Decía una leyenda que un alma miraba al cielo, veía un color; si miraba a la tierra veía otros diferentes; si miraba al agua, se reflejaban muchos y si miraba el aire, no veía color alguno...
Cuando decidió
volver a casa, el cielo había cambiado, el agua brillaba, la tierra vuelto oscura
y el aire continuaba en su color de la nada.
No comprendía por
qué de los cuatro elementos tan emocionantes, solo uno no tenía semblante y decidió
pintarlo. Cogió todos los lapiceros del estuche pero éste se resistía a ser
pintado.
¡No! dijo el aire,
jamás podrás pintarme, pero soy el único que puede dar color a los demás, soy
la vida.
Temerosa el alma de
su futuro, pensó: Todos se quedarán y yo me iré ¿Por qué no emplearme en colorear
mi esencia? Los demás vienen de origen, yo en cambio, me los tengo que poner...
Perplejo el aire no
entendía el interés del alma y le invitó a callarse, estaba tan fascinado con la
tierra que de ninguna manera la pospondría ante nada.
Pero llegó el día
en que el aire sellaba sus ojos para siempre dejando al alma en libertad ¿En la
oscuridad?, ¿en la luz?... Todo dependía de qué “colores” había pintado su esencia...
Y angustiada en el
incierto camino, gritaba “¡Más me hubiera valido carecer de ojos, pies
y manos para el mundo si con ellos me he cerrado la puerta al más grande
arcoíris de Dios!”.
Emma Díez Lobo
Ojo con presentar las vocaciones solo vestidas de sotana o habito, la vocación al matrimonio y todas las vocaciones a los servicios humanitarios que se ofrecen a la sociedad, son vocaciones que hemos de valorar cuando preguntamos a un adolescente qué quiere hacer en el futuro , ahí despierta una vocación a un servicio a la sociedad y todos son necesarios e inspirados por Dios.
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