Siempre se ha hablado de enero como de una cuesta complicada de subir. Tal vez porque se regresa de unas fiestas en las que ha habido una serie de gastos que han aligerado la talega de nuestros recursos, y se hace fatigoso tener que llegar al fin de este mes. La cuesta de enero, sin embargo, también tiene que ver con otros gastos en los que, sin monedas por medio, hemos debido emplearnos a fondo cuando el precio de la esperanza, el de la paz o la alegría, se torna acaso muy elevado de pagar.
Lo que
solemos hacer es entonces pedir un préstamo a quien con solvencia nos pueda
ceder algo de esos dones para lograr sobrevivir con la altura de miras hacia el
horizonte bondadoso de nuestra posible felicidad. Esta es la experiencia que se
nos brinda desde la tradición cristiana: saber que somos siempre menesterosos
ante lo que nos ayuda a vivir con paz, a sonreír con un gozo verdadero, a
dejarnos abrazar por una esperanza que nace de la confianza de sabernos
sostenidos y acompañados por quien más nos quiere. Así es cabalmente Dios para
cada uno de nosotros cuando en esta época del año en el que las temperaturas
bajan, las hojas de los árboles no han salido ni han florecido todavía las
rosas, Él espera siempre en las raíces. Así lo decía el gran escritor Rainer
María Rilke cuando se refería al tiempo del invierno: Dios espera ahí en las
raíces. No en la hojarasca del otoño, ni en el sofoco del estío como tampoco en
la explosión vivaracha de la primavera, sino en el silencio humilde y retraído
del invierno gélido que nos empuja a arrebujarnos junto al hogar de nuestros
llares, con la lumbre encendida de la confianza.
Dios nos
presta generoso lo que nuestra cuesta de enero es remisa en regalarnos, pero lo
hará sin comisiones, menos aún con usura, sino al precio de costo de su corazón
dadivoso: gratis, completamente gratis. Como todo lo que de Él nos llega en el
momento más oportuno, en el más inesperado tal vez, en el más inmerecido
también. Es su don que viene a abrazar nuestra pequeñez más mendiga de lo que
vale únicamente la pena.
Otras
circunstancias pueden secuestrar nuestra esperanza al imponernos el temor
sembrando el miedo y la zozobra, o pueden deslizar sus chantajes varios
mientras nos arrebatan la luz de la mirada y la paz en nuestra alma. No nos
faltan motivos en estos días de la cuesta de enero de este año apenas recién
estrenado, que nos arrebolan y apagan al asomarnos al devenir de nuestra salud
quebrada o amenazada por una pandemia intrusa, o a las interesadas o falsas
soluciones que desde algunas instancias políticas se nos dictan a mansalva, o
la recesión económica que no cesa y que poco a poco va dibujando nuestras
tragedias cotidianas con la pérdida del trabajo, el cierre de empresas y el
agobio por una insolvencia creciente y calculadamente subvencionada.
Es
entonces cuando necesitamos ese préstamo distinto, el préstamo de un aire que
nos permita respirar los vientos de la esperanza, la paz de la confianza y la
certeza de que a Dios le importa nuestra vida, la cuida tiernamente y nos deja
entrever al final de todo túnel una verdadera puerta de salida. No nos pedirá
nada a cambio, no nos pasará factura alguna, sino tan sólo la alegría de un
corazón de Padre que se goza en el bien y la felicidad de sus hijos, si
nosotros nos fiamos de Él para asomarnos a las cosas desde el balcón de su
mirada, mientras abrazamos cada circunstancia con actitud cristiana. Acaso las
cosas no cambiarán en su envite, y el arañazo de su zarpa nos sangrará el alma,
pero, aunque nos duelan, no podrán destruirnos de modo fatal y saldremos
adelante más fuertes y bendecidos que antes. Este es el préstamo gratuito que
en la cuesta que tanto cuesta subir en el enero de marras, Dios regará esas
raíces donde como Padre nos espera y abraza.
+ Fr. Jesús Sanz Montes, ofm
Arzobispo
de Oviedo
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