miércoles, 9 de mayo de 2018

La palabra de Dios en la vida del enfermo (VI)




DAVID. LA ENFERMEDAD COMO ACONTECIMIENTO DE HUMILDAD Y PURIFICACIÓN (2 Sam)

Tan solo asomarse al personaje de David, provoca cierto vértigo por la fuerte personalidad de este hombre y sus variados perfiles. Podríamos detenernos en su valentía como guerrero, en su astucia política, en su fidelidad para con sus amigos, en su condescendencia con sus hijos, en su crueldad con sus opositores, en su religiosidad sincera, en su debilidad ante la tentación, en su penitencia por los pecados…

E, igualmente, cualquier hombre podría identificarse con todos o algunos de los rasgos que caracterizan a este rey; ¿quién no fue valiente en la juventud? ¿quién no se ha mostrado cruel con sus enemigos en alguna ocasión? ¿quién no ha sucumbido ante la tentación? ¿quién no ha sufrido como consecuencia de sus pecados?




Sin embargo, se dice de David que fue un hombre según el corazón de Dios. Por ello lo tomamos ahora como espejo para la vida del enfermo y modelo de humildad y purificación.

El mismo rey malvado que ideó la estrategia necesaria para acabar con la vida del guerrero Urías para así poder tomar a su mujer, Betsabé, fue el autor del Miserere (salmo 50), una vez visitado por el profeta Natán. Este salmo constituye un verdadero acto de penitencia que brota del corazón y de los labios de David, cuando el profeta le reprende por su pecado.

El valiente y todopoderoso rey David acabó sus días siendo perseguido por un hijo suyo que quería matarlo, su casa se convirtió en tragedia por las intrigas de su sucesión pero él dirá: “yo te amo Señor, tú eres mi fortaleza”. En la debilidad final descubrió, como leíamos en Jacob, que la verdadera fuerza le venía de Dios, que Él era la auténtica roca, la peña en que se amparaba. Experiencia de sufrimiento, experiencia de Dios; sentimiento de debilidad, conocimiento de la fortaleza que viene de Dios.

Al final de su vida, David fue purificado por el sufrimiento (2Sam. 19, 1-9), recurrió a la oración y aceptó los consejos de los enviados por Dios, como el profeta Natán. Cuando las olas de la muerte le envolvían, clamó al Señor en su angustia y Dios escuchó su voz desde su templo, llegó su llamada hasta lo alto.
De la casa de David nacerá el Mesías, el Cristo. Asimismo, de cualquier hombre enfermo que en su juventud fue valiente, fuerte y orgulloso, quiere nacer por medio de la penitencia y la oración un hombre nuevo, sufriente, temeroso de Dios y humilde, un hombre según el corazón de Dios.

Raúl Gavín | Iglesia en Aragón /



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