Los cristianos sabemos muy bien que la oración es un aspecto fundamental de nuestra vida cristiana. Por medio de ella establecemos relación personal o comunitaria con Dios, nuestro Padre, con Jesucristo, con la Santísima Virgen y con los santos. Dios, ciertamente, no necesita nuestras súplicas ni nuestras bendiciones le enriquecen, pero nosotros sí necesitamos la oración para percibir su presencia cercana, para descubrir su voluntad y para orientar el camino de cada día con la luz de su Palabra.
La
práctica de la oración es la forma más habitual para responder al infinito amor
de Dios, para prestarle adoración y para reconocer lo que es suyo, como puede
ser nuestro tiempo y los constantes dones recibidos de Él. La oración es el ejercicio
de la verdadera adoración que la criatura debe a su Creador y de la auténtica
religiosidad. Aunque la religiosidad no se puede reducir a la oración, sin
embargo, la invocación a Dios y la escucha de su Palabra en la oración con el
paso del tiempo nos permiten “con-sentir” a Dios, sentir con Él y como Él,
entregarle la existencia a Él y a los hermanos. En este proceso de
transformación interior que se produce en la oración, el cristiano ha de
empezar por asumir que Dios está siempre en el principio de todo y que la
adoración es siempre el fundamento de toda la vida cristiana.
Durante
estos últimos años, en nuestra diócesis como en todas las diócesis de España,
hemos contemplado con dolor el cierre de algunos monasterios como consecuencia
de la avanzada edad de las monjas o por la sequía vocacional del momento. Así
mismo, estamos experimentando también un descenso de vocaciones a la vida
sacerdotal y, consecuentemente, una dificultad para atender pastoralmente todas
las parroquias.
En medio
de todo, hemos de dar gracias a Dios porque el próximo día 4 de julio, a las 18
horas, en la concatedral de Guadalajara, tendremos la dicha de celebrar la
ordenación diaconal de Enrique. Aunque aún está en proceso de formación, según
el parecer de quienes le conocemos y tratamos, reúne las condiciones necesarias
para ser admitido en el orden de los diáconos, en espera de la ordenación
presbiteral.
Las
familias y las comunidades cristianas, además de dar testimonio de la
centralidad y de la necesidad de Dios para orientar el presente y esperar
confiadamente el futuro, hemos de seguir orando confiadamente al Señor para que
suscite nuevas vocaciones a la vida sacerdotal y consagrada. La Iglesia y el
mundo de hoy necesitan muchos jóvenes y niños que respondan con generosidad a
la llamada de Dios y que estén dispuestos a consagrar su existencia a la
alabanza divina, al anuncio gozoso del Evangelio y al servicio incondicional a
los hermanos, especialmente a los más necesitados.
Con mi
sincero afecto y bendición, feliz día del Señor.
+ Atilano
Rodríguez,
Obispo de
Sigüenza-Guadalajara
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