Con gozo
incontenible, pues nos atañe directamente, palpamos con nuestra alma este
Evangelio del Bautismo de Jesús.
Sabemos que su
inmersión en las aguas simbolizo su muerte y su emersión, la resurrección. Al
emerger de las aguas su Padre testificó ante todos: Este es mi Hijo amado en
quien me complazco.
Testimonio que
da también acerca de sus discípulos. Los discípulos de Jesús no somos gente
intachable ni extraordinaria, eso sí, llevamos en la médula del alma, como
diría San Agustín, grabado su Evangelio.
Al morirnos,
mortales como somos, nos descienden a la tumba pero emergemos hacia Dios por la
Fuerza de Salvación del Evangelio que hemos escuchado, amado y acogido (Rm
1,16).
Así es; cuando
muere un discípulo de Jesús, el Evangelio al que se ha abrazado, no abandona su
alma y como si fuera una espada del Espíritu (Ef 6,17) rasga el Cielo…
entonces El Padre, al ver en él grabado el Discipulado, abre gozoso sus brazos
y exultante exclama: ¡También tú eres mi hijo amado, en ti me complazco!
P. Antonio
Pavía
comunidadmariamadreapostoles.com
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