El amor transforma
nuestro cuerpo mortal en glorioso
La liturgia de este
domingo continúa profundizando en lo que significa e implica que Cristo ha
resucitado y que nosotros resucitaremos con él: lo mismo que la naturaleza
humana de Jesús se fue transformando por el amor hasta llegar a la resurrección
y glorificación, igualmente la nuestra, unida a Jesús y siguiendo el mismo
camino, se irá transformando hasta llegar a la resurrección. Por eso la vida
cristiana se resume en amor. Las tres lecturas coinciden en este mensaje,
central para el cristiano.
Sin embargo hay
personas cristianas, que creen en la resurrección de Jesús, pero no en la
nuestra, ¿cómo puede transformarse la naturaleza humana, que una vez muerta, se
corrompe? El Espíritu Santo (primera lectura) la puede ir transformando por el
amor en dos fases, durante la vida terrena la va disponiendo y después de la
muerte la transformará.
La última razón es
que Dios es amor (2º lectura y Evangelio). Los diversos atributos de Dios no
son más que diversas caras de la misma realidad: Dios es santo, omnipotente,
perfecto, paz, alegría, felicidad, amor. Este último atributo los resume todos
y está presente en todos: la santidad de Dios es su amor, el poder divino es su
amor... Dios es amor. Su esencia es amar y amar es un darse continuo. Por eso el único camino para llegar a Dios,
fuente de la felicidad, la alegría, la paz, la perfección, es corresponder a
este amor.
Pero la humanidad
es débil, más aún, culpablemente débil e incapaz de llegar a Dios por este
camino. Saliendo al paso de esta situación, Dios-amor envió a su Hijo que
asumió la naturaleza humana para transformarla, y lo consiguió Jesús viviendo
una vida animada por el Espíritu Santo y
consagrada a hacer la voluntad del Padre por amor. Una vida consagrada al amor
llega a Dios Amor. Por eso el Padre lo acogió, resucitándolo y acogiendo en él
la naturaleza humana, que desde entonces, unida a Cristo resucitado, tiene
capacidad para llegar a Dios.
El cristiano, unido
a Cristo por el bautismo y animado por el Espíritu Santo, está capacitado para
llegar a Dios-Amor, viviendo también una existencia consagrada al amor. Es este
amor el que irá transformando poco a poco nuestro ser para hacerlo capaz de la
futura resurrección. Por ello con toda
lógica al final seremos examinados de amor.
Si Dios es permanentemente amor, la vida del
cristiano es igualmente amar, es
decir, todos los actos de la vida deben estar permanentemente inspirados y
animados por el amor. Este amor no es sentimiento, que puede estar o no
presente en las obras; es darse, entregarse, buscar el bien concreto del otro.
En primer lugar, es una opción fundamental, una orientación básica de la
existencia, y después su concreción en las circunstancias concretas en que se
encuentra cada uno, circunstancias políticas, sociales, familiares, eclesiales.
Todo esto exige permanecer constantemente unidos por el Espíritu a Jesús, que
nos pide permanecer en su amor. El
amor del cristiano debe ser presencia histórica del amor de Jesús.
La
Eucaristía es celebración del amor del Padre que nos entrega a su Hijo,
celebración del amor del Hijo que se entrega por nosotros y celebración del
amor que hemos recibido y nos capacita para amar a Dios y a los hermanos en el
presente y en el futuro.
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