Todos
los pueblos de la tierra se han preguntado por la existencia de Dios,
cómo llegar a conocerle.
El
Evangelio de hoy nos da una pista. José y María pierden de vista a Jesús. Al
tercer día le encuentran en el Templo con los doctores de la Ley. María le
dice: “Tu padre y yo estábamos angustiados, ¿por qué nos has hecho esto?
Respuesta de Jesús: ‘Tenía que ocuparme de las cosas de mi padre’". Dios
permitió este acontecimiento doloroso de José y María para mostrarnos la esencia
del Discipulado: "La prioridad de cosas de Dios sobre las nuestras".
Lucas nos dice que María guardaba cuidadosamente estas cosas en su corazón.
Bien sabía ella que se trataba de "las cosas santas de Dios".
Pablo dice que nadie conoce lo íntimo -textualmente “las cosas”- de Dios si no
es iluminado por el mismo Espíritu de Dios. (1 Co 2 ,11b- 12). Después
añade que el hombre por sí mismo, solo con su mente, "no capta las
cosas del Espíritu" (1 Co 2,14). Así pues que María "guardaba
las cosas santas de Dios": la Palabra en la que brilla su Misterio.
Entendemos
la explosión de gozo de Jesús cuando dijo al Padre: Yo te bendigo porque has
ocultado estas cosas a los grandes y sabios de este mundo y se las has revelado
a los pequeños (Mt 11,25). Sepamos que en el Evangelio, pequeño es sinónimo de
discípulo.
P.
Antonio Pavía
https://comunidadmariama.blogspot.com/
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