lunes, 12 de julio de 2021

Carta a los hermanos enfermos

 

Queridos Hermanos: “No temas, porque yo estoy contigo; no te angusties, porque yo soy tu Dios. Te fortalezco, te auxilio, te sostengo con mi diestra victoriosa” (Is 41, 10). La enfermedad es uno de estos momentos donde se prueba nuestra fragilidad y a la vez se muestra la fuerza de Dios que nos sostiene. Es propio de la condición humana esta contingencia de pasar por la fragilidad, por tanto, no es fruto de un envío perverso de Dios. Es bueno que descubramos que en la debilidad está y se manifiesta la «fuerza de Dios» (2 Cor 12, 9). Lo que Dios da verdaderamente es la gracia para llevar con fruto estos momentos de prueba propios de la fragilidad de la naturaleza humana.

Para vivir esta experiencia de la cercanía de Dios, ha querido poner unos medios en los que poder apoyarnos, alimentarnos, experimentar en definitiva la vida de Dios en nosotros. Los sacramentos alimentan nuestra vida cristiana siempre y especialmente en los momentos de enfermedad. Porque en ellos descubrimos la Pascua, el paso de Dios que viene y nos da fuerza para llevar con grandeza de alma y paz los momentos duros de la vida como son los que pasamos en la enfermedad. Esta nos rompe los planes personales, y nos abre de la mano de Dios a otros más fecundos. Los que fecunda la realidad de la cruz en nosotros donde experimentamos el hecho de sufrir con Cristo y por la Iglesia que lleva a la alegría de dar sentido al sufrimiento: «Me alegro de mis sufrimientos por vosotros: así completo en mi carne lo que falta a los padecimientos de Cristo, en favor de su cuerpo que es la Iglesia» (Col 2, 24).

Por esto, os invito a pedir a Dios la gracia de vivir esta realidad que forja la vida humana desde la fe, y la lleva a la plenitud a la que somos llamados. Para entender que, desde Cristo se ilumina el misterio del hombre (GS n. 22), donde entendemos que el sufrimiento llevado y ofrecido por amor en comunión con Él, lleva a la alegría de ver en lo que para el mundo es necedad y escándalo (1 Cor 1, 22-25), la transformación en acontecimiento de gracia de lo que sin Cristo supone una desgracia. Cuántas personas apoyadas en la fe en Cristo Salvador, acuden con sencillez a los sacramentos para llevar con paz estos momentos de enfermedad.

Cómo no agradecer la labor de cuantos facilitan este encuentro con Cristo, que a la vez se hacen portadores de su presencia por su ministerio. Como son los profesionales sanitarios, que al realizar su vocación de servicio al enfermo actualizan la presencia de Cristo, «Buen Samaritano», un servicio al que se une no sólo cuidar los aspectos físicos, psicológicos y sociales, sino también haciendo de cauce para que reciban los auxilios espirituales. De esta forma entender que la atención a los enfermos se realiza en totalidad. Además, hay que valorar la labor generosa de las familias que cuidan y valoran al enfermo como una bendición y el hecho de estar a su lado, como un privilegio y no como una carga. Cuando el enfermo atisba esta actitud del apoyo familiar, su deseo de vivir y luchar se hace patente. Frente a la tentación de valorar la vida como calidad relativa a un parecer emotivo, la familia puede ayudar en gran manera a hacer ver al enfermo su valor más allá de las cualidades que puedan faltar o  del grado de dependencia que pueda tener. El familiar que ama de verdad dice al enfermo: «Me alegro de que existas, porque eres una bendición y no una carga».

Un apartado especial es el de la labor de los sacerdotes, capellanes de hospital, dispuestos a acompañar, alentar, caminar espiritualmente con el enfermo, la familia, los profesionales sanitarios, al pie de la cama las veinticuatro horas del día. Cuando el enfermo o la familia solicitan su asistencia hacen una de las mejores obras de misericordia que será agradecida por el paciente eternamente.

Por todo esto, al escribir esta carta a los enfermos, quiero valorar la riqueza de relaciones humanas, la madurez que lleva consigo el vivir la realidad propia de la naturaleza humana que es la enfermedad. Así como, valorar lo importante que es dejar entrar la luz de la fe para poder darle sentido a todo este momento. Y de esta forma, en medio de un mundo que puede tentar desde la cultura de la muerte y el sin sentido de la vida a infravalorar estos momentos, decir alto y claro que toda vida, toda circunstancia es un momento de gracia.

 

+ Francisco Cerro Chaves

Arzobispo de Toledo

Primado de España

 

 

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