Queridos Hermanos: “No temas, porque yo estoy contigo; no te angusties, porque yo soy tu Dios. Te fortalezco, te auxilio, te sostengo con mi diestra victoriosa” (Is 41, 10). La enfermedad es uno de estos momentos donde se prueba nuestra fragilidad y a la vez se muestra la fuerza de Dios que nos sostiene. Es propio de la condición humana esta contingencia de pasar por la fragilidad, por tanto, no es fruto de un envío perverso de Dios. Es bueno que descubramos que en la debilidad está y se manifiesta la «fuerza de Dios» (2 Cor 12, 9). Lo que Dios da verdaderamente es la gracia para llevar con fruto estos momentos de prueba propios de la fragilidad de la naturaleza humana.
Para vivir esta experiencia de la cercanía de Dios, ha querido poner unos
medios en los que poder apoyarnos, alimentarnos, experimentar en definitiva la
vida de Dios en nosotros. Los sacramentos alimentan nuestra vida cristiana
siempre y especialmente en los momentos de enfermedad. Porque en ellos
descubrimos la Pascua, el paso de Dios que viene y nos da fuerza para llevar
con grandeza de alma y paz los momentos duros de la vida como son los que
pasamos en la enfermedad. Esta nos rompe los planes personales, y nos abre de
la mano de Dios a otros más fecundos. Los que fecunda la realidad de la cruz en
nosotros donde experimentamos el hecho de sufrir con Cristo y por la Iglesia
que lleva a la alegría de dar sentido al sufrimiento: «Me alegro de mis sufrimientos
por vosotros: así completo en mi carne lo que falta a los padecimientos de
Cristo, en favor de su cuerpo que es la Iglesia» (Col 2, 24).
Por esto, os invito a pedir a Dios la gracia de vivir esta realidad que
forja la vida humana desde la fe, y la lleva a la plenitud a la que somos
llamados. Para entender que, desde Cristo se ilumina el misterio del hombre (GS
n. 22), donde entendemos que el sufrimiento llevado y ofrecido por amor en
comunión con Él, lleva a la alegría de ver en lo que para el mundo es necedad y
escándalo (1 Cor 1, 22-25), la transformación en acontecimiento de gracia de lo
que sin Cristo supone una desgracia. Cuántas personas apoyadas en la fe en
Cristo Salvador, acuden con sencillez a los sacramentos para llevar con paz
estos momentos de enfermedad.
Cómo no agradecer la labor de cuantos facilitan este encuentro con Cristo,
que a la vez se hacen portadores de su presencia por su ministerio. Como son
los profesionales sanitarios, que al realizar su vocación de servicio al
enfermo actualizan la presencia de Cristo, «Buen Samaritano», un servicio al
que se une no sólo cuidar los aspectos físicos, psicológicos y sociales, sino
también haciendo de cauce para que reciban los auxilios espirituales. De esta
forma entender que la atención a los enfermos se realiza en totalidad. Además,
hay que valorar la labor generosa de las familias que cuidan y valoran al
enfermo como una bendición y el hecho de estar a su lado, como un privilegio y
no como una carga. Cuando el enfermo atisba esta actitud del apoyo familiar, su
deseo de vivir y luchar se hace patente. Frente a la tentación de valorar la
vida como calidad relativa a un parecer emotivo, la familia puede ayudar en
gran manera a hacer ver al enfermo su valor más allá de las cualidades que
puedan faltar o del grado de dependencia que pueda tener. El familiar que
ama de verdad dice al enfermo: «Me alegro de que existas, porque eres una
bendición y no una carga».
Un apartado especial es el de la labor de los sacerdotes, capellanes de
hospital, dispuestos a acompañar, alentar, caminar espiritualmente con el
enfermo, la familia, los profesionales sanitarios, al pie de la cama las
veinticuatro horas del día. Cuando el enfermo o la familia solicitan su
asistencia hacen una de las mejores obras de misericordia que será agradecida
por el paciente eternamente.
Por todo esto, al escribir esta carta a los enfermos, quiero valorar la
riqueza de relaciones humanas, la madurez que lleva consigo el vivir la
realidad propia de la naturaleza humana que es la enfermedad. Así como, valorar
lo importante que es dejar entrar la luz de la fe para poder darle sentido a
todo este momento. Y de esta forma, en medio de un mundo que puede tentar desde
la cultura de la muerte y el sin sentido de la vida a infravalorar estos momentos,
decir alto y claro que toda vida, toda circunstancia es un momento de gracia.
+ Francisco Cerro Chaves
Arzobispo de Toledo
Primado de España
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