A estas alturas del año, el ambiente se hace sereno al entrar su tiempo en la magia tan singular como nostálgica. El otoño tiene esa cualidad humilde: nos recoge en torno a sus hojarascas convirtiendo en alfombra nuestros caminos. Huele a humedad más que en otros meses del año. Y a castañas asadas que calientan nuestras manos mientras las pelamos antes de gustar la dulzura de su fruto, junto a la sidra que también es dulce para poder acompañarlas. Es el tiempo de los recuerdos, junto al hogar de una chimenea que nos reúne con su calidez y sus llamas, mientras vemos pasar los días que no admiten pausa entre nuestras prisas, nuestras cuitas, y las miradas dilatadas de nuestra mejor esperanza.
Se nos va
así octubre con sus cuentas del rosario en ese mes que está dedicado a Nuestra
Señora. El rosario es un modo de rezar la vida por las cuentas que nos tienen,
con momentos de gloria que nos permiten la alabanza agradecida, momentos de
dolor con cosas que nos duelen y arrugan, momentos de gozo que dibujan en
nuestro rostro la mejor de las sonrisas, momentos de claridad luminosa como
contrapunto a las penumbras insidiosas. De todos esos registros están hechos
nuestros días… como la vida misma. Y así, los cristianos aprendemos a deslizar
las cuentas de la vida, como quien con glorias y gozos, dolores y luces, recita
el rosario a Santa María.
Pero
también este octubre nos ha traído el momento misionero en la jornada mundial
del Domund. Años atrás se hacía una verdadera campaña de mentalización para
comprender que todos somos misioneros allá donde estamos y con quienes
convivimos. No obstante, esta jornada tiene una mirada llena de gratitud por
nuestros misioneros que habiendo dejado casa, padres, tierra e idioma, se han
dejado enviar por el Señor allende nuestros mares y montañas, para anunciar a
Jesucristo y su Buena Noticia mientras edifican en algún lugar del mundo la
comunidad cristiana con esas gentes sencillas que encuentran, haciendo de ellos
nuevos hermanos en la Iglesia.
Asturias
tiene una hermosa tradición misionera en África, en América y en Asia. En este
momento estamos sólo en Benín, atendiendo a muchas comunidades a través de una
inmensa selva. Es enorme el bien que allí se hace, y el bien que el Señor nos
hace a nosotros a través de aquellos queridos africanos también ellos sedientos
y hambrientos de la paz, la gracia, la belleza y la bondad que Jesús ha puesto
en nuestras manos para que las repartamos con generosidad gratuitamente. Ojalá
que pudiésemos abrir otra misión en otro lugar de lengua española, sin cerrar
esta que tenemos en Benín. Dios nos irá diciendo.
Pero este
mes de octubre que así termina, tiene a su vuelta otra cita también típica de
este otoño que avanza. La Iglesia nos recuerda al comenzar noviembre la llamada
a la santidad cristiana. La fiesta de Todos los Santos viene a recordarnos que
esta es la vocación última que hemos recibido todos los cristianos sea cual sea
nuestra edad, nuestra circunstancia o nuestro camino más particular en la
sociedad y en la Iglesia. Ser santos no es ser raros o fugitivos, sino vivir
cada instante en cada escenario, con la conciencia de que somos sencillamente
cristianos. En este mundo plural y contradictorio, los cristianos estamos
llamados a aportar nuestra peculiar mirada, nuestro modo de construir una
sociedad más como Dios la soñó y no como la teje-manejan nuestras pesadillas. Y
junto a los Santos todos, también nuestros queridos difuntos. Familiares,
amigos, compañeros… por todos ellos ponemos unas flores, recordamos su paso en
nuestra vida con sus gestos y palabras, y elevamos nuestras plegarias pidiendo
por su eterno descanso.
Entre
nostalgias otoñales, cuentas del rosario de la vida, andanzas misioneras,
santos y difuntos, se nos van estos días que ponen su color malva con aroma a
crisantemo, a gratitud generosa y a esperanza bendita.
+ Fr.
Jesús Sanz Montes, ofm
Arzobispo
de Oviedo
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