Es esa que se cuela
al amanecer entre las rendijas de la persiana o los portones de madera, es esa
que nos levanta despacio -los huesecillos duelen- y nos arrastra a mirar por la
ventana los colores del mundo y cuando la abres, Dios te regala el olor a
nubes, a campo, a sol, a marea y a la vida -el olor a coches no cuenta porque
ese no viene de arriba-.
Me acuerdo cuando oía
a los gallos cantar, ya no, ahora oigo los zapatos del vecino que me ponen
nerviosa, pero es lo que hay...Y continuo mi camino en zapatillas hasta el café
que me espera.
La luz crece y se ha
vuelto inmensa ¡Madre mía si nos
dejáramos iluminar por esa luz, la misma del Evangelio!, la sonrisa no
desaparecería.
¡Claro que hay días
oscuros y perdemos la esperanza!, pero llegará uno donde las luces “del museo”
no se apagarán ni los “cuadros de Van Gogh sean solo pintura”; ese día, en
óleos vivientes no tomaremos café pero beberemos amor en tazas de jade.
Por ahora, amaneceres
geniales y tazas de porcelana... Ya, ya sé, con achaques por doquier pero con luces gratis de Dios, porque la otra... ¡Jesús,
qué precio!
Emma
Díez Lobo
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