Todos los caminos llegan a Roma, se decía en la jerga popular de toda romería, que toma el nombre precisamente de la capital italiana: de Roma, la romería. Y los romeros iban peregrinando hasta las tumbas de los apóstoles Pedro y Pablo. Roma, junto a Jerusalén y Santiago de Compostela, ha sido siempre una de las metas de peregrinación cristiana. Y el viejo continente de Europa, se hizo cristiano peregrinando, como repetía el escritor alemán Wolfgang Goethe. Y romeros hemos sido esta semana un grupo especial de asturianos: hemos peregrinado a Roma los seminaristas del Seminario Metropolitano de Oviedo. Nos han acompañado también algunos sacerdotes que tienen responsabilidad de formación en estos futuros curas que se forman en nuestro Seminario.
Ha sido
realmente hermoso contactar con las raíces del cristianismo, con la predicación
y martirio de los primeros cristianos, entre los que destacan Pedro y Pablo, y
toda esa pléyade de cristianos que dieron su vida como testimonio supremo de su
fe, tras haber encontrado a Jesús en su camino cotidiano. Las cuatro Basílicas
mayores: San Juan de Letrán, Santa María Mayor, San Pablo extramuros y San
Pedro en el Vaticano, nos permitieron releer páginas de ese primer cristianismo
y de lo que en torno a esas basílicas se ha ido labrando a través de los
siglos. Pero por ser un comienzo martirial, pudimos acercarnos a una de las
catacumbas más célebres: la de San Calixto. Realmente conmovedor esa forma
sencilla y heroica a la vez con la que aquellos cristianos vivían sus días: en
la vida y en la muerte, eran siempre discípulos de Jesús y como tales abrazaban
las circunstancias con verdadera pasión y elocuente testimonio.
Sin
embargo, no era un viaje nostálgico a aquellos primeros siglos cristianos, sino
también una peregrinación al hoy de esta Iglesia que tiene su corazón
precisamente en Roma. Por eso tuvimos dos momentos intensos de comunión con
quien hoy es el sucesor de Pedro: nuestro Papa Francisco. La Basílica custodia
con veneración los restos de otros sucesores del apóstol Pedro, y especialmente
son venerados estos últimos que hemos tenido y todos ya canonizados: San Juan
XXIII, San Pablo VI, San Juan Pablo II. Pero pudimos celebrar la fiesta de San
Pedro y San Pablo junto al Papa Francisco participando en la solemne
concelebración en la basílica vaticana. Un regalo que nos permitió renovar
nuestra fe en comunión con quien ahora se sienta en la sede de San Pedro.
Por eso,
al día siguiente pudimos estar presentes en la Audiencia del miércoles, y escuchar
una preciosa catequesis sobre la carta de San Pablo a los Gálatas. Fuimos
presentados al Santo Padre: los seminaristas de Oviedo están presentes en la
audiencia acompañados por su Arzobispo. Al final de la misma, pude saludar
personalmente al Papa asegurándole nuestra comunión y afecto, diciéndole que en
Asturias le queremos y rezamos cada día por él. Se interesó por nuestros
seminaristas, a los que también pudo saludar.
Con esta
impronta de dulce sabor, al día siguiente pudimos rematar la breve peregrinación
yendo a Asís. Era casi obligado, teniendo Asturias un Arzobispo franciscano. Y
en ese día que transcurrió allí en la ciudad de San Francisco, pudimos celebrar
lo que significa el regalo de los santos. Ellos no son un eclipse de Dios, ni
un ensordecimiento de su Palabra o una ocultación de su Presencia. Los santos,
como San Francisco y Santa Clara, son un verdadero icono viviente de una
Belleza intacta y el eco más fielmente secundado de aquella Palabra divina que
nos sigue hablando. Sólo el hombre y la mujer se parecen a Dios porque nuestro
Creador nos hizo a su semejanza. Nuestra vida a veces transcurre por derroteros
banales y torpes, mediocres y cansinos. Los santos nos despiertan para que
nuestra vida sea en verdad ese icono y ese eco para el que nacimos.
Días
intensos, de romería cristiana y de asomo franciscano. Que el Señor nos permita
guardar en el corazón como hizo María, la gracia que en estos días nos ha
regalado.
+ Fr.
Jesús Sanz Montes, ofm
Arzobispo
de Oviedo
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