Una mañana en
Larache, yo era aún una cría, salí de la casa cruzando la calle y entré en una
panadería de un “amigo” judío para charlar con él. “Desaparecí” por un largo
rato y cuando volví, encontré a mis padres muy preocupados; lo único que me
dijo mi madre cuando se enteró de dónde venía, fue:
- Ni moros ni judíos se te permite, -la
población judía o sefardí en el Magreb norte
era considerable- eres aún muy joven…
Y crecí con la idea
de que estas personas no pensaban igual que yo pero no sabía por qué…
Escuchaba a mis
abuelos hablar el árabe en el “Zoco Chico” de la Medina o en los bakalitos. Ellos
llevaban allí desde 1912-. Al tiempo, yo aprendía algo el idioma gracias a Fátima
que trabajaba en casa pues en las calles, fuera del centro musulmán o judío, se
hablaba español.
Más tarde, mi
familia se trasladó a Louisgentil -hasta 1956, Maroc francés- cerca de las montañas
del Alto Atlas donde se encuentran las mayores minas de fosfato; y daba igual
donde residieras, las comunidades judío-marroquíes o musulmanas no se mezclaban
con los europeos así se “conviviera” en un mismo territorio. Cine árabe, cine
español, café árabe, café español o francés…
Y sí, a medida que cumplía
años, me daba cuenta del sentido de las palabras de mi madre; efectivamente,
las dos culturas eran muy diferentes a la mía. Mi educación y mi Fe nada tenían
que ver ni con unos ni con otros.
Gracias mamá, era demasiado
joven y tal vez hoy no estaría hablando de mi Dios…
Emma Díez lobo
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