DAVID. LA
ENFERMEDAD COMO ACONTECIMIENTO DE HUMILDAD Y PURIFICACIÓN (2 Sam)
Tan solo
asomarse al personaje de David, provoca cierto vértigo por la fuerte
personalidad de este hombre y sus variados perfiles. Podríamos detenernos en su
valentía como guerrero, en su astucia política, en su fidelidad para con sus
amigos, en su condescendencia con sus hijos, en su crueldad con sus opositores,
en su religiosidad sincera, en su debilidad ante la tentación, en su penitencia
por los pecados…
E,
igualmente, cualquier hombre podría identificarse con todos o algunos
de los rasgos que caracterizan a este rey; ¿quién no fue valiente en la
juventud? ¿quién no se ha mostrado cruel con sus enemigos en alguna ocasión?
¿quién no ha sucumbido ante la tentación? ¿quién no ha sufrido como
consecuencia de sus pecados?
Sin
embargo, se dice de David que fue un hombre según el corazón de Dios. Por
ello lo tomamos ahora como espejo para la vida del enfermo y modelo de humildad
y purificación.
El mismo rey
malvado que ideó la estrategia necesaria para acabar con la vida del guerrero
Urías para así poder tomar a su mujer, Betsabé, fue el autor del Miserere
(salmo 50), una vez visitado por el profeta Natán. Este salmo constituye un
verdadero acto de penitencia que brota del corazón y de los labios de David,
cuando el profeta le reprende por su pecado.
El valiente y
todopoderoso rey David acabó sus días siendo perseguido por un hijo suyo que
quería matarlo, su casa se convirtió en tragedia por las intrigas de su
sucesión pero él dirá: “yo te amo Señor, tú eres mi fortaleza”. En la
debilidad final descubrió, como leíamos en Jacob, que la verdadera fuerza le
venía de Dios, que Él era la auténtica roca, la peña en que se amparaba. Experiencia
de sufrimiento, experiencia de Dios; sentimiento de debilidad, conocimiento de
la fortaleza que viene de Dios.
Al final de su
vida, David fue purificado por el sufrimiento (2Sam. 19, 1-9),
recurrió a la oración y aceptó los consejos de los enviados por Dios, como el
profeta Natán. Cuando las olas de la muerte le envolvían, clamó al Señor en su
angustia y Dios escuchó su voz desde su templo, llegó su llamada hasta lo alto.
De la casa de
David nacerá el Mesías, el Cristo. Asimismo, de cualquier hombre
enfermo que en su juventud fue valiente, fuerte y orgulloso, quiere nacer por
medio de la penitencia y la oración un hombre nuevo, sufriente, temeroso de
Dios y humilde, un hombre según el corazón de Dios.
Raúl Gavín | Iglesia en Aragón /
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