martes, 12 de enero de 2021

El préstamo de Enero

 

Siempre se ha hablado de enero como de una cuesta complicada de subir. Tal vez porque se regresa de unas fiestas en las que ha habido una serie de gastos que han aligerado la talega de nuestros recursos, y se hace fatigoso tener que llegar al fin de este mes. La cuesta de enero, sin embargo, también tiene que ver con otros gastos en los que, sin monedas por medio, hemos debido emplearnos a fondo cuando el precio de la esperanza, el de la paz o la alegría, se torna acaso muy elevado de pagar.

Lo que solemos hacer es entonces pedir un préstamo a quien con solvencia nos pueda ceder algo de esos dones para lograr sobrevivir con la altura de miras hacia el horizonte bondadoso de nuestra posible felicidad. Esta es la experiencia que se nos brinda desde la tradición cristiana: saber que somos siempre menesterosos ante lo que nos ayuda a vivir con paz, a sonreír con un gozo verdadero, a dejarnos abrazar por una esperanza que nace de la confianza de sabernos sostenidos y acompañados por quien más nos quiere. Así es cabalmente Dios para cada uno de nosotros cuando en esta época del año en el que las temperaturas bajan, las hojas de los árboles no han salido ni han florecido todavía las rosas, Él espera siempre en las raíces. Así lo decía el gran escritor Rainer María Rilke cuando se refería al tiempo del invierno: Dios espera ahí en las raíces. No en la hojarasca del otoño, ni en el sofoco del estío como tampoco en la explosión vivaracha de la primavera, sino en el silencio humilde y retraído del invierno gélido que nos empuja a arrebujarnos junto al hogar de nuestros llares, con la lumbre encendida de la confianza.

Dios nos presta generoso lo que nuestra cuesta de enero es remisa en regalarnos, pero lo hará sin comisiones, menos aún con usura, sino al precio de costo de su corazón dadivoso: gratis, completamente gratis. Como todo lo que de Él nos llega en el momento más oportuno, en el más inesperado tal vez, en el más inmerecido también. Es su don que viene a abrazar nuestra pequeñez más mendiga de lo que vale únicamente la pena.

Otras circunstancias pueden secuestrar nuestra esperanza al imponernos el temor sembrando el miedo y la zozobra, o pueden deslizar sus chantajes varios mientras nos arrebatan la luz de la mirada y la paz en nuestra alma. No nos faltan motivos en estos días de la cuesta de enero de este año apenas recién estrenado, que nos arrebolan y apagan al asomarnos al devenir de nuestra salud quebrada o amenazada por una pandemia intrusa, o a las interesadas o falsas soluciones que desde algunas instancias políticas se nos dictan a mansalva, o la recesión económica que no cesa y que poco a poco va dibujando nuestras tragedias cotidianas con la pérdida del trabajo, el cierre de empresas y el agobio por una insolvencia creciente y calculadamente subvencionada.

Es entonces cuando necesitamos ese préstamo distinto, el préstamo de un aire que nos permita respirar los vientos de la esperanza, la paz de la confianza y la certeza de que a Dios le importa nuestra vida, la cuida tiernamente y nos deja entrever al final de todo túnel una verdadera puerta de salida. No nos pedirá nada a cambio, no nos pasará factura alguna, sino tan sólo la alegría de un corazón de Padre que se goza en el bien y la felicidad de sus hijos, si nosotros nos fiamos de Él para asomarnos a las cosas desde el balcón de su mirada, mientras abrazamos cada circunstancia con actitud cristiana. Acaso las cosas no cambiarán en su envite, y el arañazo de su zarpa nos sangrará el alma, pero, aunque nos duelan, no podrán destruirnos de modo fatal y saldremos adelante más fuertes y bendecidos que antes. Este es el préstamo gratuito que en la cuesta que tanto cuesta subir en el enero de marras, Dios regará esas raíces donde como Padre nos espera y abraza.

Fr. Jesús Sanz Montes, ofm

Arzobispo de Oviedo

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