversa.
Debemos de promocionar en este tipo de sociedad a
este otro amigo que acaba diciéndonos: “Levántate,
toma tu camilla y echa a andar”. Esto no es metafórico sino muy real. Si
por lo que sea no lo encontramos en la piscina de la vida social, vayamos a su
encuentro, no esperemos y sobre todo que nunca nos tenga que decir aquellas
otras palabras finales: “…no peques más,
no sea que te ocurra algo peor”.
Pedro José Martínez Caparrós
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