Durante dos días hemos estado trabajando en nuestro seminario un nutrido grupo representativo de la Diócesis de Oviedo: todas las zonas geográficas de nuestra tierra asturiana, todas las realidades pastorales con las que tratamos de anunciar una Buena Noticia a nuestro mundo, las tres vocaciones eclesiales (los pastores con nuestro ministerio, las religiosas con sus carismas, los laicos con su compromiso bautismal). Y nos ha presidido la alegría del Evangelio como el papa Francisco nos señaló en su primer escrito: «El gran riesgo del mundo actual, con su múltiple y abrumadora oferta de consumo, es una tristeza individualista que brota del corazón cómodo y avaro, de la búsqueda enfermiza de placeres superficiales, de la conciencia aislada. Cuando la vida interior se clausura en los propios intereses, ya no hay espacio para los demás, ya no entran los pobres, ya no se escucha la voz de Dios, ya no se goza la dulce alegría de su amor, ya no palpita el entusiasmo por hacer el bien. Los creyentes también corren ese riesgo, cierto y permanente. Muchos caen en él y se convierten en seres resentidos, quejosos, sin vida. Ésa no es la opción de una vida digna y plena, ése no es el deseo de Dios para nosotros, ésa no es la vida en el Espíritu que brota del corazón de Cristo resucitado. Invito a cada cristiano, en cualquier lugar y situación en que se encuentre, a renovar ahora mismo su encuentro personal con Jesucristo o, al menos, a tomar la decisión de dejarse encontrar por Él, de intentarlo cada día sin descanso. No hay razón para que alguien piense que esta invitación no es para él». Cada generación cristiana está llamada a testimoniar con su propia vida, con su reflexión, oración y discernimiento, algo que sirva a ese tiempo y lugar: servidores de esta alegría en el nombre del Señor.
La
realidad cambiante y cambiada de cuanto determina nuestro hoy, hace que la
Iglesia no deba sin más seguir las inercias. Hay cosas que pertenecen al
depósito inmutable del Evangelio y a la gran Tradición de la Iglesia, pero hay
también aspectos de la vida cristiana que responden a una coyuntura que cambia.
No hay una pauta universal para distinguir en algunas ocasiones lo inmutable y
lo coyuntural. No pocas veces la fidelidad se ha concretado en cuestiones que
podían y debían cambiar, resultando que una pretendida y sincera fidelidad
terminó siendo rigidez fosilizante. Por el contrario, no han sido tampoco pocas
las ocasiones en las que queriendo aligerar el mensaje cristiano de lo que se
pensaba eran añadidos prescindibles, se ha terminado traicionando lo que de
suyo era esencial. Esto es lo que explica y hasta exige un humilde
discernimiento por parte de la comunidad cristiana, en el que quede siempre
salvada la gloria de Dios, la comunión con la Iglesia y la respuesta
contemporánea al hombre en su historia concreta.
Escuchar
a Dios en cada momento de nuestra historia, como tantas generaciones
precedentes lo han hecho en sus diversas encrucijadas con todo el peso de sus
luces y sus sombras, sus gracias y pecados. No es un Dios mudo, aunque a menudo
somos nosotros los que sordos no escuchamos lo que Él dice y lo que Él calla.
Es entonces cuando el Señor se vale de situaciones que nos desafían como un
saludable reto, incluso dejándonos pobres y heridos al volver a constatar
nuestra vulnerabilidad como criaturas. Ciertamente el Evangelio es eterno
y traspasa todos los tiempos, abraza todos los espacios, e ilumina toda
circunstancia. No hay una fecha de caducidad en la Palabra de Dios, sino que
ésta responde al corazón humano sean cuales sean sus circunstancias. De esto
hemos tratado en nuestro encuentro, mientras hemos delineado los objetivos para
el próximo curso. Hay vida después de la pandemia. Queremos llegar a encender
la llama de la esperanza que ilumine lo que en estos meses atrás ha quedado
oscurecido y cansado. Dios y María nos acompañan.
+ Fr.
Jesús Sanz Montes, ofm
Arzobispo
de Oviedo
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