Hemos conocido el terrible accidente sucedido en Madrid estos días a las puertas de un colegio; murió una niña. La conductora del coche y la madre de la fallecida eran y son amigas. La chiquilla cayó ensangrentada; su madre instantáneamente se volcó hacia ella, la estrechó entre sus brazos acariciándola, besándola y susurrando en sus oídos palabras inefables jamás escritas porque fueron recogidas del poemario del corazón de Dios. Cuando vio que su hija había elevado el vuelo hacia Jesús, alzó su mirada y vio a su amiga totalmente desfigurada por el dolor. Fue hacia ella y las dos de fundieron en un abrazo eterno. Digo eterno porque Dios impulsando sus corazones hizo una señal al tiempo para que se detuviese o quizás fue el resplandor de estas dos mujeres el que paralizó las agujas del reloj.
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