Estamos en noviembre mes en el que festejamos a aquellos que han adquirido la santidad. Un mes donde podemos reflexionar y meditar sobre aquello que más nos ayuda e influye sobre nuestra vida para crecer en la madurez espiritual. Se ha puesto de moda -en la cultura y en el modo de pensar- que todo es bueno y ¡aquí no pasa nada! El buenismo es una actitud de quien ante los conflictos rebaja su gravedad, cede con benevolencia o actúa con excesiva tolerancia. También se puede decir que el buenismo se identifica con el postureo que es una actitud artificiosa e impostada que se adopta por conveniencia o presunción. Cuando por lo contrario se afirma que somos pecadores y frágiles la respuesta inmediata se convierte en: “Eso era antes y estás pasado de moda. El pecado no existe”. Y se afirma con tal altivez de convencimiento que hasta se llega a pensar que es cierto.
El buenismo es como un masaje que por mucho que te lo des nunca puede quitar
las arrugas existenciales: la fragilidad, la debilidad, la limitación, la caída
que provoca el pecado. Sin embargo la fuerza del Evangelio nos recuerda:
“Bienaventurados cuando os insulten y os persigan y os calumnien de cualquier
modo por mi causa. Alegraos y regocijaos, porque vuestra recompensa será grande
en el Cielo” (Mt 5, 12). Se reirán y hasta te excluirán pero nadie podrá
desterrar lo que significa la perfección del amor que es la santidad.
El
buenismo se convence que en el mal entendido progreso, todo vale. Nos han
quitado a Dios: Dios a la sacristía… y no pasa nada. Nos han quitado los
“valores cristianos”… y no pasa nada. Nos han quitado la libertad personal… y
no pasa nada. Nos han quitado las “virtudes cristianas”… y no pasa nada. Nos
han quitado la familia…y no pasa nada. Nos han convencido de que el aborto es
libre y justo… y no pasa nada. Nos han dicho que la eutanasia es buena y digna…
y no pasa nada. Y la culpa es de los cristianos rancios que están anticuados y
no progresan. Y siguen afirmando que lo cristiano es una marca que a nadie
favorece porque es algo que sucedió y hoy no tiene sentido porque ha pasado de
moda.
El
buenismo se enaltece y considera que todo es válido mientras las ideologías
relativistas así lo afirmen. La santidad, por el contrario, se amolda y vive de
la ley de Dios que muy bien afirma y confirma el decálogo (los diez
Mandamientos). “No pongáis vuestra esperanza en los príncipes, en un hijo de
hombre que no puede salvar, que exhala el espíritu, vuelve al polvo, y en ese
mismo días fenecen sus pensamientos” (Sal 145,3-4) ¡Cuidado con tocar y ponerse
por encima de Dios! Las consecuencias son muy graves.
El
buenismo ridiculiza la bondad y para bueno sólo existe la suma Bondad que es
Dios. Cuando el ser humano detenta y solapadamente se convierte en el “dios de
sí mismo”, se cae en la destrucción del auténtico humanismo. Corren tiempos
especiales que aumentan la desilusión, la amargura existencial, la falta de
perspectivas, la violencia en sus diferentes modos, la mentira como blanqueo de
la verdad… Es la Torre de Babel que nos recuerda metafóricamente cómo quieren
edificar una ciudad y una torre, cuya cúspide llegue hasta el cielo (Cfr. Gn
11, 4). Posiblemente en este relato nos vemos reflejados los seres humanos de
todos los tiempos en algo que llevamos dentro: el orgullo y la soberbia.
Ya San
Agustín afirmaba: “Mas, ¿qué iba a hacer la vana presunción de los hombres? Por
más que levantaran una mole de piedra hacia el cielo y contra Dios, ¿cuándo
transcendería los montes? ¿Cuándo escaparía al espacio de este aire terrestre?
¿En qué puede dañar a Dios cualquier elevación de cuerpo o espíritu por grande
que sea? El camino verdadero y seguro para llegar al cielo es la humildad. Ella
levanta el corazón en alto hacia el Señor, no contra el Señor” (De civitate Dei
16, 4). La Biblia, al narrar la historia de Babel, señala que el orgullo es
algo capaz de poner de acuerdo a los hombres, al menos momentáneamente. Allí
donde hay una “ganancia orgullosa” parece que hay un principio de acuerdo. Pero
dura poco y si va contra Dios se convierte en confusión y la torre se cae.
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Francisco Pérez González
Arzobispo
de Pamplona y Obispo de Tudela
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