Cuando la noche lentamente avanzaba. (Lc2,8-14)
cuando todo callaba en
derredor,
cuando más helaba de frio
y las ramas de los árboles, los campos, los caminos se teñían del resplandor
reluciente de la plateada escarcha, y a lo lejos todo se vislumbraba
como translucido cristal,
cuando todas las voces
callaban adormecidas, en el firmamento como pequeños farolillos de luz
engarzados con hilos de seda, colgaban resplandecientes las estrellas, que
adornadas de colores fulgurantes radiaban destellantes a la tierra la dulzura
más maravillosa de una luz ardientemente hermosa… una luz que nunca ningún ojo
vio, pregonando a viva voz admiración y asombro, la Grandeza que ya llega.
¡Oh divina estrella que
anuncias la venida del niño Dios con nosotros, que encargo más sublime
recibiste para regocijo de los que esperan!
A lo lejos una hoguera se
enciende llameante entre luces tintineantes y sombras que parpadean, en
una humilde sencilla cueva.
En un instante, todo el
universo se replegó para contemplarte y extasiados se abajaron atónitos
ante tan sublime pureza…hasta tocar tu piel… tu piel de olor a lirios y
azucenas, y de esta manera arroparte con su suave aterciopelado manto las ardientes
estrellas.
¡Oh cuanta luz, fulgida
luz que deslumbras con tu singular belleza!, ¿acaso no la veis, no veis con
cuanta inmensidad centellea?, ¿no veis cuantas sonrisas luminiscentes
lo rodean transformadas en primavera, y como sus labios cantan, entonando
con gracia hermosas melodías?
Con ágiles y delicadas
piruetas se elevaron hacia el cielo hasta tocarlo con sus dedos y bajaron
danzando a tropel para adorar con su clamor el don de amor hecho carne de
Dios por nosotros. Sus ojos se llenaron de perplejidad y estremecidos, como
se estremecen los arboles del bosque agitados por el viento se acercaron
sigilosos, sin
hacer ruido, para admirar
el Gran Misterio durante tanto tiempo escondido.
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